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The Pamplona Connection

Cada año, un grupo de norteamericanos oficia en la capital navarra la liturgia de los 'sanfermines' tal como la popularizó para el mundo uno de sus más celebrados escritores

Ernest Herningway escribió el guión para los sanfermines y, cada año, sus compatriotas lo representan, a veces, hasta la parodia.Destacan entre otros miles de extranjeros en Pamplona: más altos y fuertes, más rubios, de algún modo incluso más limpios. Algunos han llegado en nuevas y poderosas motocicletas recogidas en la fábrica de Alemania como premio de papá por haber terminado sus estudios.

Los más jóvenes y atrevidos corren en el encierro o, al menos, vuelven después a los cafés y les cuentan a sus amigos que lo han hecho. Y cuando la agencia Efe da la noticia de que un yanqui ha resultado herido, los redactores de UPI y AP en Madrid llaman inmediatamente a la clínica para pedir más datos, porque saben que se exponen a continuas peticiones de información por parte de los periódicos de la ciudad natal de las víctimas.

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Su guión, naturalmente, es Fiesta, la novela que Hemingway escribió en 1926, la saga de la generación perdida de la primera posguerra, aquella que vagaba sin objetivo por una Europa recién devastada por la guerra, buscando distracción en la bebida, el sexo y las corridas de toros. Salvo unos cuantos episodios en Francia, todo sucede en España y, más concretamente, en Pamplona, durante la ajetreada semana de feria.

Los críticos la aclamaron como una primera novela extraordinaria, por la fuerza y la sencillez de su lenguaje, por su dureza y originalidad de visión. También comentaron los elementos que luego se convertirían en las características de la mística Hemingway: la violencia y la muerte, un amor imposible y un héroe marcado por cicatrices físicas y psíquicas, en este caso el narrador Jake Barnes, un joven periodista americano, quien, a pesar de haber quedado impotente por una herida de guerra, logra seguir viviendo según su propio y rígido código de conducta moral.

El encierro americano

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Además de tener gran influencia sobre varias generaciones de lectores, la novela llegó a ser para muchos extranjeros una especie de guía de Pamplona, provocando cada vez mayores invasiones, hasta que, en 1968, el agradecido Ayuntamiento erigió delante de la plaza de toros un enorme busto, en bronce y granito, de papá Hemingway.

Por las mañanas se puede ver a jóvenes americanos sentados al pie del mismo, tratando de reponerse de la borrachera a base de leche chocolateada, mientras don Ernesto contempla, impasible, el torbellino que ha creado.

Más tarde, a mediodía, dos de esos mismos jóvenes americanos se sientan en la terraza del Iruña, el bar de Hemingway, sin camisa, para ponerse morenos, leyendo la novela como si intentaran averiguar qué es exactamente lo siguiente que han de hacer.

Pero estos americanos son simples turistas que están aquí de paso; existe una raza de amantes de Pamplona americanos que regresan cada año, algunos para rendir culto ante el altar de Hemingway con casi religioso fervor.

"Seremos unos cuarenta norteamericanos regulares aquí", dice Alice Hall, de casi ochenta años, veinticinco de ellos acudiendo a los sanfermines. "Aunque muchos de ellos, la verdad, pierden lo más típico de la feria en un continuo cocktail party.

Tal vez el campeón de los participantes americanos sea Matt Carney, un curtido modelo publicitario: menos uno, lleva treinta años consecutivos en la fiesta, unos doscientos encierros en el haber de este gran bebedor. Y hace años que Carney se ganó cierta fama cuando sostuvo una amarga discusión con Hemingway y le mandó a tomar por culo (aunque la frase, en inglés, era mucho más fuerte).

Para muchos de estos habituales visitantes americanos, el punto culminante del día es el encierro, donde, si no demuestras el hemingwayiano donaire ante el peligro, puedes morir.

"Yo practiqué tres deportes en la universidad", dice Joe Distler, profesor de Literatura en Nueva York, "pero ninguno me proporcionó esa emoción del encierro... el ruido increíble, el peligro, la ciudad entera observándonos. Lo que significa correr con esos hermosos animales es algo que la mayoría de los americanos no puede comprender realmente".

Como a Carney, a Distler le ha correspondido su parte de heridas en el encierro. Y los dos son corredores muy respetados, hasta el punto de ser casi los únicos miembros extranjeros de la peña vasconavarra Anaitasuna. En las fotos de la parte del encierro en que corren, casi siempre se les ve lo más cerca posible de las reses, año tras año.

Tal vez por esto una multinacional -él no dirá cuál- le ofreció a Distier un millón de pesetas por llevar en el encierro una camiseta anunciando su producto. Era mucho dinero, pero Joe Distler se negó "porque hubiera sido el comienzo de una comercialización; pronto verías a chicos con otras camisetas haciendo locuras por salir fotografiados. Hay unas cuantas cosas en mi vida que me importan mucho, y una de ellas es el encierro".

