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Tribuna
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Lo saben

Lo peor de todo esto es que no sepamos por qué quieren matarnos. A poco que se mire, somos más dóciles que nunca, se nos han desgastado los odios ideológicos, soportamos la crisis con un tono casi enternecedor y, en ámbitos cada vez más amplios, lo mismo da ocho que ochenta. Pero se conoce que aun así quieren matarnos. Puede ser que precisamente les irrite nuestra benevolencia. ¿De modo que para eso se han gastado miles de millones de dólares y de rublos? ¿Para que ahora nos vean tan abúlicos, en guisa de melindres pacifistas? Les saca de quicio nuestra actitud. A estas alturas del armamentismo deberíamos latir enardecidos. ¿Un arsenal para sembrar mil Hiroshimas en el mundo? Pues bien, adelante. Ojalá tuviéramos ciencia y medios para provocar cien mil Hiroshimas y acabáramos de una vez con la pesadilla del enemigo.Parecen tener muy claras las cosas estos altos gobernantes. Aquí abajo no vemos tantos enemigos, y, si llega el caso, con el peor de ellos no se nos ocurre otra medida armamentística que no invitarlo a cenar más. Todo lo contrario, nos gustaría conocer más mundo, ampliar las amistades, alternar... Con toda seguridad que esta disposición ha de contrariar mucho a nuestros jefes. La verdad es que no somos conscientes de con quién nos la estamos jugando. Distraídos como vivimos con el paro y el IPC, el colegio de los niños o el cambio del anticongelante, olvidamos el temple de los mandatarios. Y más aún, sus tenaces obsesiones sobre la conflagración mundial que no sólo puede terminar con el planeta sino incluso con todo el turismo vacacional del año próximo. Es evidente que debe ponerse mayor cuidado. Fíjense que quieren matarnos.

Dedicando, como hemos dedicado, la atención a nosotros mismos, su esbozada voluntad de aniquilarnos ha llegado a parecernos injustificada. Pero, siendo ecuánimes, no se puede descartar la eventualidad de que hayamos contribuido a ello. Abominamos de estos jefes, no les otorgamos un ápice de nuestra representación, les tildamos de dementes, los repudiamos, los odiamos. Es predecible que sus servicios de inteligencia les hayan informado al colmo. ¿Cómo extrañarse, pues, de que piensen en exterminarnos?

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