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Tribuna:El asno de Buridán
Tribuna
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Volar en los aeroplanos españoles

Pienso que de cuando en cuando es saludable escribir unas líneas ligeras y aun anecdóticas para combatir el aburrimiento. Veamos de hacerlo hoy.Volar en los aeroplanos civiles españoles es algo tan escandalosamente sencillo que en su misma facilidad pierde casi todo su atractivo, casi todo su encanto. Pero cuando de repente -y al alimón y sin mayor aviso- se junta una huelga de pilotos más, otra nueva subida del precio de los billetes y un balance, un declarado balance, con 5.000 millones de duros de déficit, la opereta comienza a convertirse en drama wagneriano o, lo que es lo mismo, el sainete amenaza con trocarse en tragedia griega.

Quienes viajamos a menudo en aeroplano, tanto por razón de oficio como por afán de aventura o incluso inducidos por irrefrenables tendencias masoquistas, estamos hartos -digamos que casi hartos- de escuchar la eterna cantinela con la que las azafatas en su bella voz melodiosa nos desean feliz vuelo, nos conminan a abrocharnos los cinturones y a no fumar y nos recomiendan seguir usando los servicios de la compañía, sin que, por otra parte, tengamos demasiadas alternativas. Es obvio que por su boca habla la voz de su amo, y que, con cierta frecuencia, ni siquiera la fórmula rutinaria puede impedir el que se les dispare la sonrisa y aun se les esboce la carcajada. Tan amable trato y tan gracioso consejo se convierten, a veces, en el preludio de la búsqueda del equipaje por todos los aeropuertos de España -o de Europa, de América, de Asia o de Oceanía, si hace al caso- o se convierte en el estrambote que remata un par de horas de espera "por causas operativas". Pero sin duda para evitar los malentendidos, la compañía de los aeroplanos se ha preocupado en negociar con los aeropuertos una común campaña de imagen que es capaz, desde luego, de asegurar al viajero que se encuentra como en su propia casa y aun mejor.

Las terminales de los aeropuertos españoles suelen ser unos hangares sucios y mal discurridos y peor hechos, con un servicio por lo general hosco y malencarado -salvando todas las excepciones que se quieran, que conozco empleados de uno y el otro sexo que son un dechado de amabilidad y buen deseo-, butacas de plástico similcuero, bares caros e incómodos y un aire acondicionado incapaz de imponerse a las servidumbres climáticas exteriores. Parecen estar diseñados para que el viajero se sienta en ellos todo lo más a disgusto posible y, en consecuencia, agradezca el que le saquen de allí sea como fuere, que suele ser casi siempre mal.

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Los aeropuertos son, tal como dicen los cursis y los obedientes, la puerta de España, el escaparate de España. Aquellos extranjeros que no sean ingleses aprenderán rápidamente lo que es hacer cola cuando el pasaje de un jumbo o un DC- 10 tenga que alinearse ante una única ventanilla para mostrar sus pasaportes, mientras los funcionarios que podrían cubrir las otras tres comentan los avatares de la selección nacional de futbol. Si los turistas consiguen pasar la barrera durante el tiempo que les quede de vacación aprenderán a ojear, acechar y atrapar las maletas en una diabólica cinta continua trazada para que el equipaje se amontone y se caiga por las esquinas, bajo un letrero que indica siempre un vuelo diferente y que llegó horas o días antes. Los mozos de la compañía contemplan el espectáculo de la acumulación de maletas con un gesto indiferente digno de los mejores alumnos del nihilismo, mientras se desentienden, si se les requiere, aduciendo que su función allí es otra muy distinta. De hecho, el aeropuerto español es un cobertizo más o menos pretensioso, colonizado por empleados que siempre tienen una función dispar a la que sería necesaria.

Gracias a tan oportunas facilidades, nadie puede llamarse a engaño: dos horas y media de viaje son capaces de conducir a un mundo que se autocalifica orgulloso de "diferente" y mide la diferencia en términos de porquería, achuchones y retrasos; a veces con la necesidad de aplicar grandes esfuerzos a la tarea, pero siempre con la satisfacción del deber cumplido. Insisto en que no es labor fácil. Por ejemplo, cuando se ha tenido a los pasajeros 10 o 15 minutos dentro del avión, con los motores y el aire acondicionado detenidos y a pleno sol se ha conseguido luego embutirlos en un autobús apto para la mitad de los que allí se meten -gracias al truco de frenar y acelerar bruscamente para estivar al personal- y se ha cruzado varias veces el aeropuerto con el fin de que los recién llegados vean mundo, parece que no puede mejorarse la faena. Craso error.

Al menos en el aeropuerto de Palma de Mallorca, que uso a menudo por razones obvias, algún genio de la logística ha decidido tener permanentemente cerrada una de las hojas de cuanta puerta doble de acceso existe, con lo que se consiguen notables experiencias de apelotonamiento de los pasajeros anteriormente sometidos a las otras artes de la lidia. Parece ser que la medida se mantiene "por razones de seguridad", aun cuando no resulta diáfano a qué seguridad se están refiriendo, ya que para abrir la media puerta cerrada bastaría con un puntapié.

Pienso que todo el invento corresponde a una campaña similar a la que se está llevando a cabo para convencernos de las ventajas de permanecer en las organizaciones de defensa occidentales, esto es, como muestra de sovietización a la manera indígena. Porque si los aeropuertos son algo destartalado, cochambroso, ineficaz y ruinoso; si la compañía de los aeroplanos sigue miméticamente tales condiciones, y si todo ello es el resultado de la planificación estatal, más vale que acabemos con las veleidades del Estado benefactor. Cierto es que en Suiza, por ejemplo, o en el Reino Unido, o incluso en la terrible Francia, las cosas transcurren por muy diferentes cauces, pero es probable que todo se deba a muy extrañas maniobras de la masonería. Aquí, con 25.000 millones de peseas de déficit tenemos una de las más pintorescas compañías de aviación del mundo civilizado y quizá -y ya que estamos metidos en harina- del que queda por civilizar. Se me ocurre una pregunta ingenua: ¿Qué déficit habría si esa compañía funcionase bien?

Copyright Camilo José Cela 1984.

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