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Un curandero de Zamora utiliza 'agua milagrosa' para tratar el síndrome tóxico

El síndrome tóxico ha entrado ya en el catálogo de enfermedades malditas que los curanderos tratan por la voluntad en los lugares más, escondidos de la geografía española. Trabazos, un pequeño pueblo ganadero de la provincia de Zamora, en la misma raya de Portugal, se ha convertido en lugar de peregrinación para los envenenados por el aceite de colza, que llegan regularmente en autocares para tomar el agua que prepara el personaje local, Rafael, y que, según dicen, limpia y regenera la sangre. Y lo más increíble es que los enfermos mejoran, según juran ellos mismos a todo el que quiera oírles. Los desahauciados de un largo rosario de enfermedades están contribuyendo a hacer de Trabazos algo así como un palmar de Troya, pero en zamorano.

La fama de Rafael Morán Martínez se extendió como la pólvora, a ambos lados de la frontera, hace tres años, cuando se dijo en la televisión que podía curar el cáncer. Los vecinos aseguran que entonces llegaron centenares de automóviles de España y Portugal, que ocupaban una gran explanada a la entrada del pueblo. La gente se alojaba en casas particulares repartidas en un radio de veinte kilómetros, y algunos traían sus propias caravanas para pernoctar en ellas. Al parecer, "hubo días de 5.000 personas", y los apenas seiscientos habitantes del pueblo se encontraron en minoría frente a le avalancha de intrusos.

Los del síndrome

Los enfermos del síndrome tóxico comenzaron a llegar a Trabazos hace cinco meses, mezclados con pacientes de las más diversas dolencias: cáncer, asma, cirrosis, diabetes, gangrena, todo menos la pulmonía y la gripe. Muchos de ellos pidieron el alta voluntaria en los hospitales y se sumaron a la colonia de casi doscientos pacientes que permanentemente residen en el pueblo, algunos desde hace dos años.

"Los del síndrome", como se les conoce entre el vecindario, empiezan su peregrinación diaria a casa del curandero desde primeras horas de la mañana, todos con un vaso en la mano, y se van agrupando en el portal, donde Rafael Morán les espera para darles una infusión de hierbas que todo el mundo conoce simplemente por el agua, de un color indefinido, mitad lechoso y mitad transparente. Cuando los enfermos que guardan cola empiezan a ser numerosos, Rafael deja de conversar con ellos, pasa al interior de la casa y aparece al poco rato con una bandeja y una pequeña cesta de mimbre. En la bandeja lleva una veintena de vasos con el líquido medicinal, que vierte, de uno en uno, en los recipientes que le tienden los enfermos, los cuales, también de uno en uno, entregan luego en la cestilla la voluntad, generalmente un billete de cien pesetas.

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La operación se repite varias veces al día, cuando aparece un autobús repleto de enfermos o cada vez que la cola llega hasta la calle.El curandero prefiere no hablar con los periodistas hasta que no lo hayan hecho una docena de sus pacientes. Los testimonios son unánimes: Una mujer que viene de Asturias y que prefiere no dar su nombre, asegura que se siente mejor desde que llegó al pueblo, precisamente porque otra afectada le recomendó venir, después de curarse ella misma, y Antonio García, de León, que trajo a un hijo de veintiún años y que vive en Trabazos desde hace cinco meses, dice que ha mejorado, que "de aquello -cuando vino- no dormía por el dolor, y ahora sí", porque ya no lo tiene, y que antes tampoco podía comer y ahora lo hace sin problemas. En general, todos los afecta dos coinciden en que, si uno llega "limpio", sin haber ingerido demasiados medicamentos de la medicina oficial, puede curarse en dos semanas y que lo demás depende de la naturaleza de cada uno y de cómo llegue. "Aquí, cuando se viene", dicen, "es porque ya no nos dan solución a la vida, y nadie quiere morir".

