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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La ley de Reforma Universitaria

Este periódico saludó en su momento el proyecto de ley de Reforma Universitaria (LRU) como una auténtica promesa de renovación de la vida universitaria española. La urgencia, y prisas, el secreto y el enrocamiento del ministro Maravall no se acababan, sin embargo, de entender. No parecía el procedimiento más adecuado para plantear seria y rigurosamente la renovación de un cuerpo que, como el universitario, ha andado renqueando desde hace siglos. Lo cierto es que cuando la ley por fin fue hecha, su periódico tampoco pareció poder ocultar una cierta decepción. No es que yo crea que una renovación profunda pueda hacerse por ley, pero lo cierto es que aquella ley resultaba poco más que aquel que un mero reglamento de profesorado. En la jerga ministerial, con todo, parece responder a lo que se entiende como una reforma razonable. (Cuando en la actual legislatura se oye hablar de algo como razonable se agarra uno fuertemente a la silla, al igual que se echaba a temblar uno en la anterior cuando para no importa qué se invocaba lo del "modelo de sociedad"). Un viejo tipo este de deslizamiento se mántico para explicar lo difícil por lo más difícil todavía, o, en todo caso, lo simple por lo complejo, siempre y cuando la realidad resulta demasiado evidente.Era el procedimiento y la forma propia de una vuelta por sus propios fueros de la organización gremial universitaria. El espíritu y la letra de este reglamento de profesorado no lo constituye el reconducir la universidad a la ciencia, sino la ciencia a la universidad. No importa cuál sea el sistema de producción intelectual y científica

La segunda parte de la historia es más diáfana. Fallada la ley, había, al parecer, que confiar en los claustros. Y los claustros, no se sabe bien cómo, fueron también hechos. En la Complutense, por ejemplo, los 500 claustrales previstos se transforman en 1.000. Lo cualitativo se transforma aquí en lo cuantitativo. Es la lógica de toda restauración. Lo realmente gremial se convierte en lo formalmente gremial. La Prensa canta los resultados: la izquierda, barrida del claustro de la Complutense. En su ingenuidad, la Prensa pone al descubierto el invento. A los palos que recibe uno en lo privado de la vida académica se une ahora la legitimidad de los mismos en lo público de la proclama. Uno queda anonadado. Según ley, debo ser de izquierdas por estar desposeído de ciencia. El corolario, más que razonable, es contundente. La ciencia es cosa de derechas. La ciencia es ciencia infusa. Una gno- Pasa a la página 10 Viene de la página 9 sis pedestre, ciertamente, la que promueve la ley Maravall; pero es un desespero también andar toda la vida "con un candil en la mano...". El dilema es dramático.

Ahora resulta que lo de menos es quién pueda salir rector (de la Complutense). La verdad es que hasta aquí uno llegaba. Hay una intercambiabilidad total entre los rectores razonables. Cuantos más nombres proliferan, más se realiza la intercambiabilidad entre ellos; más discrecionalmente puede actuar el dedo ministerial. Más se realiza la razonabilidad. Pero lo que no puedo llegar realmente a entender es lo que en su (de ellos) editorial se postula como consecuencia, que lo importante ahora son los estatutos. Esta lógica se me escapa. Ciertamente no puedo llegar a entender cómo los estatutos de la Complutense pueden llegar ya a ser diferentes, por no decir otros. / (Universidad Complutense).

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