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Los restos de Calderón de la Barca están supuestamente depositados en la iglesia de los Dolores

En vísperas del tercer centenario de la muerte del dramaturgo Pedro Calderón de la Barca, que se cumplirá el próximo día 25, el teatro municipal español ha estrenado su pieza El galán fantasma, y una exposición sobre su persona y su obra. Pero los «calderonistas» van más lejos: están decididos a localizar la situación de los restos del dramaturgo madrileño, supuestamente depositados en la iglesia de los Dolores, para ofrecerles una nueva y definitiva sepultura. Este deseo es, hasta ahora, la última peripecia en una larga leyenda.

En contra de lo escrito en los incontestables certificados de defunción del año 1681, todo parece indicar que Pedro Calderón de la Barca no ha muerto aún, o, mejor dicho, que no ha conseguido descansar en paz. Una larga vida que discurrió durante 81 años entre justas poéticas, celosías, estoques y calaveras se ha prolongado a una aventura cuyo final es digno de un escenario: los nuevos amigos están buscando los huesos de don Pedro para depositarlos en algún lugar abrigado, bajo una inscripción que diga: «Aquí está por fin». Descansando.En principio, don Pedro Calderón de la Barca hubo de ser un niño afligido por los motes y los planes familiares. Los amigos le llamaban Perantón, como si tener la cabeza grande equivaliese a tener una mala cabeza; la familia quería que el chico se hiciese clérigo, como si la sotana fuese una garantía de buenos hábitos. Parece, sin embargo, que ni la presión de sus seis hermanos y sus padres, ni la presión de la abuela, Inés Riaño, que era de votos tomar, pudieron forzar la vocación de aquel niño; su inclinación a volver las esquinas de Madrid, recodos que limitaban esquinadamente con el peligro.

En 1962, la Corte convocó en Madrid unas justas poéticas con motivo de la beatificación de San Isidro. El hueso del tribunal calificador era Lope de Vega, así que los poetas noveles hicieron un cálculo de fuerzas, antes de presentarse. El premio fue para Calderón de la Barca; al fin «Calderón», en vez de Perantón.

Lope muere en 1635, y Calderón escribe y estrena arrolladoramente en los años sucesivos. Parece que los doscientos corrales de comedias censados en Madrid estaban siempre llenos, y no se tienen noticias de que críticos, filólogos y autores llegaran a enfrascarse en la búsqueda de la frontera entre erotismo y pornografía, tal vez por falta de tiempo. Diego Velázquez pintaba lanzas, hilanderas y torbellinos en mitad de la luz, y desde entonces no se han detenido las rendiciones, las ruecas ni el viento. Cuando a don Pedro y a don Diego el rey les encargaba cosas, sólo algunos se atrevían a hablar sobre «ciertos injustificables favoritismos».

Siglo XX: Lope y Calderón se reconcilian

En 1651, cuatro años después del nacimiento de su hijo, don Pedro decide ordenarse sacerdote, acaso en respuesta a las plegarias de su abuela; en 1663 es nombrado capellán mayor de la congregación de Sacerdotes Naturales; en 1680 escribe Hado y Divisa de Leónido y Marfisa. Aún tiene tiempo para encargar que sus obras sean destruidas y dispone lo siguiente para su entierro: « ... que luego que mi alma separada de mi cuerpo le desampare dejándosele a la tierra, bien como restituida prenda suya, sea interiormente vestido del hábito de mi seráfico padre san Francisco, ceñido con su cuerda, y con la correa de mi también padre san Agustín, y habiéndole puesto al pecho el escapulario de Nuestra Señora del Carmen, y sobre ambos sayales sacerdotales vestiduras reclinado en la tierra sobre el manto capitular del señor Santiago... Dispongan mi entierro llevándome descubierto, por si mereciese satisfacer en parte públicas vanidades de mi mal gastada vida con públicos desengaños de mi muerte». Y muere el 25 de mayo de 1681 de un ataque al corazón.Afortunadamente, su última voluntad sólo fue cumplida en parte, porque sus obras no fueron destruidas, aunque en esta era moderna únicamente han sido estrenadas en un 5%. Pero le enterraron tal como dijo. Su cuerpo fue depositado en la iglesia del Salvador. Sobre la sepultura los admiradores colgaron un retrato recordatorio.

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En el siglo XIX, la revolución. Los restos de don Pedro son trasladados a un panteón de hombres ilustres, cuya construcción había comenzado en Atocha, poco después de que la iglesia del Salvador ofreciera claros síntomas de ruina. Las obras del pabellón no concluirían nunca. Se decide un nuevo traslado a la iglesia de los Dolores, entre San Bernardo y Quevedo.

En 1936, la iglesia es asaltada. Desaparecen los archivos. En algún momento se piensa que también han desaparecido los restos de don Pedro. Detrás de la puerta de entrada, quedan en pie dos estatuas. Parece que los feligreses no saben que una representa a Lope de Vega y, la otra, a Calderón. Pero son ellos. La desgracia se acrecienta: al parecer, los devotos con poca vista toman a los dramaturgos por santos y se arrodillan a rezarles. Un sacerdote ordena que las estatuas sean retiradas.

La esperanza de los calderonistas empeñados en buscarle una morada que fuese verdaderamente la última era un párroco muy anciano, «que decía conocer en cual de las sepulturas estaban los restos». Un día enfermó. Cuando le preguntaron dónde estaba el cuerpo de don Pedro. dijo: «En cuanto sane, os lo dig». Y murió de la enfermedad.

Hoy, veinticinco días antes del tercer centenario de su muerte, recuerdan a los madrileños que la memoria de don Pedro Calderón de la Barca disfruta de los siguientes honores: una modesta escultura en la plaza de Santa Ana, una pequeña calle y un teatro Calderón, donde no está anunciada La vida es sueño. Y es evidente que el frenesí no termina con la vida.

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