_
_
_
_

De nuevo ganó el Real Madrid de la fortuna

El Madrid volvió a ganar milagrosamente un partido que el Zaragoza, como mérito menor, debió empatar. Pero está visto que la lógica del buen fútbol, con la consecuencia de los goles, está reñida esta temporada, al menos, con el afortunado equipo blanco. No se puede jugar peor, sin idea alguna de conjunto... y ganar. El Madrid lucha siempre, pero sólo tiene ráfagas de rabia, la mayoría de las veces individuales -especialmente de hombres como Stielike-, y con eso, más la suerte o la contención de una defensa aceptable, se impone a los rivales que visitan Chamartín demasiado acomplejados. Si el Zaragoza, el único equipo quejugó en la noche del domingo de forma equilibrada, con apoyo escalonado de sus hombres, no puntuó fue por su propia falta de convicción. El gol que le anuló el árbitro en el minuto 81 pareció legal, pero nunca caben las disculpas o las quejas por una decisión equivocada.La impotencia del Madrid para ganar con holgura en su casa es ya endémica. El cuadro de Molowny, al que sólo le pueden disculpar las bajas en cada ocasión, no sabe crear juego suficiente para abrir huecos en el entramado de cualquier rival que se presenta ordenado y tranquilo. Habría que discutir, desde luego, si con el equipo completo sucedería lo mismo, pues los defectos del sistema en cada ocasión más bien parecen de pizarra quede hombres. Si teóricamente Juanito y Aguilar son extremos y el gran mal que afecta al Madrid es precisamente el absurdo empeño de intentar penetrar por el centro, parece claro que Molowny debería llamar al orden a ambos jugadores para que no se «escondan» en la parcela central o buscar los medios para que centrocampistas o laterales suban con suficiente entidad por las alas. Pero nada de esto ocurre. Domingo tras domingo -o sábado- el espectáculo de un juego apelotonado, con fallos innumerables en las entregas, porque ni los mismos jugadores están convencidos de esos avances retorcidos por el centro o se les nota que no saben qué hacer con el balón, es auténticamente lamentable.

En la primera parte, el Madrid llegó a jugar al contraataque en casi todo momento, a la espera del corte o el fallo en la subida ordenada del Zaragoza. Por eso Santillana y, sobre todo, Aguilar y Juanito, en sendos tiros tras rápidas jugadas, produjeron las únicas ocasiones de peligro madridistas. Ni una sola vez fue capaz el cuadro blanco de hacer un avance ligado que terminara en peligro para Irazusta. El equipo maño, lógicamente, trató también de retener lo más posible el balón, pues el empate inicial le servía de sobra para sus aspiraciones de escapar del descenso, aun sabiendo que Santander, Celta y Huelva tenían ya cavada su propia tumba. Pero una cosa es retener y otrajugar, y eso lo hizo muy bien, con el gran pero, eso sí, de no forzar en sus ataques, cuando también se pudo aprovechar de los fallos en la entrega rival. Sólo Juanjo, hábil individualmente, probó por dos veces a García Remón, que volvería a ser clave en el Madrid.

Comprobada, pues, la impotencia creativa madridista, la solución de Molowny para la segunda parte fue lógica y volvió a servir. Se arriesgó a sacar a Roberto y los impotentes centros sobre el área se multiplicaron. A los cuatro minutos vino el gol y el partido se animó. No importó ya que los marcajes zaragocistas superaran en general a sus rivales. Bastó aprovechar una jugada. Además, Guerini, que había ridiculizado a García Hernández en el centro del campo, iba a poder cada vez menos con la fuerza de Stielike, controlada en la primera parte por el pegajoso Oñaederra. Este, como queda dicho, aunque se sobra para no dejar tocar un balón raso a Roberto, no pudo impedir con sus veinte centímetros menos de estatura que el delantero blanco marcara el primer gol. Víctor, el otro centrocampista, quizá fue el más culpable de la falta de convicción mana, pues ante un Del Bosque disminuido con sus molestias musculares, debió perderle el respeto bastantes más veces. Y Amorrortu, que se emparejó con Pirri, al jugar retrasado -Benito quedó de líbero-, también pudo apretar más.

El Zaragoza, de todas formas, que antes de empatar, precisamente en uno de los pocos ataques de Amorrortu, estuvo a punto de conseguirlo ya si García Remón no para el cabezazo de Alonso en la jugada más bonita del partido, tuvo el mérito de no perder la calma ni el estilo de juego en todo momento. Sucedió, sin embargo que tras el acierto de Irazusta en el penalti parado a Aguilar vino el de Stielike, aislado completamente, y que salvó al Madrid al dar el balón de oro a Juanito en el segundo gol. La desgracia maña terminó con la anulación del gol de Alonso, que pareció totalmente legal. Cabe lamentarlo, suspicacias incluidas, pero los partidos tienen noventa minutos para resolverse sin esperar a una jugada afortunada. Esta temporada ya se sabe que ésas siempre favorecen al Madrid.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_