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El barrio de El Peñascal, casi sepultado por una avalancha de piedras, agua y tierra

Semisepultado por un verdadero alud de piedras, agua y tierras que le mantuvo aislado totalmente durante 72 horas, y que ahora se está endureciendo, el barrio bilbaíno de El Peñascal se enfrentaba ayer a dos grandes problemas: el sanitario y técnico. Agentes de la Ertzaina daban su primer batida para limpiar la zona de animales muertos, que han producido ya el primer caso de rabia en una niña de tres años, en tanto pervivía el peligro de propagación de focos infecciosos a causa de los productos cárnicos y alimentos almacenados en los comercios del barrio, invadidos por una masa compacta de tierras y escombros. Cientos de vecinos evacuados, de los 5.000 habitantes del barrio, esperan el dictamen técnico para saber si pueden ocupar o no las casas que han quedado en pie.

Farmacia, bar, pescadería, garaje y carrocería. Los distintos rótulos que emergen entre piedras y escombros indican el nivel de la masa pétrea, de una altura de entre tres y cinco metros, que ha dejado posada la avalancha torrencial en la única calle y vía de comunicación del escarpado barrio de El Peñascal. Esta misma imagen se repite en la parte alta de la zona de Recaldeberri, que sirvió de desembocadura a la enfurecida tromba procedente del monte Pagasarri.La grava y la piedra de una cantera, el material y utillaje de una planta hormigonera, los bidones de alquitrán y brea de una empresa de aglomerados, que tienen sus instalaciones en la ladera del monte, fueron arrastrados, junto a vehículos, objetos y enseres que comenzaron a invadir el barrio a media tarde del pasado viernes bajo los efectos de la crecida de las aguas, aumentadas por el desbordamiento de una presa empleada en la explotación de la citada cantera y la rotura del canal subterráneo del río Elguera, que tiene su lecho en la zona antes de atravesar la capital vizcaína.

"Un enorme estruendo y el ruido producido por el choque entre piedras, vehículos y casas fue lo más impresionante", relata Elena García, perteneciente a la asociación de familias del barrio. Elena García se encontraba, junto a otros miembros de las asociaciones de familia y padres de alumnos y entidades del barrio, entre el grupo de personas que atravesaron el monte y los obstáculos encontrados en el camino, hasta que llegaron, en la tarde del domingo, al Gobierno Civil de Vizcaya "para pedir ayuda, porque oíamos por la radio que se informaba sobre la situación de distintas zonas, incluido el barrio de Recaldeberri, pero nadie hablaba de El Peñascal". Con la gestión de este grupo de vecinos llegaba, a última hora del mismo día, un camión del Ejército con algunos víveres para los vecinos. Los establecimientos alimentarios, como el resto del comercio, se han perdido totalmente.

A la vista de las secuelas producidas, cinco días después del inicio de la catástrofe "es difícil explicar que, hasta el momento, no se hayan contabilizado pérdidas humanas, si no fuera por la ayuda mutua que nos prestamos los vecinos desde un primer momento", opina Ángel Colina, que había solicitado ayer permiso a la empresa de transportes urbanos, donde presta sus servicios como conductor, para continuar con las tareas de ayuda al barrio.

"Valiéndonos de cuerdas, martillos y cualquier herramienta que pudiéramos encontrar, dando gritos de ventana a ventana porque no nos podíamos oír los unos a otros a causa del ruido, fuimos tirando tabiques y pasando de una vivienda a otra hasta salir, a través de las casas más pegadas al monte, hacia las zonas más seguras", recuerda Fernando Gallastegui en el bar Centro, en la parte alta del barrio, mientras participa en distribución de agua y alimentos.

"Yo estaba en mi casa con mi marido, mis dos hijos y una cuñada, y creí que me quedaba encerrada, hasta que nos decidimos a salir al agua", cuenta entre sollozos Consuelo Garay, que compartía con otra familia una casa que ha resultado totalmente arrastrada por las aguas, al lado de la iglesia del barrio. El entresuelo del templo es ahora mismo un almacén de vehículos amontonados, bajo un cartel donde todavía se puede leer "Se prohibe aparcar" colocado en la pared de la parroquia de la Resurrección del Señor.

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Hay que rehacerse

"Al principio la gente estaba aletargada porque se ha perdido mucho, pero ahora todo el mundo empieza a pensar que hay que rehacer la vida", comenta Félix Gálvez, de la Asociación de Padres de Alumnos, encargada de controlar el suministro alimentario. Instalado en una explanada al aire libre, "que las mujeres del barrio cubrimos de cemento para que los niños pudieran tener algún sitio donde jugar", el improvisado equipo de intendencia distribuye entre el vecindario, previa presentación rigurosa del libro de familia, los bonos necesarios para la recepción de los alimentos. Otra de las iniciativas populares ha sido la formación de patrullas de seguridad que recorren el barrio durante la noche para impedir cualquier acto de pillaje, ante algún caso aislado producido en el barrio."Necesitamos también que nos informen sobre las condiciones de habitabilidad de las casas, porque tememos que buena parte de ellas puedan derrumbarse, una vez desalojados los escombros y piedras", afirma la representante de la asociación de familia.

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