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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Nueva moda en Moscú?

CERCA DE LOS míticos cien días desde que Andropov se hiciera cargo del puesto de máximo poder en la URSS es preciso comentar con interrogantes el alcance de los cambios que está introduciendo. Porque no cabe duda de que ha habido cambios. La primera sorpresa fue la rapidez de la sustitución de Breznev: mientras diplomáticos y sovietólogos especulaban con la probabilidad de un triunvirato o una larga etapa de dirección colectiva, en unas horas, Andropov tomó las riendas en sus manos. Y aprovechó los funerales de su predecesor para agotadoras jornadas de conversaciones con dirigentes del mundo entero, con un esfuerzo muy particular de cara a los países asiáticos, empezando por China.De esa manera dinamizó una operación de imagen, en la Prensa occidental, que ya estaba en marcha desde varios meses antes, y que fue facilitada por una especie de infantilismo en algunos periódicos norteamericanos: se comentó mucho que sabía inglés, y que, por tanto, sin duda tenía simpatías por Occidente. Luego resulta que no es seguro si habla inglés o no. En todo caso, la prueba no era muy convincente: quien sí lo habla es Ponomarov, personificación del dogmatismo glacial en el Buró Político... Pero la fiebre pro Andropov que sacudió a Occidente llevó a decir a publicaciones tan respetables como The Economist que, si no era liberal, era "conservador ilustrado".

Cambios ha habido también en el equipo dirigente: no muchos, no espectaculares, pero sí significativos. Personas de la máxima confianza de Andropov han sido colocados en puestos clave, o preparados para ocuparlos: Fedorchuk, de ministro de Interior; Ryzhkov, adjunto del jefe de la Dirección del Plan. Se ha nombrado un nuevo director del diario Isveztia, un nuevo responsable de la propaganda; se han producido numerosos nombramientos a otros niveles. El equipo que apoya principalmente a Andropov en el Buró Político está formado por elementos más jóvenes, como Gorbachov o el recién llegado Alyev, jefe del KGB en Aserbaiyán durante años y luego secretario del partido en esa misma república. Pero, en todo ello parece que ha sido decisiva la opinión del ministro de Defensa y de los medios militares.

Andropov ha dado prioridad a dos temas que preocupaban al ciudadano soviético: la corrupción y la productividad. Aquí sí se han tomado medidas que podríamos calificar de espectaculares: rodear con la policía un supermercado y controlar si los compradores tenían derecho, según su horario de trabajo, a estar de compras y cosas por el estilo. A la vez, una campaña contra el alcoholismo y el absentismo laboral. A pesar de su carácter policiaco, esas medidas no han sido impopulares; el soviético de a pie ha tenido la sensación de que la lucha contra la corrupción se llevaba a cabo también en las alturas, y ello ha coincidido con ciertas mejoras en el abastecimiento, explicadas como el resultado de que se ponía fin a depósitos irregulares. Se ha creado así una sensación de mayor disciplina, de mano dura. No sólo en la economía, también en la política y en la represión de las libertades y los derechos humanos: las medidas contra los disidentes no sólo no han cesado, sino que se han reforzado en ciertos casos.

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Ha habido también un cambio de estilo, que se manifestó desde los primeros discursos del nuevo secretario: menos citas de Lenin, de los textos sagrados; formulaciones más concretas, menos ideológicas. Por primera vez, la Prensa informa algo sobre las reuniones del Buró Político. Andropov, visitando lugares de trabajo, hablando en tono más directo, ha dado una impresión de activismo, en contraste con el inmovilismo brezneviano. No son gestos vanos, indican hacia qué público se dirige, en qué sectores busca su apoyo. La Unión Soviética se encuentra en una fase en la que, inevitablemente, miles de cuadros que han pasado de los sesenta años tienen que ser sustituidos por más jóvenes; un problema de generaciones está planteado; y Andropov busca un consenso, un apoyo, en esos sectores (la generación de los cincuenta años). Se trata de personas que no han conocido, prácticamente, la etapa estaliniana, están menos ideologizadas y son más pragmáticas.

Ese mayor activismo de Andropov no parece indicar una apertura hacia reformas políticas. Pero sí la intención de consolidar un poder que es, por definición, autoritario y burocrático, en sectores sociales de más alta cultura, más modernos y dinámicos. Carece de sentido hablar de si Andropov es más liberal o no que Breznev. Pero lo que sí es Andropov es una persona mucho mejor informada. Y más información significa más poder real.

Los obstáculos con los que se enfrenta este nuevo activismo son muy importantes. La prueba más visible de ello es que, al cabo de cien días, aún no se haya resuelto la elección del presidente del Soviet Supremo (o sea la jefatura del Estado), cargo que Breznev desempeñaba junto con la secretaría general del partido.

Sobre la base apuntada en los párrafos anteriores descansan las iniciativas de Andropoven política internacional. Interpretarlas exclusivamente como maniobras para dividir a Occidente sería demasiado simplista. Es muy probable que, al menos en esta etapa en que necesita confirmar su poder, tenga un interés real en lograr acuerdos que permitan cierta distensión y no obliguen a mantener, y menos a aumentar, la terrible carga que los gastos militares representan para el desarrollo económico soviético. No hace falta aceptar la imagen de liberal para pensar que en la política exterior de Andropov puede haber un voluntad de avanzar en la solución de problemas que, como el de Afganistán, son verdaderas gangrenas para la Unión Soviética.

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