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“Por fin soy yo, no el hijo de Valero Rivera”

Hoy día, Valero Rivera (Barcelona, 31 años) es uno de los mejores extremos del mundo, un definidor de vértigo, pero su recorrido hacia la cima siempre estuvo marcado por la inmensa sombra de su padre

Valero Rivera celebra un gol frente a Túnez.
Valero Rivera celebra un gol frente a Túnez.JEAN-CHRISTOPHE VERHAEGEN (AFP)

Lejos de abrirle puertas y allanarle el camino, a Valero Rivera Folch (Barcelona, 31 años) su apellido le ha condicionado como si cargase con un yunque de plomo a la espalda. Hoy día es uno de los mejores definidores del mundo, un extremo de vértigo, pero su recorrido hacia la cima siempre estuvo marcado por la inmensa sombra de su padre, uno de los técnicos más prestigiosos de todos los tiempos en el balonmano. El ser el hijo de le persiguió y le valió no pocas sospechas, hasta que hace unos años decidió emigrar a Francia y escribir su propia historia.

Ahora, con un historial envidiable de condecoraciones personales y el reconocimiento de todos, ha regresado a Barcelona para triunfar en casa y seguir haciendo goles, que es lo suyo. También es la pica más punzante de la selección, que hoy (20.45, Teledeporte) se mide a Angola en el tercer partido de la primera fase. Ante cualquier problema, ante la duda, balón en largo o al extremo. Ahí estará siempre él, Valero Rivera. Con todas las letras y un nombre propio ganado a pulso.

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Pregunta. ¿Hasta qué punto sigue pesándole el apellido?

Respuesta. Pesaba más antes, ya hace tiempo que no pesa. Cuando mi padre se desvinculó del Barcelona y yo también me marché del club este asunto cambió, sobre todo cuando me fui a Francia. Allí yo era solo Valero Rivera, no el hijo de alguien, y allí fue donde realmente empezaron a valorarme y donde conseguí hacer mi propio camino. Ahora todo el mundo me ve como un jugador, no como el hijo de. Ahora, por fin, yo soy yo.

P. Se fue por la puerta de atrás y ahora ha regresado como uno de los mejores extremos del mundo. ¿Siente que fue juzgado de forma injusta?

R. Puedo entenderlo, pero al principio la verdad es que todo eso molestaba un poco, porque oías por ahí muchos comentarios, que habías llegado donde habías llegado porque eras el hijo de y no por méritos propios. Durante esa etapa sufrí, porque tuve que aguantar ciertas cosas que otros jugadores no han tenido que soportar, pero mi historia ha sido así. Al final es mi apellido y no lo cambiaría por nada del mundo. No hay que darle vueltas. Estoy muy orgulloso de él.

P. Pero, ¿fue la causa de que tuviera que irse del Barcelona?

R. No creo que fuese mi apellido lo que me forzó a salir, sino una serie de circunstancias muy concretas que se dieron en aquella época. Todavía tenía que crecer mucho, así que el apellido no tuvo nada que ver. Por suerte, hace tiempo que me siento muy bien. Desde que me fui a Francia todo cambió y mi mentalidad también. Ahora la situación es muy distinta y estoy perfecto.

P. Entonces, en Francia encontró la liberté que aquí se le negaba, ¿no?

R. Ir a Nantes es la mejor decisión que tomé en mi vida deportiva. También la de volver ahora al Barcelona, claro, pero si no hubiese vuelto a llamarme el Barça no me hubiera movido de Francia, eso seguro. Todo el mundo me trata de maravilla allí y lo siento como mi segunda casa. La experiencia me enriqueció mucho, porque maduré como persona y como jugador. Cambié mucho físicamente y también mentalmente. Allí he sido padre de dos hijos y conocí a mi mujer, que es parisina. El tiempo que estuve allí me transformó la vida.

Sufrí por mi apellido, pero no lo cambiaría por nada del mundo. Estoy muy orgulloso

P. Habla con cierta nostalgia. ¿Qué echa de menos de Francia?

R. Culturalmente es un país muy potente. Y lo que más he notado han sido los horarios y el ritmo de vida. Me gustan mucho más que los españoles, sobre todo porque se come y se cena más pronto. Ahora, se me hace eterno comer a eso de las dos o las tres. Es demasiado tarde para mí... [risas]. Aquí se hacen las cosas demasiado tarde.

P. Volviendo a su apellido. Su padre es un hombre muy recto. ¿Qué le inculcó?

R. Ha influido en todas las decisiones que he tomado y en cómo me he formado. Obviamente siempre he tenido la última palabra, pero él siempre ha estado ahí, respaldándome. Sé que siempre puedo contar con él. Ha sido un gran apoyo en el día a día y es un honor poder decir que él es mi padre, porque es uno de los grandes nombres de la historia del balonmano. Ha aportado mucho a nuestro deporte y viceversa, porque el balonmano también se lo ha dado todo a él.