De hecho, la tradición es probablemente lo más importante para estos americanos habituales corredores del encierro.

En 1978, cuando la feria fue suspendida por los violentos incidentes políticos, y todo el mundo se marchó, Distler se quedó la semana entera. Cada mañana se levantaba a la hora señalada, luego recorría solo, lentamente, la ruta del encierro, delante de la estatua de Hemingway y llegaba hasta la plaza de toros, donde tocaba la maciza puerta herméticamente cerrada. La tradición.

Filones literarios

Pero Pamplona se convirtió pronto en un filón literario demasiado rico y generoso para que quedase sin explotar, y el primero en excavarlo fue el propio don Ernesto. En 1957 se estrenó la versión cinematográfica de Fiesta, con Tyrone Power, Ava Gardner y Errol Flynn.

En 1959, papá está en los sanfermines rodeado de su corte en el bar Txoko, y un tanto incómodo, escribiendo su famosa serie para Life sobre la supuesta rivalidad taurina entre Dominguín y Ordóñez, El verano sangriento..., a dólar la palabra.

A partir de aquí se hacen algo confusas las circunstancias en torno a Hemingway, Pamplona, los americanos y la literatura, en parte por la venida a los sanfermines de James Michener, otro autor americano de éxitos de venta como Hawai y Centenial. En seguida, Michener se hace amigo de Carney, el que había insultado a Hemingway; en Iberia, Michener, Carney y otras autoridades norteamericanas mantienen un diálogo sobre Hemingway y cómo se equivocó respecto a España, la literatura y la vida.

Luego, en los episodios pamplonicas de Los hijos de Torremolinos, Carney sería el prototipo de Harvey Holt, americano que, al hacer un quite a otro corredor en el encierro, es corneado y se recupera en una clínica de Pamplona, donde una bella señorita se mete en la cama con él, igual que hizo la enfermera-amante del protagonista de la novela de Herningway Adiós a las armas.

Mas no ha de extrañar esta licencia poética; frecuentemente Michener embellece la narración cuando le parece necesario. Probablemente su peor metedura es en Iberia, cuando explica cómo puede dormir tanta gente en una ciudad tan abarrotada como Pamplona. Claro que duermen en los bancos, pero Michener, sin saber los dos sentidos de la palabra y en un alarde de creatividad, escribe: "La policía ha abierto los bancos, y ahora, chicos y chicas, universitarios de Oxford y la Sorbona, duermen en los suelos de mármol, parejas, parejas, parejas, hasta la ventanilla misma del cajero".

Y vendrían más películas y libros extranjeros con Pamplona de escenario; en una novela aparece un personaje menor llamado simplemente El hombre que mandó a tomar por culo a Hemingway. Incluso el mismo Carney se haría literato, con su Peripheral American, publicado por él mismo, una especie de memoria filosófica recibida por sus escasos lectores con una división de opiniones.

Clarificaciones

Todo es demasiado confuso. Quizá eso es lo que intentaba hacer Joe Distler, aclarar las cosas, cuando, hace unos años, publicó un artículo, en la revista del Club Taurino de Nueva York, titulado Pamplona en el libro y en la mente en el cual comparó la vieja y la nueva Pamplona, sus paisajes y diversiones, y a los personajes de Hemingway con sus modelos y descendientes.

Pero hubo al menos un lector que se quedó aún más confuso, y hasta Distler admite que "todo este asunto de Hemingway puede resultar bastante morboso; en parte, es verdaderamente hortera. El americano medio viene a Pamplona lleno de todos esos erróneos conceptos románticos respecto a ser frío y heroico, todos lo hemos tenido al principio".

Por lo menos, Kenneth Vanderford ya no está aquí, lo cual contribuiría a confundir las cosas todavía más. Le llamaban el Hemingway de los pobres, pero hace unos años que nadie le ha visto. Con su barba blanca, la clásica gorra de pescar hemingwayiana y su gran barriga era igualito a Herningway, y le gustaba fomentar la confusión, incluso después de muerto el maestro. Vanderford hasta tenía una tarjeta de visita que en un lado decía, en español, eso de dos gotas de agua y, en el otro, en inglés, algo así como "Cualquier persona en este mundo se parece un poquito a otra persona".

Pero, un momento: para la feria de este año ha prometido su presencia la famosa actriz y modelo Margaux Hemingway, la nieta de don Ernesto, aunque ella no le recuerda bien, pues tenía sólo cinco años cuando murió. Margaux podrá esclarecer todo este lío de Hemingway en Pamplona. Estará acompañada por su marido y administrador Bernard Fouchet, francés, y están buscando las raíces de ella para un programa de televisión sobre los abrevaderos de papá -París, Cuba, Key West, Africa, Pamplona....

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