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Afganistán no será el Vietnam de la URSS

Por segunda vez desde abril de 1978, la Administración norteamericana advirtió ayer a la Unión Soviética sobre las repercusiones de su intervención a favor del régimen pro soviético afgano, en lucha con la rebelión musulmana. Zbigniew Brzezinski, consejero de Carter para asuntos de seguridad nacional, afirmó ayer, en un discurso «visado» por el presidente, que, si «Estados Unidos ha adoptado una actitud prudente durante los recientes levantamientos en el exterior, esperamos, a cambio, que otros países se abstengan igualmente de intervenir e imponer doctrinas extrañas a pueblos profundamente religiosos y nacionalistas». Uno de sus colaboradores confirmó posteriormente que la amenaza de Brzezinski se refería a la ayuda masiva de la URSS al régimen del presidente Taraki. Desde Kabul informa el enviado especial de France Presse.

Mientras tanto, los combates entre los sublevados musulmanes y el Ejército afgano prosiguen, y algunos observadores no descartan que, ante la degradación de la situación militar, la URSS llegue a intervenir directamente.Para el extranjero que llega por primera vez a Kabul es necesario un cierto esfuerzo de imaginación para imaginarse que la ciudad es la capital de un país en plena rebelión musulmana. Kabul parece tranquila, soñolienta, como siempre durante el verano y el período del Ramadán, y nada ni nadie pone aparentemente en peligro la supervivencia del régimen pro soviético del presidente Nur Mohammed Taraki.

Sin embargo, el extranjero observador no tarda en percatarse de ciertos indicios de tensión. Kabul es una ciudad repleta de soldados. Se dice que en ella estaciona la tercera parte del Ejército afgano, unos 30.000 hombres. Los policías de tráfico llevan desde hace poco una pistola en el cinturón. Un año después de la revolución del 27 de abril de 1978, el toque de queda nocturno continúa en vigor y los tanques siguen custodiando el edificio de la radio y el Palacio del Pueblo (ex Palacio Real).

También sorprende la ausencia casi total de turistas en una ciudad que miles de hippies invadían pacifícamente cada verano camino de la India.

La inseguridad que reina en el país empieza por otra parte a crear ciertos problemas de abastecimiento. El precio de los productos agrícolas ha experimentado fuertes subidas y la madera para la calefacción, procedente de los bosques de Nuristán y Paktya, ha dejado de llegar a Kabul desde que se iniciaron los combates en las provincias orientales del país.

En las proximidades de la ciudad, numerosos controles han sido establecidos y gran número de convoyes militares circulan entre Kabul y las capitales de provincias.

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La prensa oficial afgana no alude a los combates. Cuando excepcionalmente lo hace, nunca da un balance de las pérdidas gubernamentales o rebeldes. Al observador deseoso de informarse sólo le queda por prestar atención a los rumores, a veces fantasistas, que circulan en el bazar de Kabul. Cada ciudadano tiene un hermano o por lo menos un primo en el Ejército que le cuenta su versión de los acontecimientos, sin que resulte posible comprobar su exactitud.

Desde hace algunas semanas el régimen reconoce que tiene «problemas», pero los achaca a los «mercenarios a sueldo del extranjero».

«No es un secreto para nadie que somos víctimas de una agresión extranjera y que nos enfrentamos con contrarrevolucionarios», declaró recientemente, en una conferencia de prensa, el primer ministro, Hafizullah Amin. Para el Gobierno revolucionario, los «agresores» son principalmente Pakistán e Irán, pero China y Estados Unidos envían armas a los «reaccionarios». Amin llegó incluso a reconocer que «el principal problema de la revolución era la agresión extranjera», pero no dio ningún detalle sobre la importancia de la rebelión. «Los Gobiernos de la clase obrera», añadió, «triunfan siempre, y por eso estoy seguro de que venceremos a nuestros enemigos.»

Ayuda soviética

De hecho, el Gobierno afgano, respaldado por la URSS, no duda en recurrir a procedimientos decisivos para combatir la rebelión. El ejército afgano, hasta hace poco uno de los peor armados del mundo, dispone ahora de un abundante material militar soviético, desde tanques hasta helicópteros de asalto. A Finales de junio, en el aeropuerto internacional de Kandahar (en el sur del país), estaban estacionados un centenar de aviones de caza soviéticos; es decir, el equivalente de toda la aviación afgana antes de la revolución.

Este impresionante despliegue de material bélico no impide a la rebelión, que ha ganado mucho en amplitud desde la primavera, controlar casi la mitad del país, opinan los observadores. «Por lo general, el ejército afgano controla el territorio de día, y los rebeldes, durante la noche», afirma un opositor musulmán. « Las carreteras nacionales o comarcales», añade, «pueden ser constantemente atacadas, y el ejército sólo se desplaza en convoys.»

El Gobierno dispone aún, sin embargo, de bazas importantes en su lucha contra la rebelión. Los centros urbanos importantes están todos bajo su control. Las tropas de élite han sido hasta ahora de una completa lealtad y se encuentran intactas, al no haber participado en casi ningún enfrentamiento. Por último, el régimen de Taraki está vinculado a la URSS por un tratado de defensa mutua, y la constante referencia a la «agresión extranjera» de las autoridades afganas podría servir de pretexto a una intervención directa de Moscú si el régimen de Taraki estuviese a punto de ser derrocado.

«Hay pocas probabilidades de que Afganistán se convierta en el Vietnam de la Unión Soviética», subrayaba un diplomático occidental acreditado en Kabul.

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