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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Kissinger

Mistress Thatcher quiere -quería- que le traigan la horca y Reagan quiere que le traigan a Kissinger. Cuando la derecha se pone moderna, siempre acaba sacando de los buhardillones de la Historia las pamelas de la abuela y las pistolas pavonadas y damasquinadas del abuelo. Fraga toma café con el presidente González y se vuelve a su Moncloa de mentira, en Génova, tan contento, porque ha deducido que el Gobierno socialista va a aplicar, realmente, el programa de AP, en lugar del suyo propio. El optimismo fúnebre de la derecha internacional es inextinguible. Tirant lo Fraga le habrá dicho a Todman, en la despedida, que se puede ir tranquilo: tenemos un Gobierno abultadamente ganador que va a aplicar el programa de los perdedores. Me llamaron de Pueblo, por la tarde, para preguntarme qué pensaba del 18/J: "Pues ahora caigo, oiga, que estamos a dieciocho de julio. Yo es que nunca sé en el día que vivo". Parece que el Valle de los Caídos ha sido cerrado a la retronostalgia. Uno piensa que todo el mundo tiene derecho a sus nostalgias, siempre que no las exprese a ostraspedrín, pero uno (jamás condescenderé a ese hortera que sustituye la primera persona del periodista en casi todos los periódicos: "Llegas al trabajo y te ves alienado por el jefe") piensa, asimismo, que cuando la derecha/derecha se pone de acuerdo, una vez al año, para un picnic o kermesse heroica a través del futuro, acaban siempre en 10, Downing Street, en el apartamento de Kissinger o en Cuelgamuros. Montañas nevadas, banderas al viento. Y Kissinger en camisa y absolutamente perdida la cintura que nunca tuvo.De chicos nos hacíamos cinturones con los cuproníqueles que íbamos robando a nuestras tías, cinturones que en su momento servían de látigo contra otro chico (ahora usan cadenas: no se ha inventado nada, la juventud avanza hacia atrás, como el jovencísimo Reagan). Kissinger se hizo un cinturón de países orientales y latinoamericanos, de países europeos, para su vasta cintura de solterón trabajado por los peores menús diplomáticos del mundo. Luego casó con aquella adulta de dulce melancolía de caballo, en el rostro, y el matrimonio (como pasa siempre) ha llevado su cinturitis a tales perimetrajes que tuvo que tirar el cinturón con mapitas de países incondicionales, y ahora usa botonadura delantera, que las cremalleras relámpago también fallan mucho, en los gordos, y, en cuanto uno se sienta, le dejan en bolas. Precisamente un Kissinger desembolado es lo que quiere Reagan, para que el ex secretario de Nixon se desprenda de la dulzura equina de su santa, vuelva a ceñirse el cinturón vaquero con chapitas de países como chapas de cocacola (ha engordado, pero también ha añadido países al cinturón imperial), y se dé una pasada por Contadora, Cancún, Centroamérica, Nicaragua y la boina de Ernesto Cardenal.

El plan Marshall/Kissinger/ Reagan es el consabido pastel de cerdo (con cerdo de la noche anterior), a repartir entre los países conflictivos, y si no hay pastel para todos, ya se encontrarán algunos botes de maíz híbrido que hayan dejado en la calle los niños/cinco cereales de Brookling, ya saldrán por ahí algunos cartones de leche condensada que hayan olvidado los marines de la Sexta en algún puerto, al atardecer, y algún paquete de mantequilla desusada que a los matrimonios norteamericanos les sobra desde que se pasó de moda El último tango y se le descubrió, a un Marlon Brando que también ha perdido la cintura, que iba de menorero en su isla roussoniana.

Lo más alarmante, en esta hora del mundo, es que la Derecha no tiene nada que inventar, nada que vender. Cuando se ponen a pensar es peor. Se les ocurre la horca, el Valle de los Caídos, Kissinger. La vuelta de Kissinger es como la de King Kong al cine: una mala reposición sangrienta.

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