El Granada pierde ante la Real Sociedad y se va en silencio
El equipo andaluz desciende a Segunda sin rebelarse contra su destino
Tenía que ser ahí, en el centímetro y pico de la raya de fondo que separa lo legal de lo ilegal, donde muriese el Granada y descendiese a Segunda División en la hora del vermú. No es que creyese mucho en sus posibilidades porque en las situaciones desesperadas se esperan, siempre, actitudes heroicas, incluso irracionales para salvar la vida. Y el Granada prefirió la enfermedad a la curación, el analgésico a la cirugía, el tratamiento conservador a la apuesta experimental. Prefirió morir tranquilo que por un accidente. Quizás sabía que su enfermedad era terminal con cada uno de sus cuatro entrenadores en la Liga. Quizás sabía en el fondo es una pyme, que compra y vende futbolistas, que contrata y destituye entrenadores, que es un mapa mundi al que, en verdad, la Primera o la Segunda no le alteran el ecosistema. La vida sigue igual.
Porque la Real Sociedad, que se juega Europa tanto tiempo después, jugó muy mal, con la desgana de la suficiencia, con la tranquilidad de la impotencia ajena, como si el vermú fuera solo el primer acto de un largo y cansino y rutinario mediodía. Porque el partido moría en cada orilla. La Real no creaba, porque su línea de creación estaba anestesiada, convencida de que el destino le guardaba un sillón porque sí. Difícil encontrar menos presencia de futbolistas como Xabi Prieto, Vela y Oyarzabal, escondidos bajo el manto del mediodía, del inesperado sol que le nubló la vista. Difícil explicar que con tanta distancia entre ambos, con tantos objetivos encontrados, hasta el minuto 45 no pasara nada. Pro nada de nada. Un paseo por Anoeta en espera de que se ponga en verde el semáforo para pasar con comodidad y seguridad. Nada de Abbey Road, todo en orden. Le ayudaba a la Real que el Granada tenía el miedo en cuerpo y sus mejores futbolistas por detrás. Ochoa, el portero, hizo su trabajo bien hecho, Hongla es, sin duda, su jugador franquicia. Por delante, solo Mallé anunciaba algunos fuegos artificiales. Aunque fue Ramos quien marcó el empate en un buen cabezazo tras un buen centro de Foulquier y un despiste increíble de Mikel González. Ahí soñó el Granada, como si la tibia luz del Sacromonte le abriera las pupilas. Ahí salió la rabia contenida, pero muy contenida, ahí entraron Boga y Ponce pero por los sustituidos equivocados (Mallé y Ramos).
Y llegó el gol de Juanmi, que en realidad fue de Canales con un pase inteligente. Y la Real fue feliz y el Granada, infeliz. Porque el Granada lo cambió todo menos el destino. El descenso. Lo inevitable. Lo previsible. Y vuelta a empezar. La pyme sigue ahí.
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