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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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¿Qué queda del feminismo?

Algunos años después de la democracia en libertad, la lucha feminista en España está, por lo menos, desorientada. Las diversas corrientes que la impulsaron a atravesar los canales de las manifestaciones prohibidas, de las asambleas paralegales, de las asociaciones sin permiso, de las reuniones interminables para discutir si feminismo puro o impuro -léase política-, si lesbianismo o heterosexualidad permitida, si partido o asamblea, si doble o única militancia, se han disuelto en el maloliente pantano de todos los tópicos, de todos los desencantos, de todos los aburrimientos.Las militantes de base pensaron que la fiesta que comenzó en 1975 sería interminable; pero hasta las fiestas cansan, y una madrugada se despeja una de los vapores alcohólicos y los entusiasmos nocturnos y decide marcharse a su casa a hacer limpieza y a recoger al niño, que llora de hambre con los mocos pegados a la boca. Otras entusiastas e ingenuas -las que antes, en términos políticos, llamábamos sectarias- se propusieron hacer la revolución feminista -ioh, cuántas veces resonaron estas dos palabras en boca de las que poco más tarde se dedicarían a expulsar a sus compañeras de los colectivos, a brindar con champaña cuando Vindicación Feminista tuvo que cerrar su puerta y a parir niños mediante el sistema psicoprofiláctico!-, más o menos, en seis meses de asambleas interminables, en las que había que decidir si la República era una forma de Estado.

Quedaron las de siempre y algunas más, recogidas en aquel río revuelto, que eran o políticas o feministas. Siempre la misma esquizofrenia. Las políticas se quedaron, o volvieron, o se arrejuntaron a la sombra de los políticos de toda la vida. Bajo las siglas de uno u otro partido, afirman que ellas también hacen feminismo. El también no sabemos cómo va cuando el partido -el suyo- dice que no hay más aborto en el mercado que el que se ve, y que si se le critica no da más dinero, por ejemplo. Y ellas dicen que lo comprenden, aunque a título personal están en desacuerdo; pero que, claro, a nivel de partido hay que seguir las consignas. La esquizofrenia manda, y ellas siguen en el partido porque el compañero está allí, o porque a la vera de esas siglas alguna vez cae una dirección general.

Hay otros partidos, claro. Unos que ni fu ni fa, porque para eso ya resolvieron hace mucho tiempo su contradicción "en el seno del partido", y sus mujeres siguen haciendo café y vendiendo banderitas en las fiestas, tan contentas. Otros tienen hasta una mujer en su ejecutiva; otros hacen feminismo porque si no ¿qué harían? Y sus mujeres, que ejercen de feministas orgullosamente desde hace cinco años poco más o menos, están tan imbuidas de su importancia en el mapa autonómico español que quitan y dan aprobados y sobresalientes de feminismo a éstas y a aquéllas; sobre todo, a las que se han despellejado los nudillos escalando durante toda la vida la abrupta cordillera machista del país.

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Las mujeres normales, como me decía una ingenua en mi propia cara, no oyen, ni ven, ni entienden. Ni siquiera sirven para escribir cartas a favor de un aborto más generoso con sus necesidades. Militantes, militantes, son, más los contrarios al aborto que a favor.

Y de nuestras hermanas, ¿qué?

Quedaron, durante un tiempo que ya no volverá (cuando no avergonzaba llamarse feminista), las intelectuales y las artistas. Después, cuando las direcciones generales se reservaron para las que no son tan brutas, unas y otras empezaron a escurrir el tipo. "El feminismo fue una moda interesante", declara una escritora en la radio. "Yo no escribo, o pinto, o trabajo, o produzco como mujer, porque el arte -o la literatura, o el trabajo, o la producción- no tiene sexo afirman rotundamente otras. "Yo no me he encontrado nunca con problemas por ser mujer. Las dificultades en mi sector son iguales para los hombres que para las mujeres", asienten las terceras en los podios nacionales e internacionales donde las invitan. ¿Qué fue de las amazonas que invadieron las calles, y las asambleas, y las reuniones con sus gritos, sus pitos y sus declaraciones estentóreas sobre la revolución feminista?

Muchos repiten que éste es un fenómeno que asola el mundo entero. Ni las Women's Lib, ni las furiosas italianas, ni las eficientes británicas, ni las pomposas francesas siguen hoy en pie de guerra como hace 100 o 10 años. Afirmación cierta, pero comparación desigual. En nuestra España, este país hundido en las penumbras, las rencillas, los agravios y los honores de los godos, de los moros, de los hijosdalgo, de los héroes y de los villanos, en una eterna representación de los dramas románticos decimonónicos, en una perpetua reedición de la vida de La regenta, el feminismo es tan vergonzante y ramplón como lo fue en todos los años del siglo, hundido en el anonimato frente al movimiento sufragista que incendió el mundo.

