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España, en la conferencia de La Habana

Catedrático de Derecho Político.Embajador de España

La decisión del Gobierno español al aceptar la invitación a la VI cumbre de países no alineados es, sin duda, una acertada decisión política de Estado. El Gobierno y, de modo especial, su presidente, Adolfo Suárez, han tomado, así, un acuerdo, por encima de posibles intereses coyunturales de partidos, y, con nuestra presencia ante más de cien países miembros, observadores, invitados- la nueva España democrática aparece, también, cara al exterior, perfilada como Estado, que, aunque fundamentalmente europeo, está, también, histórica y tradicionalmente, vinculado a un sector de lo que genéricamente se llama Tercer Mundo.

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No se trata tanto de ideologizar esta presencia, en el sentido de contraponer agustinianamente neutralismo-atlantismo, que sería una interpretación errónea o una simplificación inocente, sino de plantear cierta política exterior con realismo y con independencia, es decir, en función de nuestros intereses nacionales. Si todavía la estructuración general del Estado, a nivel interno, no está ultimada, parece lógico que su proyección exterior descanse sobre supuestos no-conflictivos de coincidencia que hagan viable una política de Estado y no, estrictamente hablando, partisana.

La significación planetaria de la VI Conferencia

Los países no alineados, en cuanto no vinculados directa y/o formalmente a los dos grandes bloques, EEUU-URSS, desde Bandung, han mantenido, en general con resultados positivos, frente a la bipolaridad política dominante, su opción de no alineación. Sin duda, el proceso de descolonización, de independencia y autodeterminación, sobre el que han incidido preferentemente, se ha visto inmediatamente complementada por la preocupación de los problemas subsiguientes a todo período colonial: salir del subdesarrollo para hacer efectiva su independencia política real. Así, estas cumbres de jefes de Estado, de Gobierno, ministros y embajadores, no sólo han servido para ayudar y estimular a los movimientos de liberalización, para articular acciones conjuntas, que tendrán, más tarde, repercusión en otras instancias, sino también para avanzar en la formalización teórico-práctica, de la doctrina de la cooperación y la búsqueda de un nuevo orden económico-internacional más solidario.

La celebración de esta cumbre en La Habana, primera que se realiza en un país iberoamericano -las anteriores fueron en Belgrado (1961), El Cairo (1964), Lusaka (1970), Argel (1973), Colombo (1976)-, completa de esta manera el carácter planetario de este movimiento, al que asisten también organizaciones con unas consecuencias políticas y económicas que, en el ámbito concreto latinoamericano, por su coyuntura especial de cambio/ frustración, se dejarán ver en los próximos años. Es significativo resaltar que de veinticinco países miembros en la primera conferencia se pasó ya en la de Colombo a 86, y en la actual de La Habana se ampliará el número. La participación, por otra parte, de observadores e invitados, con diferentes concepciones y compromisos políticos, completa de esta manera el interés por un mundo desheredado, el Tercer Mundo, cuya incidencia en la política mundial es cada día más acusada. La incorporación de nuevos Estados latinoamericanos, con diversidad de status, y la propia sede de La Habana, con lo que implica de control organizativo e imagen, tiene una peculiar significación -y repercusión- para todo el subcontinente latinoamericano. Integrarse formalmente en el Tercer Mundo es ya tomar conciencia -y recibir apoyos- de su amplio y generalizado estado de subdesarrollo y de respuesta a la contraposición dialéctica entre países ricos/ dominantes y países pobres/ dominados. Iberoamérica tiene así que buscar una respuesta global a su gran reto político (modernización) y socioeconómico (desarrollo). La apoyatura de los países que forman, de alguna manera, este movimiento repercutirá, sin duda, en las diversas instancias de los poderes dominantes y hegemónicos y en la opinión pública internacional. Sin duda también, esta globalización del problema o, lo que es lo mismo, la desviación del factor cubano como elemento único /exportador de revolución, junto a los acuerdos que se adopten, influirá en la política exterior de Estados Unidos cara a Latinoamérica, sobre todo, si se tiene en cuenta que en 1980 podrá haber un nuevo presidente. El caso de Puerto Rico tendrá, con seguridad, un tratamiento especial.

La incidencia en nuestra política exterior

Nuestra presencia en La Habana, con una delegación presidida por el secretario de Estado de Exteriores, con estatuto de invitado, primera vez que acudimos, tiene una explicación razonable: nuestros lazos e intereses, en modo alguno contrapuestos con los europeos, sino complementarios, con Iberoamérica. Todo lo que es propio a este subcontinente no nos puede ser ajeno a nosotros. Pero no se trata sólo de la presencia simbólica, basada en consideraciones histórico-culturales y ya económicasy comerciales, por sí suficientes para avanzar en el proyecto nuevo comunitario que ahora comienza, sino también para articular la necesaria función-puente que puede hacer España entre Europa y Latinoamérica, que conlleva dejar patente nuestra no satelización política, como supuesto base de credibilidad.

Hay, por otra parte, intereses de otro tipo, que afectan a ciertas posiciones claves de nuestra política exterior, y que, de un modo u otro, en La Habana se harán sentir. Entre otros, los problemas del Sahara, Gibraltar, el Mediterráneo, la propia Conferencia de Seguridad, que se celebrará en Madrid en 1980, e incluso ciertos temas de política interna -como Canarias, Ceuta y Melilla- que tuvieron repercusión en algunos países africanos o que de nuevo pueden ser relanzados en su momento. Una participación discreta se convierte así en un hábil instrumento para cambiar impresiones múltiples, recoger datos y opiniones y, en definitiva, hacer patente -formal o informalmente- las coordenadas de nuestra política exterior. Incluso el tema OTAN, con su complejidad, puede tener una incidencia positiva con nuestra presencia: entre Estado -satélite, Estado -neutralista y Estado-puente, esta última posición es más rentable políticamente. Portugal, de cuyo atlantismo resignado participan los mismos socialistas (no es lo mismo salir que entrar), asiste también a La Habana.

Una última consideración: esta presencia -simbólica, de estudio y de imagen- puede estimular a que se avance en algo necesario para que nuestras relaciones con el Tercer Mundo, especialmente Iberoamérica y Africa, se estructuren en dispositivos eficaces, es decir, en la pronta elaboración de una ley de cooperación. Sólo una cooperación normativizada, orgánica, funcional y financieramente, sobre todo esto último, permitirá a España una presencia activa, como país de potencia media, en el concierto mundial.

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