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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Nacionalismos

El editorial que publicaba EL PAIS del día 12 de agosto insiste en una visión del problema de «las nacionalidades» muy peculiar de este periódico, al que no soy ajeno, por mis colaboraciones.Para EL PAIS, y en general para los más «comprensivos» periódicos, personas, etcétera, entre quienes ven las cosas desde la perspectiva de un Estado unitario, que les parece «consolidado» y, aunque sólo fuera poreso, bueno, aceptar ciertas dosis de «nacionalismo», tratando de reducir, de paso, el problema a Catalunya y Euskadi -excluyendo Navarra de este último- es como aceptar un mal menor. Y así, es normal que las «soluciones» sean no sólo insuficientes, sino perpetuadoras de algo que no está históricamente amortizado, puesto que vuelve siempre, a pesar de las represiones de todo tipo. Lo cual no es extraño, porque se trata de ser lo que se es, o no poder ser nunca, suficientemente, lo que hay que querer ser, sin acabar nunca de conseguirlo.

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De lo que se trata, en definitiva, no es de «conceder» nada, sino de «devolverlo» todo. Claro que habrá que aceptar lo que se «conceda», porque menos da una piedra, y ayuda a supervivir manteniendo la propia identidad, pero eso no será una solución. La solución consistiría en algo tan remoto de las posibilidades actuales como plantearse de qué modo pueden convivir los pueblos peninsulares, sin que unos estén sometidos a otros. Que las «leyes de Castilla» de la Nueva Planta se hayan convertido en las leyes del Estado y reducido, en todo caso, a Madrid -no como «pueblo», sino como centro de todos los poderes-, con la colaboración, por supuesto, de quienes han llegado allí desde la periferia a subirse en la cucaña, si pueden y les dejan, no es la «solución». No resuelve los problemas de identidad de cada uno de los pueblos diferentes, ni resuelve tampoco satisfactoriamente los problemas menos «históricos», más de cada día, como el paro, pongo por caso. Porque se trata de realidades diferentes, sobre las que cada pueblo habría de operar por sí mismo.

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Mientras se crea necesario seguir «aplicando al adjetivo -nacionalista- todas las cautelas y reservas de la ambigüedad del término», sin contar con la «nacionalidad» surgida de la Nueva Planta, que suele ser exceptuada, las cosas irán mal. Porque no se ve qué razón hay para que parezca más «caciquil» el «policentrismo» que el «centralismo» actual, el del franquismo o el del conde de Romanones. Ya me dirá el inventor de la frase dónde está la diferencia.

Este es un asunto vital para los interesados, que no son sólo los que se querría ver limitados a los catalanes estrictos y los vascos. Se trata de ser ciudadanos de primera, desde las propias instituciones soberanas, puestas de acuerdo en las atribuciones que han de ceder al Estado, que les representaría, o ser ciudadanos de segunda, que reciben los favores, las concesiones, de los que se identifican con una sola nacionalidad para todos y sanseacabó. Así de sencillo y así de complicado. Uno, cuando trata estos temas, no puede dejar de recordar a un amigo, Dionisio Ridruejo, que, castellano indudable, llegó a entender de esta cuestión más de lo habitual. La aportación que pudo haber hecho a este tema no es la menor razón para lamentar su muerte. Creo que habría que ir discutiendo estas cosas con la serenidad posible, porque, desgraciadamente para todos, tiempo habrá, no cabe duda./

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