Hace 15 años escribí que la española de principios de siglo era casi analfabeta, sucia y embrutecida. Empleada en la crítica y la maledicencia, y ocupada en educar a sus hijas en el mismo sistema. Beata sin religiosidad, gazmoña sin atractivo, pero tan honesta...

Hoy lo ratifico, sólo que en vídeo y tecnicolor.

¿Cómo comparar la nuestra con la batalla por la legalización del aborto que desarrollaron durante 10 años las británicas, cinco las italianas, tres las francesas, y en cuya apasionada lucha implicaron a toda la sociedad hasta conseguir que cada legislación fuera más progresista que la anterior? En un país tan católico y más antiguo que el nuestro, como Italia, ni siquiera la Democracia Cristiana, que llevaba gobernando 30 años, se atrevió a plantear una ley de aborto tan mínima como la de nuestro ministro de Sanidad. En España, cualquiera se atreve a todo. Al fin y al cabo, todos lo soportamos todo.

En Estados Unidos, país donde nació el movimiento feminista, por ser donde siempre comienza la lucha por la libertad, el Women's Lib vive sin duda un reflujo.

En los ochenta, las norteamericanas parecen haber vuelto a sus lares, domesticadas y contentas, como sus madres lo hicieron en 1945 al regreso de los contendientes de la segunda guerra mundial, cuando abandonaron su empleo en la fabricación de guerra y en el mantenimiento de la retaguardia para casarse y tener hijos, según lo que se llamó el american way of life, el más envidiable estilo hollywoodense de vida.

La gallina y el águila

Pero comparar el reflujo de la lucha norteamericana con la española es comparar una gallina con un águila.

Las españolas, cansadas tras un lustro de trabajo y abúlicamente contentas con las migajas obtenidas en las tímidas reformas legislativas, que les permiten abandonar el domicilio conyugal sin dar con sus huesos en prisión y divorciarse sin derecho real a pensión alimenticia, no pueden comprender que una secretaria pueda perseguir criminalmente al jefe que le hace proposiciones deshonestas si quiere mantener su puesto de trabajo, ¡y que además gane el pleito! La persecución de lo que se llama sexual harrassment (agresión o persecución sexual) es una causa habitualmente esgrimida por las norteamericanas para defenderse del asalto grosero y procaz de los hombres. Como tampoco es imaginable para el ama de casa española que la Seguridad Social se haga cargo de los gastos de su manutención y la de sus hijos, así como de la escuela, cuando se encuentre sin trabajo y el marido no consienta en pagarle la pensión alimenticia por su divorcio, como sucede en EE UU; donde también las parejas lesbianas se exhiben en las grandes ciudades sin rebozo ni rumor público, y ninguna de las conductas sexuales de las mujeres es motivo de escándalo, repudio o sospecha.

Estas y otras muchas ventajas, que convierten a EE UU en una nación civilizada, han sido conquistadas por las feministas en

los últimos 20 años de luchas continuadas. Las mujeres que han constituido los miles de grupos feministas, de los que 422 existen sólo en la ciudad de Nueva York, son las que aportan los fondos precisos para editar los cientos de revistas feministas, montar grupos teatrales, hacer cine, crear becas de estudios para las mujeres mayores, iniciar y proseguir pleitos contra la agresión sexual, enseñar a defenderse de las violencias, montar casas-refugio para las mujeres golpeadas, pleitear contra la discriminación en los empleos y por la igualdad de oportunidades para las mujeres, apoyar la legalización del aborto y su coste a cargo de la Seguridad Social, y luchar por conseguir la enmienda constitucional que afirme de una vez la igualdad entre los sexos en la Constitución de la nación.

Extenuadas entre el trabajo y el hogar

Comparando el nivel de vida y de agresividad que exhiben las mujeres norteamericanas -"la norteamericana pisa fuerte", como dicen las latinas-, las francesas siguen un ritmo mucho más europeo. El peso de los siglos de machismo sigue aplastando los hombros femeninos.

Aunque Francia es el país de las libertades, heroica y sangrientamente conseguidas por su pueblo, sus mujeres no han disfrutado nunca plenamente de las lindas promesas revolucionarias. Bien es cierto que es el país donde las mujeres ganan más. Frente a un 55% de los salarios masculinos que obtienen de promedio los 55 millones de trabajadoras norteamericanas, las francesas pueden alcanzar el 77,4% en el trabajo industrial, con un 92,3% de horas de trabajo en comparación al monto del trabajo masculino. Pero no es precisamente un regalo de la fraternidad ni de la igualdad republicanas. El 83,3% de las mujeres francesas casadas y con cuatro hijos trabaja a jornada completa, pero no obtiene ayuda en las tareas caseras más que del 55% de los maridos, según comunica, entre otros datos, el último informe sobre el trabajo de la mujer en la Comunidad Económica Europea.

