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Al amparo del Vinalopó

Alfar de los más hermosos botijos de la Península

No pueden negar su pertenencia, en cuerpo y alma, al Mediterráneo. Las tierras del Vinalopó se hacen blancas, resecas y calientes como la cal en llanos y montes. El río da nombre a toda la comarca, y las sierras la dividen en tres agrupando economías y definiendo cultivos. Justo en las tierras más áridas, al este del Vinalopó Mitjá, se encuentran, en medio de lomas tristes y peladas, tres pueblos de características diferentes y todas acusadas.Monforte del Cid, a orillas de la misma carretera nacional que une la capital alicantina con la meseta castellana, es un pueblo extendido que gira en torno a su iglesia, levantada en lo alto siguiendo las pautas barrocas y sobre un castillo moro. Tiene también el pueblo un Ayuntamiento que conserva la primitiva planta del XVI, aunque esté muy restaurado. Pero el principal atraetivo de Monforte son sus destilenas especializadas, además de en la clásica ginebra, en licores defirutas y anises dulces y espesos, envasados en botellas de formas chocantes. A poca distancia, y en una desviación señalada a tan sólo tres kilómetros antes de llegar a la citada población, un lugar que merece figurar entre las curiosidades del país: Orito.

En medio de una ancha plaza

sombreada con pinos, perfectamente alicantina, se levanta el santuario de la virgen del mismo nombre, con una imagen de cuatro centímetros de altura encerrada en un vaso, famosa gracias a la presencia de san Pascual Bailón. El santo se hizo eremita en una cueva situada en la montaña más próxima. Hasta ella se puede subir bien por una pista que se hace asfaltada en los últilmos kilómetros, bien a pie, por otra ladera, los más devotos. Desde la cueva se contempla toda la comarca, los pueblos incluidos en un paisaje de pinos mediterráneos, almendros, y las grandes extensiones de esas villas altas -de aledo- cuyas uvas se protegen cuidadosamente con bolsas de papel blanco para alargar su inaduración. Y, de nuevo en Monforte, hacia Agost, la que fuera una de las poblaciones más prósperas de toda la zona, centro alfarero desde tiempos remotos. Aún hoy la tradición artesana sobrevive, y unos 10 alfares agrupados en las afueras del pueblo realizan cientos de piezas -botijos, cántaros, tinajas- que, desde la estación de Monforte, llegarán a todo el mundo.

EL BOTIJO

El botijo ha sido, sigue siendo, la pieza más representativa de Agost. Ofrece multitud de formas y diferentes fuentes de inspiración. Desde el clásico panzudo y liso, hasta el gallo, pato, barril o mamella. Todos ellos se pueden encontrar hoy en Agost, blancos como el alba. Y cántaros, macetas, pitos curiosísimos (els nisinyols). Y para reponer el antiguo botijo, dos nombres clásicos entre los. muchos que hay para visitar: Emilio Boix Sirvent (calle de las Alfarerías, 7) y Pedro Molla (avenida del País Valenciá).

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