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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Carter, entre Cuba y Panamá

LA NUEVA y pequeña «crisis del Caribe», burdo remedo de la de 1962, es, según Fidel Castro, según Moscú, una maniobra política interior en Estados Unidos. Tiene varias lecturas posibles. Una, configurar a Cuba como nación satélite de la URSS en el momento en que se presentaba como jefe de fila de los «no alineados»; otra, retrasar, dificultar la ratificación de los acuerdos SALT II por el Senado y mantener la persistencia de una crisis internacional. Y, sobre todo, continuar minando el prestigio del presidente Carter. El cual no vacila nunca en caer en cada una de las trampas que se le tienden.Con respecto a esta espectacular denuncia de la presencia de 2.000 o 3.000 soldados soviéticos en Cuba, Carter ha vacilado continuamente, ha incurrido en contradicciones: ha mostrado toda su debilidad. No ante la supuesta amenaza soviético -cubana -nadie, racionalmente, puede pensar que 2.000 o 3.000 soldados son una amenaza para Estados Unidos: ni siquiera pará un país pequeño de la zona-, sino ante sus críticos. Es la dificultad de los gobernantes que tienen que contemporizar con los «duros», con los «ultras» de su país: que terminan siendo sus cómplices y, finalmente, sus víctimas. Carter dejó correr la denuncia hecha por el senador Frank Church; la denuncia de un hecho conocido desde hace diecisiete años por la Casa Blanca y desde luego por todos los servicios de información de Estados Unidos; no se atrevió en su momento a condenarla por obvia, por irrelevante, por absurda. Le ha estallado en las manos, y ha llegado con retraso a apagarla, en la alocución que pronunció -por radio y por televisión- en la madrugada del lunes al martes. Las promesas de aumentar la vigilancia en la zona del Caribe, y el espionaje sobre Cuba -los aviones espías conocen la isla palmo a palmo-, las seguridades a las naciones latinoamericanas de que no permitirá una invasión soviética, son concesiones al partido del miedo, tan movido ahora por los «ultras», para tratar de salvar el SALT II, asegurando también que la presencia soviética en Cuba no es una amenaza real y que no hay razón ninguna para el regreso a la guerra fría.

Le viene a coincidir esta alocución y este punto de crisis con la entrega a sus propietarios de la zona del canal de Panamá. El tema es más espectacular que trascendental; la guarnición militar de Estados Unidos seguirá en sus cuarteles y a ella se confía la defensa de la vía de agua, por lo menos hasta el año 2000; una tercera parte de la zona corresponde, hasta esa fecha, a la administración de Estados Unidos. Y es posible que para entonces esté ya construido un canal principal, por Nicaragua, que haga inútil o muy secundario el de Panamá; algunos observadores han interpretado ya los movimientos políticos de Washington con respecto a Nicaragua como orientados en ese sentido. Pero, a pesar de todo, la bandera de las barras y las estrellas se ha arriado de la zona del canal, y se sabe el valor que dan los «ultras» a este símbolo; y es, indudablemente, una devolución de territorio que para muchos estaba definitivamente incorporado al Estado federal. El relativo abandono de Panamá potencia la manipulación de la «crisis de Cuba» y vulnera, una vez más, a un Carter aturdido a quien, para colmo de males, se le ha venido el Papa encima; no pudo él mismo recibirle -mandó a su esposa- por razones protocolarias; pero, en cambio, allí estaba el senador Kennedy, recibiendo los vítores al lado del hombre de blanco que puede mover algunos millones de votos en el país...

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