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Reportaje:

En las fallas preautonómicas, sexo y política

Valencia celebra su semana fallera, fiesta pagana de purificación de la primavera por medio del fuego. Las fallas, conmemoración cristianizada con el paso del tiempo, se han convertido en una actividad ciudadana donde lo sagrado y lo profano, amalgamados, son destruidos por el fuego. Este se llevará el trabajo y el costo económico de largas semanas. Tras cuarenta años de censura, los temas políticos, al natural, han vuelto a las fallas. Lo sexual, que en la literatura del padre espiritual de la fiesta, Bernat i Baldoví, tiene lugar prominente, no ha escapado esta vez a la inspiración de los artistas.

Más de trescientas fallas quedaron plantadas anoche en las calles de Valencia para iniciar los cuatro días grandes de la semana fallera. El domingo, día de San José, serán destruidas por el fuego, elemento catártico de todo lo criticado e impulsor de las fallas del 79. De marzo a marzo estas fiestas actúan de elemento ciudadano de indudable importancia sociológica, integrando a los diversos barrios en la preparación de unos días protagonizados por el pueblo, con contadas interferencias elitistas.El cambio político y la inmortal sexualidad mediterránea polarizan este año, una vez más, los temas de estos momentos de cartón, sin olvidar el virulento anticatalanismo, cuya gestación es bien conocida por sectores falleros. En la política, los temas van desde el Mercado Común a los partidos, sin olvidar las nuevas Cortes, las elecciones y y los líderes más famosos. Mientras en la falla de Cádiz-Denia la política está representada por un gran farol rodeado de murciélagos, testigos de tenebrosas maniobras políticas, en la avenida del Oeste un inglés, con una escalera, sube al peñón de Gibraltar, vigilado por un ángel ruso que ofrece ayuda y un francés que pone stop a las exportaciones españolas. La sexualidad está presente con una larga lista de personajes. Travestís, lesbianas, homosexuales, prostitutas y otros. Tradicionalmente, en estos temas, las fallas siempre reflejan sin tapujos la ideología machista.

El origen del festejo viene de la organización gremial en la época foral. Ya en el siglo XIII los carpinteros revestían el parot, que les había servido para colgar el candil que se utilizaba en los trabajos del atardecer, y lo quemaban junto con otros enseres domésticos, como símbolo de la llegada de la primavera.. Estos parot se transformaron en ninots, figuras caricaturescas utilizadas para imitar a personajes del barrio o ciudad. Tampoco se descarta la ascendencia pagana, justificada en las hogueras de las fiestas de Saturno. Así pues, la falla sería una hoguera civilizada, con versos satíricos que ilustran los grupos de figuras. Eugenio d'Ors definía esta fiesta como unos días en que todo el pueblo consagra su esfuerzo a la nada de las cenizas. El fuego es uno de los elementos primordiales del rito fallero, que pone fin, sin contrapartida, a una sustancial inversión económica y horas de trabajo incalculables. Con todo, el escritor Joan Fuster piensa que este fuego no es fuente de melancolía. «Ante una falla que se quema -escribe el intelectual de Sueca- nos sentimos muy satisfechos de permitirnos el lujo de una destrucción injustificada, o nos alegramos con el espectáculo suntuoso del incendio, o nos arrebata la misma embriaguez de la alucinación popular.»

Pero el fuego no rompe un sistema de relaciones ciudadanas creado en los diversos barrios por medio de las comisiones falleras. Estas son una especie de asociacionismo ciudadano permanente que funciona los doce meses del año. Su objetivo prioritario consiste en encontrar dinero para levantar el monumento que se planifica de acuerdo con los criterios del artista fallero. La elección de falleras mayores y corte, bandas de música y fuegos de artificio complementan las tareas. Las comisiones se reunen en la junta central, calificada también de junta centralista, cuyo presidente a su vez es concejal. Para recuperar el carácter popular de la fiesta se pide en los últimos años una organización con carácter independiente de la Corporación municipal y la celebración del coi)greso fallero que dem6cratice la vida fallera.

El valenciano Josep Renau, director general de Bellas Artes en la República, describió la evolución de la fiesta acertadamente: «El viejo espíritu del barrio popular -expresaba en Nova Cultura-, que había desarrollado por su propia iniciativa y esfuerzo los medios de expresión artística aptos para encauzar y desahogar su sentido crítico, languidecían ante los límites impuestos y buscaba vías de expansión, exacerbando su barroquismo sensual hacia el terreno peligroso de la pornografía, envileciendo el alma de la fiesta y, en orden a su propia eficacia dinámica, corrompiendo las costumbres de¡ pueblo.» Entre 1928 y 1931 se fueron creando las diversas instituciones falleras que encorsetaron el espontáneo festejo popular y que durante el franquismo han actuado como elementos de control. Después de la guerra civil se añaden actos religiosos, como la ofrenda de flores a la virgen. Así, desde la cúspide de la organización, anualmente se premian las comisiones más laboriosas y las fallas más artísticas, dentro de una escala de valores estéticos identificados con la monumentalidad y la apoliticidad.

Las fallas han comenzado con buena dosis de sensatez. Los partidos firmaron conjuntamente un escrito para recordar el espíritu unitario y pacífico que presidió la Diada del 9 de octubre, mientras varios centenares de vecinos están firmando un escrito en el que se pide que no existan enfrentamientos, ya que, de producirse, habrá que imputarlos a las fuerzas reaccionarias, que por motivos partidistas crearon en el 77 un ambiente de intransigencia.

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