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La realidad y el gabinente

Hace ya algunos años que el compromiso ha dejado de tener buena prensa, al menos en Europa. La boga y el sistema dictan otros gustos, otros gestos, otros gastos. A esta altura viste mucho ser neutral, y más aún si se opta por la evasión. Para algunos intelectuales, el mito y el misterio son aparentemente más seductores que la realidad monda y lironda. El compromiso ha pasado a ser incluso un motivo de burla, una señal de atraso. Cuando un intelectual previamente etiquetado como comprometido se enfrenta a una cámara de televisión o a un micrófono, la inevitable pregunta sobre el tema suele venir arropada por la sorna y el descrédito, tal como si en el subsuelo de la interrogante estuviera agazapada una duda que es casi certeza: ¿a qué viene tanta preocupación por represiones, torturas, desaparecidos, censura, penetración cultural, si existen tantos otros rubros de incitación intelectual como los mitos helénicos, las anfractuosidades del sueño o los señuelos de la magia?Lo curioso es que si bien para algunos el compromiso ha pasado de moda, en cambio siguen teniendo actualidad los hechos que lo originan. Digamos que la tortura sigue tan campante, la censura goza de buena salud, la injusticia está en pleno desarrollo. Por otra parte, los intelectuales secuestrados y asesinados en América Latina no comparecen, y si comparecieran tendrían seguramente el estigma de no ser neutrales.

En cierta ocasión, durante una mesa redonda que tuvo lugar en México, escuché decir a un intelectual europeo que la literatura se hace en el gabinete y no tiene que ver con la realidad, sino con el mito y el misterio". Otro llegó a exigir "que el público se eleve por su cuenta si quiere llegar hasta el escritor". Es cierto que el escritor (ya que la literatura es su especialización) está por lo general más familiarizado con el campo de la cultura que la mayoría de sus lectores, pero eso no le garantiza una infalible cumbre. El público no es sólo un destinatario inerme; es también un interlocutor válido. Sí, hay que decir público, y no pueblo: la palabra pueblo también pasó de moda. Lo extraño es que los pueblos no se hayan enterado de su cesantía y sigan existiendo.

En la defensa del gabinete y en el desentendimiento de la realidad va implícita cierta arrogancia, pero también hay un propósito subliminal: apartar al escritor de su contexto comunitario. Antes se hablaba de torre de marfil; ahora, de gabinete. Los tiempos cambian, pero no tanto. Según esos criterios, para la política están los políticos; el intelectual debe tener las manos libres y limpias; su único compromiso es, ay, contra el compromiso. Por supuesto que hay excepciones, y muy notorias, pero lo curioso es que ese apartamiento, ese escepticismo de los más, no tiene arraigo en la propia tradición cultural de Europa. Antes, durante e inmediatamente después de las amargas épocas del fascismo y el nazismo, los escritores y pensadores europeos estuvieron inmersos en su contexto social y político. Desde Machado a Thomas Mann, desde Sartre a Peter Weiss, desde Cesare Pavese a Rafael Alberti, la política fue una presencia insoslayable. No todos militaron en las mismas tiendas, pero ninguno de ellos omitió pronunciarse, comprometerse, denunciar, solidarizarse.

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Un reciente editorial de EL PAIS (La conciencia del intelectual, miércoles 29 de agosto) señalaba certeramente que "la conciencia intelectual de hoy se caracteriza por la desbandada, precisamente por el descompromiso". Con todo, la desbandada no es tan premiosa como para no hacer un alto en el camino y señalar con gesto admonitorio a los intelectuales presuntamente comprometidos. La etiqueta de escritor político ha pasado a ser una sutil manera de descalificación artística. Se manejan sobrentendidos: por ejemplo, que un poeta sensible a su contorno está definitivamente perdido para la excelsa poesía, ya que la preocupación social corta las alas, frena la osadía experimental, castra la imaginación. Y aunque con semejantes criterios caerían cabezas tan ilustres como las de Neruda, Vallejo, Brecht, Eluard y hasta la del propio Darío, en rigor no interesa verificar si tales prejuicios son válidos; álcanza y sobra con expresarlos. Y a continuación corresponde exaltar la soledad, los sueños, la magia, el homo ludens, el protagonismo de la mera palabra. El escritor en cuestión puede quizá haber compuesto considerables poemas de amor, o interrogantes a Dios, o verificaciones del paisaje, o metáforas de la existencia; ah, pero si además ha pergeñado algún poema o relato, o ensayo de intención.social, merecerá inmediatamente la etiqueta de comprometido y, en consecuencia, habrá que tirarlo por la borda.

Es claro que, aun en el piélago de la cultura, el que nada no se ahoga, y entre brazada y brazada podrá quizá recapitular la historia de las artes y las letras y verificar que en ella los ciclos se cumplen con un rigor casi matemático: a la denuncia del arraigo sigue la evasión, y al tedio de la evasión sigue el arraigo. Recuerdo que en los años cuarenta o cincuenta, en mi país, los dramaturgos escribían casi exclusivamente sobre temas griegos (Giraudoux era nuestro Kavafis) y los poetas alardeaban de corzas y gacelas. Mientras tanto, arrullado por esos tropos, el país dormía plácidamente la siesta. De pronto, la sociedad estalló, las corzas huyeron despavoridas, los dioses griegos volvieron a sus peanas y la realidad se instaló, incontenible, en las letras, las canciones, el teatro. Aún no se ha retirado, pero me imagino que no sólo las gacelas, sino también los centauros, ya estarán esperando su próximo turno.

Un detalle a tener en cuenta: cuando se habla de escritores comprometidos como instancia previa a su descalificación estética siempre se trata de escritores de izquierda. Los de derecha, que casi a diario lanzan sus dicterios implacables contra las revoluciones populares y apoyan con discreción y una pizca de elegante vergüenza los manotazos del imperio, merecen verdaderos ramilletes de loas y justificaciones y, si se da la ocasión, apoteosis de aniversario. En ese caso, la tajante posición política no es esa bazofia llamada compromiso, sino amor por la libertad, independencia de criterio, firmeza de convicciones, coherencia de actitudes. Beati possidentes.

Después de todo hay una sola pero significativa ventaja que el escritor comprometido le lleva al que elige el descompromiso y la evasión. El primero puede disfrutar de los excelsos productos artísticos del sueño, la magia y el misterio sin que su conciencia o sus prejuicios lo llamen al orden; el segundo, en cambio, prisionero (aunque suene a paradoja) de su evasión, se pierde las maravillas de la realidad, que en definitiva son las de la vida.

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