P. Cuando coincidieron, ¿le exigía más que al resto de jugadores?

R. Era muy estricto conmigo, probablemente un punto más que con los demás, y me alegro de que fuese así. Me inculcó una disciplina que sin ella no hubiera podido llegar adonde he llegado.

Valero Rivera, padre e hijo, conversan en una imagen de 2002.
Valero Rivera, padre e hijo, conversan en una imagen de 2002.SUASANNA SÁEZ

P. De nuevo, al Barça, al Palau. ¿Cómo lo ha encontrado todo?

R. Muy bien, prácticamente igual. Ha cambiado un poco la estética, pero el funcionamiento del club y los valores que representa siguen intactos. Son la esencia del Barcelona y eso nunca tiene que cambiar.

P. ¿Tuvo alguna duda cuando le propusieron que volviera?

R. No, de ningún modo. Era muy feliz en Nantes, pero volver era una idea que siempre contemplaba por el rabillo del ojo. Siempre he trabajado para que esto pudiera suceder otra vez, sin obsesionarme, pero con la ilusión de poder regresar a mi casa, a mi ciudad, al Palau. No podía decir que no.

P. ¿Tiene algo que demostrarle al público del Palau?

R. No, nada. Tan solo quiero disfrutar, porque en la otra época no pude hacerlo y mi idea ahora es pasármelo bien jugando y ganar, porque en el Barcelona no hay otra alternativa que valga.

P. ¿Y qué me dice de la Asobal? ¿Cómo la ve ahora?

R. La crisis ha tocado muy duro a la Liga, aunque hoy día está un poquito mejor. Creo que ahora es un poco más competitiva que hace dos o tres años y espero que siga creciendo por el bien de nuestro balonmano.

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P. Lo que no ha cambiado es la dinámica: el Barça sigue arrasando.

R. Yo no lo veo del todo así. Hemos tenido partidos muy difíciles fuera de casa y en el Palau también hemos sufrido. Ganamos todos los partidos, pero a veces la gente no es consciente de cuánto nos lo trabajamos. No es algo automático, no es salir ahí y ganar, y ya está. No. Nos lo curramos muchísimo. No es tan sencillo como pueda parecer de puertas afuera. Personalmente creo que es bueno que la Asobal tenga un equipo tan fuerte como el nuestro. El Barça es uno de los mejores clubes del mundo y eso solo puede ser beneficioso para la imagen del balonmano español.

P. Hablemos de la selección. ¿Cómo va este nuevo ciclo?

R. El grupo humano sigue siendo buenísimo, como siempre. Los nuevos se han integrado perfectamente y la verdad es que tenemos todos muchísimas ganas, sobre todo después de no haber podido ir a los Juegos de Río. Nos están saliendo muy bien las cosas y en los entrenamientos estamos dándolo todo. Ojalá en este Mundial podamos dar otra vez un paso adelante.

P. ¿Ha calado en el vestuario el mensaje del nuevo seleccionador?

R. Hay muy buen feeling con el entrenador. Ha transmitido sus ideas y creo que todos estamos muy a gusto con lo que nos propone. Nos hemos adaptado a lo que plantea y él también ha sabido adaptarse a un bloque que desde hace muchos años tiene una forma muy concreta de funcionar e interpretar el balonmano.

P. ¿En qué se diferencian Jordi Ribera y Manolo Cadenas, su predecesor?

R. Jordi es más tranquilo que Manolo y más metódico. Los dos son muy buenos técnicos, pero cada uno tiene una forma distinta de ver las cosas. Son dos métodos diferentes, pero ambos muy válidos.

P. Usted es un peso pesado del equipo, el gran goleador. ¿Qué piensa cuando está suspendido en al aire, frente al portero o en el extremo?

Era feliz en Francia, pero siempre trabajé con la idea de volver a jugar en el Palau

R. En ese instante no piensas demasiado, sino que lo haces antes de arrancar y dar esos dos o tres pasos. Lo fundamental para mí es cómo te llega el balón, porque a partir de ahí te haces una idea de si puedes tirar de una forma u otra, al palo corto o al largo, con rosca o más directo. También es importante quién es el portero, porque si le conoces sabes por dónde puedes buscarle las cosquillas... En ese momento lo único que pasa por tu cabeza es el gol, terminar la jugada que tus compañeros han creado, porque en el fondo los extremos las terminamos, pero el mérito es de los que la han construido antes.

P. También es un maestro de los siete metros. ¿Cuál es su secreto?

R. Los penaltis son una cosa mental. Son mucho vídeo, entrenamiento y repetición. Se trata de engañar al portero, porque son un juego muy psicológico y a mí se me da más o menos bien. Tratas de pensar lo que él piensa que tú vas a hacer y el portero lo hace al revés. Son eso, un pulso mental.

P. Para cerrar, y retomando su apego a Francia. ¿Qué prefiere, la tortilla de patata o una tartiflette?

R. Buf, no es fácil, pero... Yo me quedo con la cocina española. Además, en este sentido siempre riño con mi mujer, así que no voy a decir lo contrario. Si no, voy a meterme en un buen lío.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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