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Reportaje:

Cerezo de Riotirón: un pueblo entre la huelga endémica y la delincuencia ocasional

Con la promesa -que no compromiso, tal como aseguran los trabajadores y niega la empresa- de la dirección en el sentido de «estudiar la posibilidad de negociar los despidos », los huelguistas de Crimidesa, en paro desde hace doscientos días, abandonaron, en la madrugada de ayer, el encierro que mantenían en las instalaciones de la mina, liberando a los directivos de la misma que retenían como rehenes. Un enviado especial de EL PAIS viajó a la locálidad burgalesa de Cerezo de Riotirón, donde está ubicada la explotación minera, y cuenta en este reportaje la identificación del pueblo, con excepción de sus- fuerzas vivas, con la huelga contra la empres a, que centra la vida ciudadana de la localidad.

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El repicar de las campanas, mediada la tarde del pasado martes, movilizó a la casi totalidad de vecinos del pueblo burgalés de Cerezo de Riotirón. Hombres y mujeres, al margen incluso del centenar de obreros que trabajaban en la mina en torno a la cual se desenvuelve la actividad ciudadana del pequeño pueblo, respondían a la llamada de solidaridad lanzada por los mineros. La huelga de un centenar de hombres, la larga huelga que llega ya a los doscientos días, se constituía de nuevo en el centro de atención de los 1.300 habitantes de la referida localidad burgalesa, ya en el límite con la Rioja.La solidaridad sentida cada día en el pueblo con los obreros en huelga -«este pueblo era muy divertido y hoy se nota la sombra de la huelga», comenta el propietario de uno de los tres grandes bares donde el pueblo celebra las cotidianas alegrías-, se vio reforza a el pasado ma-rtes ante el llamamiento a la movilización para evitar que los propíetarios de la mina del pueblo, Crimidesa, sacaran la producción acumulada durante lo días de huelga.

Mientras los hombres se ocupaban en las cotidianas tareas del campo, pues la mayor parte de los huelguistas ayudan sus economías domésticas en el empleo agrícola de temporada, las mujeres del pueblo vieron llegar siete camiones en los que la propiedad de la mina pretendia sacar la producción acumulada. durante los últimós seis meses. La voz de alarma cundió inmediatamente y en pocos minutos la mina se había convertido en un tenso hervidero de hombres y mujeres dispuestos a impedir, incluso por la fuerza, el propósito de la empresa.

En medio de la tensión, medio centenar de trabajadores deciden encerrarse en la mina con los directivos presentes en aquellos momentos y, a partir de entonces, la atención informativa del país recoge entre los hechos noticiables del día «el secuestro de, directivos por parte de trabajadores en conflicto laboral». Se trata de una nueva edición de una práctica que comienza a ser frecuente en las relaciones láborales de este país: la delincuencia como argumento negociador. En esta ocasión, todo un pueblo se muestra solidario con la delictiva figura del secuestro.

Las primeras noticias, salpicadas de la presencia de fuertes contingentes de Guardia Civil en los alrededores de la mina, hablan de la firme decisión de los huelguistas de no abandonar su encierro, manteniendo como rehenes al grupo de directivos, entre ellos, los hijos de los dos principales accionistas de la empresa, míentras que esta no se avenga a dejar sin efecto los treinta despidos producidos a lo largo del conflicto. Los huelguistas llegan a afirmar su propósito de rociar con gasolina y prender fuego a los rehenes si no se satisfacen sus reivindicaciones, entre las que se incluye la firma del convenio, cuya negociación originó el conflicto.

En declaraciones a la radio, no obstante un miembro del comité de huelga trata de restar importancia al suceso -cuya solución mantiene en jaque y continuo diálogo con el Páinisterio del Interior al gobernador civil de Burgos-, y asegura que tan sólo se trata de «una simple ocupación de la empresa, como una más de las miles que cada día se dan en este país».

La preocupación por el incidente alcanza incluso al Partido Comunista -el comité de empresa, íntegramente, y la casi totalidad de la plantilla pertenecen a Comisiones Obreras, cuyo secretario provincial de Burgos, Francisco Ubierna, de la línea dura del partido, les asesora en el conflicto-, que a media tarde difunde un comunicado, a través de su comité provincial, en el que, al tiempo que afirma comprender la «desesperación de los mineros», añade que «esta actitud de encierro nos parece improcedente y desacertada».

Próxima la madrugada, la tensión que viven los huelguistas secuestradores no logra evitar la presencia en la mina del gobernador civil de la provincia y del propio señor Ubierna -quien no oculta su contrariedad por la espontánea actitud de sus pupilos-, lo que permite una nueva negociación sobre la marcha, para concluir en el abandono del encierro y la liberacíón de los rehenes.

Minutos después de las tres de la madrugada, el silencio vuelve al pueblo; la Guardia Civil se retira a sus cuarteles, el gobernador regresa a la ciudad y los directivos emprenden camino hacia Madrid.

Recuperar la esperanza

Con la normalidad, los trabajadores recuperan la esperanza. El compromiso que.ha puesto fin al suceso que durante unas horas fue noticia nacional -concluida con un final feliz-, no obstante, queda en el aire,-pendiente de la decisión final al respecto por parte del consejo de administración de la

Para los trabajadores, la empresa, delante del gobernador civil y el señor Ubierna, se ha comprometido a dejar sin efecto los despidos y reanudar la negociación del convenio hoy mismo. Para la empresa, sin embargo, los directivos que en la mina fueron capaces de convencer a los huelguistas para deponer su actitud carecían de todo poder ejecutivo.

De esta manera, los directivos liberados tan sólo se comprometieron a traer a Madrid la propuesta de olvidar treinta de los despidos, mantener tan sólo el del trabajador que infirió graves insultos a uno de los accionistas de la sociedad y conceder excedencias a otros cuatro, además de reanudar la negociación del convenio hoy mismo.

Con todo, Cerezo de Riotirón recobró ayer la normalidad7. Los huelguistas volvieron a sus asambleas, los agricultores a sus tierras y las mujeres a sus labores. Sobre el pueblo, como desde hace seis meses" sigue la sombra de la huelga La pesadilla nocturna del martes parece ya olvidada. Hoy, los propios huelguistas, dispuestos a hacer sonar las campanas en cualquier momento, ríen al comentar lo que -durante algunas horas, para este país, fue un secuestro.

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