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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El estatuto valenciano de UCD y la farsa

Todo el proceso de elaboración del proyecto estatutario que debaten las Cortes ha estado sujeto a las presiones y a los chantajes de los Abril Martorell y Broseta, valencianos que dimitieron ya hace mucho de su condición de tales y reencarnación más que evidente del caciquismo de la Restauración. Las progresivas renuncias de la izquierda parlamentaria -PSPV-PSOE y PCPV-PCE- muestran claramente la fuerza de esas presiones y chantajes, pero también la escasa condición valencianista de estos partidos.Quienes han escrito que el Estatuto de Benicasim -es decir, el proyecto que se debate en el Congreso y se debatirá después en el Senado- era el estatuto de Tejero tal vez no andaban sobrados de razón. Es el Estatuto que estos partidos podían hacer después del trauma del tejerazo, y también el proceso estatutario "reconducido" por quienes no dudaron en ofrecer sus servicios a Milans el 23 de febrero de 1981.

Este proyecto de Estatuto -aparte de su incongruencia técnica, que merecería un análisis muy detallado y que en todo caso ya ha sido reiteradamente denunciada en público por especialistas muy fiables- representa una serie de adhesiones contra el País Valenciano y, de manera global, un importante agravio, si lo comparamos con los de otras áreas del Estado. Pero representa más, y algo que no deja de ser preocupante para cualquier ciudadano: la traición de estas fuerzas políticas al compromiso que en este ámbito de cosas contrajeron con sus electores y la destrucción patente del pacto autonómico adoptado el 8 de octubre de 1978.

La unanimidad de las tres fuerzas políticas al adoptar aquel pacto, con sus beaterías autonómicas en las sucesivas elecciones generales, resulta igualmente patente a la hora de las renuncias, de los pactos secretos o semisecretos, de la genuflexión ante todo lo que signifique recortar el horizonte del País Valenciano, en el camino de la recuperación de sus libertades y de sus derechos. La decepción de quienes confiaban en la buena voluntad autonomista de los tres partidos es inmensa; los tres están sufriendo ya las consecuencias, porque tal decepción está induciendo una recomposición del panorama político valenciano, lo que no dejará de tener consecuencias en el futuro, tal vez en un futuro inmediato.

UCD ha hecho caballo de batalla de tres factores: la catalanidad -o no catalanidad- de la lengua de los valencianos; la franja azul adosada a la bandera de las cuatro barras -común a todos los países de la antigua corona de Aragón y el nombre del territorio. Es una lástima que también aquí, en lo que hacen aparecer como más vistoso y al mismo tiempo más importante, se haga más evidente el alineamiento de este partido con los nostálgicos del franquismo. Porque, hasta hace poco, UCD, desde el Consell del Pais Valenciá, hacía suyas estas tres realidades: la catalanidad del idioma, las cuatro barras de la bandera, sin más añadidos que el escudo del Consell, y el nombre del País Valenciano para el conjunto de nuestro territorio.

Los que ahora quieren situar en estos tres signos la "valenciania" no hacen sino demostrar con qué facilidad cambian de campo cuando piensan que la mutación traerá ganancia. Lo que no es extraño en quienes tienen por cabeza visible a Fernando Abril Martorell, cuya trayectoria política -como procurador en las Cortes franquistas y como ministro de Economía- resulta tan profundamente ilustrativa. Más aún si se tiene como ideólogo a Manuel Broseta, que, de companero de viaje del Partido Comunista de España en la Junta-Democrática, ha pasado a auxiliar de Martín Villa en armonizaciones y otras maniobras de enjuague.

Con este panorama, se hace bien explicable que todo el proceso autonómico valenciano de los últimos tiempos se haya llevado entre medias voces, desplantes y publicidades desaforadas sobre temas secundarios. La misma irrelevancia de los redactores del proyecto de Estatuto ya muestra bien a las claras qué importancia daban al tema los partidos responsables. El hecho de que lo redactaran en castellano muestra también otras cosas, de las que no vamos a hablar. Era igual, no hacía falta ni fingir. Las tragaderas de los valencianos son amplias -así lo piensan ellos-, y se trataba de pasar como fuera el trance de responder a unas expectativas creadas -las de la autonomía- no por ellos, pero sí con su directa e inmediata intervención. Los valencianos reclaman un régimen propio porque lo necesitan y porque está dentro de su historia colectiva, no porque UCD, el PSOE y el PCE se lo hayan prometido; pero lo que estamos contemplando es la degradación de la promesa.

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En efecto, ni se da lo que se prometió ni se ha ofrecido a los ciudadanos la posibilidad de pronunciarse sobre el régimen que deseaban. Y todo ello envuelto en un ambiente de presiones abiertas o disimuladas: la LOAPA, la propaganda sobre el carácter desestabilizador de las autonomías, manifestaciones presididas por antiguas autoridades franquistas, atentados cuyos autores nunca son descubiertos, visitas de presuntos intelectuales, fabricación de una ortografia para el valenciano distinta de la utilizada desde hace más de cincuenta -años, etcétera.

En fin, el País Valenciano ha soportado cosas peores que la autonomía "que nos preparan". Si se la dan, habrá de aceptarla, pero no creemos que ello solucione los muchos y graves problemas pendientes. Quienes creen que la política consiste en ir poniendo parches de esparadrapo sobre heridas sangrantes, porque con ello mantienen su cargo, se equivocan. O bien quieren matar al herido, que todo podría ser.

Andreu Alfaro es escultor. Con él, suscriben también este artículo Josep Renau, pintor; Vicent Andrés Estellés, escritor, y Eliscu Climent, editor y secretario general de Acció Cultural del Pais Valencià.

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