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Creciente alarma en medios financieros ante los elevados tipos de interés en Estados Unidos

Los elevados tipos de interés del dinero en el mercado norteamericano están provocando una intensa conmoción dentro y fuera de Estados Unidos, mientras la recesión económica continúa arrojando trabajadores al paro y la inflación muestra una extraordinaria resistencia a la baja.

Dentro de Estados Unidos, la primera línea de resistencia a la política de Reagan se ha levantado, paradójicamente, en el propio corazón de Wall Street. Los operadores de la Bolsa de valores y de los mercados monetarios desconfían de un programa en el que los recortes en los impuestos -los mayores en la historia de Estados Unidos- no han estado precedidos o simultaneados por un descenso proporcional de los gastos presupuestarios. El mundo de las finanzas mantiene un profundo escepticismo sobre la capacidad de la Administración para limitar a 42.000 millones de dólares el déficit del sector público en 1982: las estimaciones privadas lo calculan en 60.000-70.000 millones. Las esperanzas de un radical equilibrio presupuestario para 1984 están rápidamente disipándose. En estas circunstancias, el Banco de la Reserva Federal no tiene otra opción que mantener un férreo control sobre el crecimiento de la cantidad de dinero si de verdad quiere dominar la inflación, lo que implica unos elevados tipos de interés sin perspectivas de reducción. Así resulta que los incentivos que proporcionarán, a partir del 1 de octubre, los recortes impositivos serán absorbidos por los altos tipos de interés pagados por los créditos adquiridos tanto para la compra de viviendas o automóviles, como para la financiación de las actividades empresariales. El presidente Reagan se ve de este modo acosado a reducir sus gastos gubernamentales y, en especial, su programa militar. Wall Street cuenta aquí con el apoyo de los propios problemas de sus aliados occidentales. Los altos tipos de interés en el mercado norteamericano han obligado a reforzar el carácter restrictivo de las políticas monetarias para evitar una depreciación de las monedas, lo que habría tenido consecuencias muy desfavorables sobre la inflación y las negociaciones salariales. Este mayor rigor de la política monetaria no es posible atemperarlo con una expansión de los déficit presupuestarios sin evitar un encarecimiento todavía mayor del dinero y del crédito. Los planes de expansión de las empresas se habrían reducido todavía más sin tener ninguna convicción que los déficit hubiesen compensado en crecimiento económico los aumentos de inflación. Además, el tamaño del sector público en muchos países es tan descomunal que su ampliación se contempla con un gran recelo (véase cuadro adjunto).

Durante el verano, las discusiones para la confección de los presupuestos ha sido particularmente virulenta entre los dos partidos de la coalición alemana. En más de una ocasión parecía inminente una ruptura y la formación de una nueva alianza de los liberales del FDP con los cristianos del CDU. Finalmente se ha llegado a un acuerdo en el que los gastos presupuestarios sólo crecerán, en 1982, un 4,2% (por debajo del crecimiento nominal del valor del PNB). La socialdemocracia renuncia a un programa de aumentos en los impuestos sobre la renta para financiar un plan de creación de puestos de trabajo, cuya eficacia era probablemente cuestionada por el propio canciller Schmidt. El FDP prefiere mantenerse dentro de la coalición quizá porque, en última instancia, confíe más en la moderación de los socialdemócratas que en la CDU, cuya ala izquierda proclama la urgencia de un programa de recuperación.

La preocupación por disminuir los déficit del sector público se ha extendido entre los principales países industriales. Francia es la única excepción. Todavía la magia del nuevo Gobierno proporciona la convicción suficiente, en un clima de inflación anual del 14%, como para elevar desde 70.000 millones a 95.000 millones de francos (16.000 millones de dólares) las necesidades de financiación del sector público entre 1981 y 1982. La cifras correspondientes a Alemania equivalen, también para 1982, a 11.000 millones de dólares, con la gran diferencia de que el mercado de capitales en Francia está mucho menos desarrollado que en Alemania. El Gobierno francés cuenta en su activo con una masiva victoria electoral y la convicción de que la política se impondrá a las exigencias de la economía. Los alemanes quizá quieren predicar ante Washington con el ejemplo y aplacar a los «nuevos patriotas», surgidos de la unión de los jóvenes contestatarios y los pastores protestantes que proclaman que la Alemania de la OTAN y del Mercado Común ha dejado de ser la patria de los auténticos alemanes.

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