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Tribuna
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La gangrena terrorista

El terrorismo produce un mal inmediato y brutal a los que son sus víctimas directas pero al mismo tiempo, como una gangrena maligna, destruye lenta e insidiosamente el cuerpo social en el que se inserta. Como una antítesis de aquel rey Midas que convertía en oro todo lo que tocaba, el terrorismo inficiona y transforma en basura todo lo que le rodea: conciencias, ideas políticas, Gobiernos, sentimientos morales e instituciones. Pero, por una especie de justicia inmanente, lo primero que destruye es el propio terrorista y el mundo que le alberga.Imposible identificar a los vascos míticos de nuestra juventud -deportistas, jocundos gastrónomos y paradigmas del gigante noble y bonachón- con los jóvenes abertzales de hoy, que asesinan por la espalda a viejos militares jubilados. Los gudaris que yo conocí en los azarosos años de la guerra civil no hubieran nunca rematado en el suelo a su enemigo vencido. El País Vasco y sus hombres son hoy una imagen rota para el resto de los espafíoles, de muy difícil recomposición. Así, resulta que la convivencia entre los hermanos de esta vieja y conflictiva piel de toro es uno de los primeros sentimientos destruidos por el cáncer del terrorismo. Pero este cáncer, al nacer en la propia carne del terrorista, no puede por menos de destruir también la conciencia del que empufla el arma homicida. No se mata sin que algo muera en el interior del verdugo. Además de este trauma ineluctable, el aislamiento y la clandestinidad acaban por encerrar al terrorista en una siniestra caverna de Platón, desde la que no se divisan más que sombras deformadas de la realidad. Por eso, como se ha querido hacer a partir del último crimen de ETA, es inútil tratar de explicar racionalmente su conducta política puesto que ésta navega entre la incoherencia y la paranoia. Posiblemente, sus componentes se encuentran atrapados en esa famosa espiral de la violencia y todo su discurso se limita a estereotipos mentales y aberraciones estratégicas. "Cuando un grupo ha recurrido sistemáticamente al terrorismo", decía el conocido periodista francés Claude Roy, "hay grandes posibilidades de que su vida política a la luz del día no sea más que una continuación del terror por los mismos medios". Consecuentemente, hasta el lenguaje de ETA y sus seguidores ha acabado por reducirse a la estricta funcionalidad de la violencia. Y este fenómeno se da lo mísmo en la extrema izquierda que en la extrema derecha. Entre el "¡ETA, mátalos!" y el "¡Se sienten, coño!" exiten más similitudes de las que puedan sospecharse.

Ataque a las ideas morales

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Otra de las corrupciones que el terrorismo procluce, y de las más lamentibles, es que ataca a las propias ideas morales. Los que siempre han defendido la supresión de la pena de muerte vacilan ahora al ver cómo los terroristas condenan a sus víctimas a la última pena, sin apelaciones ulteriores ni abogados defensores, y las asesinan -las ejecutan, según ellos- con lo que asumen con toda conciencia la destrucción del edificio del abolicionismo, tan laboriosamente construido. Y en cuanto a la tortura, contra la que se pronuncian tan vehementemente los terroristas, olvidándse de la que ellos infligen a los secuestrados, a los que matan y a sus seres queridos, también la gangrena está corro yendo los sentimientos de las buenas conciencias en cuanto a ella se refiere. No sólo hay ya gente del pueblo que la pide y otros que la disculpan, sino que empieza a perfilarse una justificación teórica de la misma que se arropa incluso con ropajes filosóficos. Tal es la intención del famoso artículo de Michael Levin, La cuestión de la tortura, aparecido ha poco en la revista Newsweek. Su tesis es que la utilización de la tortura, en cuanto vaya encaminada a rescatar vidas de las manos del terrorista aprehendido no sólo es justifica ble sino que, según propias pala bras del autor, es un mandato moral. En esencia, lo que defiende Levin es que el honesto ciudadano debe mantener impoluta su conciencia dejando en las manos de una policía eficiente el doloro so deber de torturar a los malva dos para bien de la sociedad.

Esta gangrena moral producida por el terror alcanza ya, la mentablemente, a las propias democracias. Para los Gobiernos, el terrorismo es excelente excusa para reforzar sus métodos represivos, y la experiencia nos demuestra que atrae al golpe de Estado como la miel a las moscas. El caso de la República Federal de Alemania ilustra ejemplarmente lo dicho. Con esa metódica frialdad técnica, tan germana, que a veces no sabe uno si es más de temer que el propio terror, van a acabar pasando por ordenador a todos los ciudadanos de su país, controlando no sólo sus ideas políticas sino los últimos rincones de su personalidad. Pero cuando la llamada violencia institucional adopta el proceder de los terroristas, vemos cómo instituciones tan respetables como el ejército se deshonran recurriendo a la tortura como procedimiento rutinario policial y a la eliminación física como substituto del juicio legal. Eso es lo que hicieron conspicuos generales franceses en Argelia, sembrando de muertos bajo tortura la kabilia, y lo que han hecho esos elegantes y cristianos mandos militares de Argentina, Chile y Uruguay. El lodo y la sangre que sobre sus uniformes están arrojando esos desaparecidos que aparecen en cementerios clandestinos salpica irremediablemente a la institución militar de todos los países.

Finalmente, el terror acaba enlodando el auténtico espíritu revolucionario al identificar la vesania y la crueldad con la lucha armada por la libertad de un pueblo. Y esa asimilación es una útil coartada para los países opresores, que ponen al mismo nivel a los violentos que se refugian en el terrorismo urbano porque no poseen la fuerza popular suficiente para ir a una guerra abierta y a los pueblos que luchan contra la opresión, cual fue el caso de Cuba, Vietnam o Nicaragua, sin descender al terrrismo indiscriminado.

Inútil es, repito, tratar de obtener datos en los que basar un tratamiento político del problema de ETA. Posiblemente, ni sus propios dirigentes sepan ya si matan sólo para tener un podium, ensangrentado pero dos palmos más alto, desde el que poder negociar con ventaja, si buscan el golpe militar y la represión subsiguiente que pudiera transformar sus mandiles de matarifes en uniforme de héroes, si persiguen una independencia tutelada por la burguesía y el clero o una república comunista con soviets pero sin electricidad. O lo que es peor aún. Si son, simplemente, el brazo armado mercenario al servicio de alguien que lo mismo puede estar en el Este que en el Oeste; entre la extrema izquierda como entre la extrema derecha. No olvidemos lo que hace unos días comentaba el diario vasco Deia: "Hay una última pregunta", decía, "que nos hacemos en voz alta y que se hace mucha gente: ¿A quién benefician todos estos asesinatos desestabilizadores? A Euskadi, desde luego, no. En cambio, la derecha más reaccionaria se frota las manos. Este es un dato que algunos deben reflexionar...".

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