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El regionalismo castellano-leonés

Catedrático de la Universidad de ValladolidLa tarea fundamental que han de realizar las Cortes elegidas en los comicios del pasado día 15 de junio es la elaboración de una Constitución democrática. La consolidación de la democracia en España requiere la plasmación en un texto constitucional de los principios básicos sobre los cuales se ha de basar la vida política y social del país en los próximos años. Una de las cuestiones claves que ha de contemplar la nueva Constitución es la relativa a la articulación del Estado. El centralismo de los últimos años es incompatible con la esencia de la democracia, pero a mismo tiempo es contrario a la más genuina tradición histórica de España, caracterizada por una gran diversidad de pueblos, lenguas y culturas. Por eso, debe de buscarse, democráticamente, una fórmula que, sin merma de la unidad, satisfaga las justas reivindicaciones de los pueblos de España. Los habitantes de la región castellano-leonesa, entendiendo por tal el conjunto de las provincias de la cuenca del Duero, en la cual se dan una serie de rasgos físicos, históricos y económicos comunes, aspiran a ver reconocida su personalidad, en un trato igualitario con las restantes regiones de España.

El pasado 24 de abril, con motivo de cumplirse el 456 aniversario de la derrota de los Comuneros de Castilla ante las tropas reales de Carlos V, miles de castellanos y de leoneses se concentraron en el pequeño pueblo de Villalar para celebrar el «Día de Castilla y León». La efemérides de la derrota de las Comunidades se convirtió, de esa manera en el punto de partida de una decidida voluntad de resurgimiento de la región castellano-leonesa. ¿Un espíritu regionalista en Castilla y León? Muchos se harán esta pregunta, sin duda sorprendidos. La tradicional identificación de Castilla con el centralismo opresor de los restantes pueblos de España quizá haga difícil comprender, desde Cataluña, el País Vasco, Galicia y otras regiones españolas, cómo ha podido surgir una conciencia regional en pleno corazón de la Meseta. Para entenderlo hay que tener en cuenta dos premisas fundamentales:

1.ª La región castellano-leonesa está deprimida y abandonada. Ya a principios de siglo, el notario de Frómista, J. Senador Gómez, hablaba de «Castilla en escombros» y proponía, de acuerdo con su ideario regeneracionista, la toma de medidas urgentes para remediar el declive de la región. Hoy día, el panorama que ofrecen Castilla y León es, comparativamente con las restantes regiones españolas, mucho más sombrío que al iniciarse la centuria. Los cuarenta años de régimen franquista han acentuado hasta límites insospechados la decadencia de la región castellano-leonesa. Los síntomas de este declive están a la vista: ruina progresiva del campo, emigración masiva hacia otras regiones industriales de España o del extranjero, tendencia a la desertización, que desgraciadamente es ya una realidad en muchos lugares. Los recursos humanos, económicos y financieros de la región no se aplican a su propio desarrollo, la «renta per cápita» de las provincias castellano-leonesas está claramente por debajo de la media nacional y se pierden a pasos agigantados el patrimonio histórico y artístico, las costumbres y las tradiciones. Castilla, en la expresión certera de A. Sorel, está en «agonía».

2.ª La identificación de Castilla con el centralismo es falsa. Es cierto que a partir de los Reyes Católicos la política oficial de los monarcas españoles tenía como eje de su actuación a Castilla y a lo castellano. Pero no hay que confundir a las clases dirigentes de aquellos siglos con el pueblo castellano-leonés, el cual no hacía otra cosa que trabajar, dar su sangre en las campañas imperiales, estar sometido a una agobiante presión fiscal o dirigirse hacia América para huir de la miseria. Castilla fue en el pasado, y lo sigue siendo en el presente, una víctima mas del centralismo. El régimen franquista entró a saco en el patrimonio castellano-leonés, utilizándolo como bandera para su política opresiva hacia otros puebles de España. Esto es lo que sucedió, por ejemplo, con la lengua castellana, convertida en el idioma del pretencioso imperio de los años cuarenta. Se resucitaron los viejos tópicos del hidalgo castellano, se volvió la mirada a la época de los Reyes Católicos y de los Austrias y se puso el acento en un agrarismo de fachada, que no evitaba la ruina de los labradores modestos de la región. Pere, el mismo estado central que se valía de Castilla y de la tradición castellanista como arma ideológica de carácter reaccionario. dejaba a la región castellano-leonesa en el más descarado abandono.

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Así, el pueblo castellano-leonés ha pagado una factura a todas luces injusta, pues mientras asistía impotente a la agonía de su región aparecía ante los restantes pueblos de España como el prototipo del opresor, cuando en el fondo era una víctima más de un Estado centralista, puesto al servicio de los grupos que detentaban el poder económico. Este estado de cosas ha motivado en los últimos años la génesis de una incipiente conciencia regional en Castilla y León que, aunque todavía embrionaria, ha dado ya sus primeros frutos, como lo prueba su plasmación en diversas organizaciones de carácter regionalista.

El regionalismo castellano-leonés puede prestar una contribución muy valiosa a la edificación de una España democrática y estable. Los rasgos principales que, desde mi punto de vista, lo definen, son los siguientes:

1. No hay primacía de Castilla. En vano buscaron los hombres del 98 las raíces de lo genuino hispánico en las «decrépitas ciudades» y los «atónitos palurdos» de la Meseta. España es una realidad plural y con esa óptica hay que abordar el problema de la articulación del Estado.

2. El regionalismo castellano-leonés se siente solidario de los restantes pueblos de España. La organización del Estado ha de hacerse en condiciones de igualdad para todos, sin privilegios para nadie.

3. El regionalismo castellano-leonés se concibe como un cauce más para la consolidación de la democracia en España. Al interesar a los habitantes de la región en la solución de sus problemas se abre una nueva vía a la participación del ciudadano en los asuntos públicos y, en definitiva, se profundiza la democratización de la sociedad.

4. El regionalismo castellano-leonés es, lógicamente, anticentralista. Pero no basta con una simple descentralización. Es preciso establecer un marco de autonomía para todas las regiones españolas. Unos órganos políticos propios de Castilla y león entenderán en aquellas cuestiones que sean específicas de la región y sobre las cuales se haya señalado previamente su competencia.

5. El crecimiento económico de la década de los sesenta ha acentuado los desequilibrios regionales en España. El regionalismo debe de ser un instrumento al servicio de la corrección de esas graves desigualdades económicas, que en última instancia son perjudiciales para el desarrollo equilibrado de España en su conjunto.

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