La situación de la mujer gala es la de nuestras profesionales extenuadas entre el trabajo del hogar y el asalariado. Muchas más en número, por descontado, puesto que son el monto relativo de más mujeres trabajadoras del mundo, con un 33,9% de la mano de obra agrícola, un 49% de los servicios y un 25% de la industria, y el menor en puestos de relevancia jurídica, legislativa y política de los países desarrollados. Lo que, naturalmente, no impide que posea un Ministerio de la Condición Femenina.

Las italianas

También es cierto que tanto la cuantía de las ayudas familiares a las madres de familia numerosa o a las madres solteras es una de las más altas en el Reino Unido, Alemania Occidental y Suecia, dado que tienen el más bajo nivel de natalidad del mundo, con 1,7 hijos por mujer adulta, frente a los 3,2 de nuestro país. Y que, naturalmente, tampoco a las francesas esos avances sociales les han sido regalados. A la par que un mediano divorcio y un aceptable derecho de aborto -al que las españolas recurren cotidianamente- han sido ganados a pulso por el movimiento feminista.

Las italianas, que parecieron durante mucho tiempo las más perezosas de la Europa democrática -en términos absolutos tardaron 33 años en alcanzar el divorcio, puesto que hasta transcurridos 20 años después de la guerra mundial seguían manteniendo el código civil mussoliniano, y sólo a los 35 años de instaurada la democracia obtuvieron el derecho al aborto, y ello también gracias al apoyo de los partidos políticos-, se despertaron bruscamente en los años setenta, con el empuje de todos los movimientos sociales del momento, y se lanzaron con latina pasión a una lucha brillante y agresiva.

Pero transcurridos los años de los triunfos inmediatos, de las más urgentes reformas legislativas, el impasse llega. Algunos colectivos antes feministas se decantan hoy por el ecologismo o hablan de temas superestructurales, como la locura y el poder, como único leifmotiv. Algún resurgimiento se nota en la preocupación por desarrollar un debate teórico que sólo está en sus inicios.

En Turín se celebran este mes unas jornadas internacionales sobre Mujer y trabajo por primera vez, y por primera vez también en un foro internacional se plantea la reproducción como trabajo. Tema este que todavía no ha podido ser debatido en profundidad en España por la cerrilidad de los partidos políticos y de sus compañeras, que siguen boicoteando, con bastante eficacia, cualquier análisis que intente superar el vacío teórico actual del feminismo.

Causas ignoradas, miedos conocidos

Mas, ¿cuáles pueden ser las causas de este declive, que parece imparable, de aquel movimiento que se extendía como un fantasma aterrador por las ciudades europeas y norteamericanas.

Concluidas, por el triunfo de sus planteamientos, las tareas inmediatas de reformas legislativas y de ayuda a las mujeres desamparadas, las activistas se preguntan: ¿qué hacer? Ante ellas sólo queda el aburrido panorama de seguir curando lesiones maritales, denunciando violaciones y atendiendo niños abandonados o pleitos de divorcio, en una labor mucho más propia de asistentas sociales que de dirigentes revolucionarias.

¿Qué hacer cuando, habiendo ganado los últimos bastiones legislativos y constitucionales, no parece, sin embargo, haberse modificado la situación real de la mujer? ¿Qué hacer cuando, a pesar de tantos esfuerzos durante tantos años, el nivel real de empleo femenino ha descendido en toda Europa; cuando millones de mujeres solamente tienen como medio de subsistencia el matrimonio; cuando hay que volver a impulsar la natalidad porque los países se quedan sin gente; cuando, en fin, el poder sigue siendo masculino? Eva Figes decía en EL PAIS hace poco que el feminismo como ideología importaba poco y que, en realidad, la lucha por la paz era una buena manera de entretener al personal cuando no tenía mejores cosas que hacer. Y yo añadiría cuando no sabe qué hacer.

Y no sabe porque no tiene respuesta a las preguntas que debería hacerse, entre las que es fundamental qué clase de explotación oculta la represión legal y social contra las mujeres. Las reformas legislativas no podrán impedir -como no resuelven la contradicción fundamental entre el capital y el trabajo- que los hombres sigan ejerciendo la explotación económica de las mujeres en el trabajo doméstico, en la reproducción y en la sexualidad; porque las mujeres, en su conjunto, constituyen la más numerosa clase explotada en todo el mundo, y hace tiempo que se sabe que esa clase de problemas no los resuelven los ministerios.

Estudiar este tema, filosófica y económicamente hablando, es el desafío de nuestra época; es la construcción de la teoría feminista que permitirá sobrevivir, enriquecer y avanzar la lucha. Si no respondemos a él, en pocos años nuestras descendientes nos pedirán cuentas, y entonces no nos disculparán ni los miedos, ni las recomendaciones, ni las direcciones generales.

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