Pero el caso más llamativo es el de Inés Fernández, de Villanueva del Carnero (León), cuya familia ostenta el récord de afectados por el aceite de colza. Ella misma, el marido y nueve de sus once hijos -sólo se libraron dos, una que estaba estudiando en Vigo y otro que hacía la mili- han venido a Trabazos en busca de algún remedio que les alivie. Primero llegaron la madre y una de las hijas, "que mejoró antes de morir, pero los médicos ya lo habían dicho". Ahora está en el pueblo con un veintitrés años "que mide 1,80 metros y no pesaba, cuando vino, ni cincuenta kilos". Inés pidió el alta voluntaria para su hijo en la residencia de la Seguridad Social de León y volvió a Trabazos. "Había que darle la vuelta en la cama porque ni siquiera podía mover un músculo, y cuando quería dormir de lado teníamos que ponerle una almohada detrás para que se sostuviera". Ahora el joven toma el sol en una silla de ruedas y puede extender los brazos y los dedos de las manos. El mismo dice encontrarse mejor, pero la madre asegura que ambos están todavía lejos de curarse: "Vamos haciendo la comida a duras penas, y todavía ayer yo tuve una taquicardia".

En Villanueva del Carnero, donde quedó el resto de la familia, el hijo militar lleva el peso de todas las labores del campo porque es el único que puede trabajar.

No han recibido todavía ninguna ayuda del Gobierno y tienen que sobrevivir de los ahorros ya agotados y de pequeñas cantidades que ha aportado el obispado de León, una orden religiosa y los concejales comunistas del Ayuntamiento, que meses atrás decidieron entregarles sus sueldos, "y así", dicen, "vamos tirando".

Después de los enfermos, el curandero no tiene inconveniente en hablar con los periodistas. El reparte un agua que, dice, "es agua con lo que yo le echo", y cuya composición, celosamente guardada, descubrió hace doce años, cuando los veterinarios dijeron ser incapaces de curarle una docena de vacas que habían enfermado de brucelosis. Dice también que el agua no hace milagros, pero inmediatamente después añade que, "no siendo la pulmonía, el catarro y la gripe, no sé lo que cura", y da a continuación una larga lista de enfermedades: cáncer, diabetes, arterioesclerosis, insuficiencia coronaria, asma, nefritis, fiebres de Malta y, por supuesto, el síndrome tóxico.

"Yo digo que se curan los del aceite", añade, "y no siendo una mujer que se murió en León después de estar aquí, porque venía casi muerta, el síndrome no es ningún problema". Cuenta que ha ido varias veces a Madrid para poner a disposición de las autoridades sanitarias su descubrimiento sin que le hayan hecho caso, y dice que la última vez fui a hablar directamente con el doctor Valenciano, a quien únicamente pudo saludar porque estaba a punto de coger un avión.

Rafael Morán insiste en que los primeros afectados por el envenenamiento de la colza "se curaban enseguida", pero elude responder a la pregunta de si eso era porque habían ingerido todavía pocos medicamentos ("la química", como él los denomina).

Dicen que la gente del pueblo no cree demasiado en la ciencia de Rafael, quizá "porque siempre es difícil ser profeta en su tierra", pero al mismo tiempo dan detalles sobre clientes ilustres que han pasado por Trabazos: desde un hermano de Martín Villa, Luis Manuel, "que estuvo viniendo casi un año", hasta médicos y familiares de médicos que se hospedaban en Alcañices, a catorce kilómetros, y que se hacían llevar el agua medicinal allí para que no les vieran.

Los médicos desconfían

Pero los médicos de la zona no tienen la misma opinión. Javier Zapatero afirma que, "desgraciadamente, no hemos visto ningún caso curado desde que mi mujer y yo llegamos aquí, hace un año, ni del síndrome tóxico ni del cáncer", y anticipa que los médicos de los pueblos vecinos "tienen la misma opinión que yo o peor, porque llevan más tiempo que nosotros". Su escepticismo se basa en dos motivos: si el agua que da el curandero fuera eficaz, la medicina oficial lo hubiera reconocido y por otra parte, "lo que nunca se había visto es que una cosa sirviera igual para el cáncer de pulmón que para cualquier otra enfermedad".

Tampoco el veterinario de Alcañices, Alfonso Revuelta, cree que en Trabazos se cure el cáncer, aunque sí está dispuesto a atestiguar dos cosas: que los enfermos pueden experimentar alguna mejoría transitoria y recaen después, según se desprende de algunos casos conocidos, y que determinadas enfermedades, como las varices, se curan efectivamente, "porque el agua que les da debe de contener algún principio activo que actúa sobre la circulación sanguínea".

Mientras tanto la gente sigue llegando a la consulta del curandero, que años atrás fue multado con 10.000 pesetas por ejercer ilegalmente la medicina, tras una denuncia de los colegios de médicos. "¿Y yo qué hago? Yo doy un vaso de agua, señor; de ahí para adelante, nada más".

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