El plan del Gobierno socialista
Últimamente no se habla más que del plan; del que tienen Miguel Boyer, Miguel Ángel Fernández Ordóñez y Miguel Muñiz.No hay conferencia de prensa, almuerzo informativo o desayuno de trabajo, sea cuál fuere el motivo de la convocatoria, en los que no proliferen preguntas sobre él.
El plan de los migueles se agiganta por momentos y aparece bien como el salvador de la patria o como el terrible Leviatán, celosamente ocultado por los socialistas bajo su piel de cordero; sirve para todo y se moldea al gusto de cada cual. El hoy es malo, pero mañana vendrá el maná cuatrienal que nos redimirá de todos nuestros pecados.
Y lo curioso del caso es que el plan no existe, lo cual demuestra la poderosa inteligencia de los planificadores.
Aquí no se venden cuadros macroeconómicos; los sectores prioritarios son todos para no ofender a nadie; los elaboradores, cuantos se quieran apuntar; no hay, más programas de inversiones que los que se digna hacer cada ministerio; no es vinculante para el sector privado -por supuesto-, pero tampoco es indicativo; ni siquiera es vinculante para el sector público -como los de López Rodó-, porque ya se sabe que no se sabe lo que puede saberse. Ni siquiera tendremos un -imponente mamotreto encuadernado en piel. Por no ser, no será ni quinquenal, ni, a pesar de lo dicho, cuatrieñal, porque cuando esté terminado sólo quedarán tres años de lánguida y vaporosa presencia.
Pero sería un error tomárselo a broma; precisamente porque no existe está en todas partes y jugará un papel estrella, pues es bien sabido que no hay nada más útil que los mitos, y éstos, cuanto menos acabados, mejor.
El plan servirá, eso sí, para estimular la confraternización entre las distintas, y a veces distantes, instancias de la Administración. Para ello, mejor reunirse a comer en ocurrente tertulia que juntarse en severas comisiones de trabajo qué sólo sirven para fabricar papeles inútiles y funcionarios costosos. Y desde luego, el plan contribuirá a evitar disfuncionalidades y contradicciones entre los distintos ministerios. Aunque los planificadores sólo lograran este objetivo, habrían justificado sus sueldos y sus menguados presupuestos.
Y, por añadidura, nos ofrecen ese toquecillo utópico sobre lo que podría ser la sociedad española en el horizonte de 1987; y un poco de utopía es lo que está pidiendo a gritos este sufrido pueblo nuestro.
, 16 de mayo