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Por tercer año consecutivo, la Unión Soviética se verá obligada a importar cereales de Occidente

Nuevamente -y por tercer año consecutivo-, la Unión Soviética se verá obligada a importar grano de Occidente para superar el gran déficit sufrido durante la última cosecha. Los resultados de la reciente recolección -que ya, prácticamente, se ha dado por finalizada en todo el país- parecen ser aún peores que los de 1980, año en el que se obtuvieron 189 millones de toneladas de grano y se tuvieron que importar más de cuarenta millones.

Según el plan quinquenal, que se inició este año, estaba previsto que se recolectaran, durante 1981, de 238 millones a 243 millones de toneladas de grano. Sin embargo, las estimaciones hechas por los expertos occidentales vienen a confirmar los cálculos realizados por medio de satélites por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos: la cosecha parece no haber alcanzado tan siquiera los 185 millones de toneladas. De este modo, se necesitará nuevamente importar unos cuarenta millones de toneladas de grano para equilibrar las necesidades soviéticas. Según los últimos acuerdos Firmados en Viena, la URSS importará de Estados Unidos de seis a ocho millones de toneladas de grano. Y, aunque esta cifra podría ser aumentada en su momento, lo más probable es que los responsables económicos de Moscú muestren su preferencia política por los granos argentino, canadiense y australiano.

Durante el último año, Argentina -que no se sumó al boicoteo dictado por el ex presidente Carter, a raíz de la invasión de Afganistán- vendió a la URSS doce millones de toneladas de grano. Dado que la carencia de grano se hará sentir especialmente sobre el ganado -en principio no se cree que afecte a la producción de pan-, se prevén también nuevas importaciones de soja, probablemente, de Brasil y la India.

La Prensa soviética ha culpado especialmente al clima por el desastre cosechero de este año: el invierno ha sido poco rico en nieves, por lo que la tierra no ha disfrutado durante la primavera de la humedad necesaria. Además, el verano fue excesivamente seco y caluroso, y, para colmo de males, buena parte de la recolección ha tenido que realizarse bajo la lluvia en muchas regiones del país.

Pero, al margen del factor climático, se han hecho sentir también los problemas casi endémicos de la agricultura soviética: falta de infraestructura y organización. picaresca y escasez de maquinaria adecuada.

Inversiones en agricultura

Desde 1966 hasta 1980 se han invertido en la agricultura unos 381.000 millones de rublos (cerca de cincuenta billones de pesetas), y para el futuro se tienen previstas inversiones aún superiores. A pesar de esto, los silos siguen siendo escasos y, en el primer semestre de este año, la producción de máquinas cosechadoras descendió un 18% respecto al año anterior. Se calcula que el 14% de la cosecha de este año se puede pudrir (o se ha pudrido ya) por falta de silos, y según expertos occidentales, un porcentaje aún superior desaparecerá en el camino que va de los depósitos al consumidor.

Algunos medios de comunicación soviéticos se han venido haciendo eco de la picaresca que rodea a las cosechas. Cerca de Alma Ata (la capital de la República soviética de Kazajstán), por ejemplo, un hombre fue detenido después de robar 2,8 toneladas de trigo y 42 toneladas de cebada.

Según todos los indicios, la mala cosecha se hará notar especialmente en la falta de carne. En Kazán (a unos novecientos kilómetros de Moscú), el millón de habitantes que vive en la ciudad tiene racionado el consumo de carne a ochocientos gramos mensuales, es decir, a casi la cuarta parte que los polacos.

A pesar de que, de cuando en cuando, se conocen experiencias novedosas, sus aplicaciones son bastante raras y la política agraria de la Unión Soviética sigue manteniendo su conservadurismo.

Hace meses, por ejemplo, se hizo público el ensayo realizado en Abacha (en una de las regiones menos favorecidas de la República soviética de Georgia). En esta región se venía experimentando durante los últimos ocho años con un sistema de estímulos a los campesinos que pareció dar gran resultado.

De 1973 a 1979, la producción de legumbres se multiplicó por diecisiete, la de carne y maíz se triplicó y la de leche se duplicó. El rendimiento por hectárea de las tierras dedicadas al cultivo del maíz, que era de diez quintales, creció hasta 43 quintales en ese período, obteniéndose así una producción ocho veces superior a la del conjunto del país.

Al contrario de lo que suele suceder habitualmente, los campesinos de esta explotación de Abacha no echaron mano de la fuerza de trabajo voluntaria procedente de las ciudades. La razón era que los responsables de estas tierras llegaron a la conclusión de que esta mano de obra estorbaba más que ayudaba, dada su inexperiencia y falta de interés.

El salario medio mensual de los campesinos de Abacha, que era de 39 rublos (unas 5.000 pesetas), creció hasta 72 rublos (unas 9.300 pesetas). Sin embargo, se estimó que era más importante aplicar los estímulos económicos en pagos en especie. Por ejemplo, los campesinos recibían el 10% de la producción de maíz marcada en el plan, y al superar esa cifra, se les bonificaba con el 70% de lo cosechado. En el último congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) se plantearon de nuevo las ventajas de los estímulos al sector privado de la agricultura. Los campesinos de los koljoses (cooperativas) y sovjoses (granjas del Estado) tienen derecho a cultivar parcelas de hasta media hectárea y criar en ellas algunos animales.

En estas pequeñas parcelas (que totalizan algo así como un 1% del suelo cultivable de la URSS) se consigue el 12% de la producción agrícola total, y en ellas se cría también el 18% del ganado ovino, el 18% del porcino, el 22% de bóvidos y la tercera parte de las vacas de la nación.

También se obtiene el 30% de toda la carne y la leche que se produce en el país, así como el 60% de las patatas, el 27% de las legumbres, el 39% de los huevos y el 19% de la lana.

A finales del pasado invierno, un nuevo decreto vino a aumentar el margen de maniobra de este pequeño sector privado, que, según algunos observadores, comenzaba a resentirse. Este decreto incrementó el número máximo de cabezas de ganado que se permitía poseer y también dictó mayores facilidades para la obtención de abonos y piensos y la utilización de maquinaria del Estado.

De alguna manera. el decreto venía a legalizar algo que ya se venía haciendo abiertamente. Para nadie era un secreto que la prosperidad de este pequeño sector privado se debía, en parte, al uso fraudulento de los medios del Estado.

En este sentido, aún se recuerda en Moscú una pregunta formulada en público por el anterior líder de la URSS Nikita Jruschov. El entonces secretario general del PCUS se interrogaba por qué una vaca privada comía la tercera parte -según las estadísticas- que una vaca del Estado con el mismo peso.

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