Osasuna resucita bajo la lluvia de Eibar
El equipo rojillo logra su primera victoria ante un Eibar que fue de más a menos
Los lunes, históricamente, el fútbol no se ve, se comenta. El mercado dejó apenas una rendija para evaluar el fútbol y los estados de ánimo. Y por ahí se cuelan partidos tan románticos como el del Eibar frente a Osasuna: un estadio que con tribuna nueva cada vez huele más a campo inglés, una lluvia intensa que bien podía ser de Southampton o de Londres y dos equipos que sin renunciar al fútbol tienen en su ADN la visceralidad como gen predominante. Por mal que esté Osasuna (penúltimo en la tabla) y por bien que esté el Eibar, en la planta principal del campeonato, difícil que agachen la cabeza, que bajen los brazos, que pidan la paz, la rendición, la compasión por muchas que sean sus bajas en la batalla.
Quizás por todo ello, porque el romanticismo no atiende a razones, hubo más goles que fútbol, pero menos que adrenalina, derramada por Ipurua como colonia a granel. Y porque el partido nació marcado por el gol. 18 segundos tardó el Eibar en inaugurar el marcador. Centro de Luna, control de Enrich, pase a la derecha, toca Pedro León y Escalante a pierna cambiada con el exterior el pie derecho disparó a la escuadra ante el impávido Nauzet. Todo cambió en ese momento: cambió la estrategia de Osasuna y seguramente la del Eibar, tan sorprendido por una efectividad incalculable. Jugaba Osasuna con cinco defensas, porque ni Oier ni Berenguer, por los costados subían lo necesario y a cambio Capa, por la derecha, era un tractor. El Eibar gobernaba el partido pero sin decretos en el área. Un libre directo de Bebé fue su única medida contundente. Tardó Osasuna en estirar las piernas. Tenía a Oriol Riera convertido en un gladiador al que en cada salto le sacaban la bota del pie. Su paliza fue descomunal, su lucha era de las que agotan al espectador tentado de ofrecerle una sábana, aunque no sea santa. Oriol es el sudor y Sergio León, la colonia. Berenguer, ya activado en la banda izquierda, sacó un buen centro que Sergio León cabeceó con el clasicismo que exigía el partido.
Impetuoso, el partido exigía goles, más que combinaciones y el segundo de Osasuna se lo regaló Asier Riesgo al despejar con el pie como quien limpia las lágrimas de una lámpara. Sergio León, avispado, canchero y sutil, agradeció el regalo y le hizo el segundo en apenas dos minutos. Definitivamente el partido lo gobernaba el corazón. El centro del campo de uno y otro equipos era apenas la pausa entre sístole y diástole. Trabajo, puro trabajo. Y el Eibar, que había descosido el partido en 18 segundos, lo remendó en los últimos segundos del primer tiempo cuando Enrich cabeceó un centro magnífico de Bebe. Todo un tiempo para homenajear el fútbol vintage que volvía a comenzar tras el descanso.
Y se adaptó mejor Osasuna, menos ansioso, aunque estaba más necesitado, más acuciado en el infierno de la clasificación. Y como el romanticismo no está reñido con la delicadeza, Roberto Torres, el futbolista más dotado de Osasuna, amagó un disparo con una pierna y remató con la otra para batir a Riesgo. Ya luego fue defender con orden, y el Eibar atacar con prisa. Y entre agobios, despejes y cabezazos, Osasuna consiguió su primera victoria de la temporada y salió de su silencio. Y todo en lunes, cuando el fútbol no se veía, se comentaba.
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