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Eurocopa 2016
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El dedo de Piqué

Como buenos españoles, nos gusta alimentar estas brasas patrioteras mientas rumiamos pipas. Lo decía Pío Cabanillas: "Al suelo, que vienen los nuestros".

Rafa Cabeleira
Piqué durante el himno de España en el partido ante Croacia.
Piqué durante el himno de España en el partido ante Croacia. EL PAÍS

Celebraba Morata el uno a cero cuando las redes sociales se retorcieron profundamente indignadas con Gerard Piqué, una vez más, en esta ocasión por culpa de una supuesta alineación indebida de su dedo corazón durante la interpretación del himno nacional. La imagen de la polémica, en la que también se puede observar a Sergio Ramos mirando al cielo con devoción y cierto arrepentimiento, como si pidiera perdón de antemano al Cristo de los Gitanos por el penalti que pensaba fallar, se convirtió en viral antes de que los croatas estamparan el empate en el marcador, al filo del descanso, y para la reanudación del choque ya se manejaban dos líneas principales de investigación: falta de respeto a los símbolos constitucionales o desprecio velado hacia los medios de comunicación más críticos con el futbolista.

Finalizado el encuentro, con la amargura de la derrota flotando en el ambiente del vestuario, Gerard Piqué ofreció su particular versión de los hechos y alegó que solamente se estaba crujiendo los dedos, lo que a mí me parece un gesto propio de defensa antiguo, de central uruguayo de los años setenta, de tipos curtidos en sangre y barro que conocían la importancia de tener las articulaciones bien engrasadas cuando llegaba el momento de repartir hostias.

Contaba Héctor El Bambino Veira en una entrevista, lo que le dijo Moreno Castillo antes de comenzar el partido de su reencuentro en España, después de innumerables batallas en el fútbol sudamericano: "Andate por los costados, nene; el medio es Vietnam". Es el tipo de advertencias que se lanzan envueltas en crujidos de huesos y me gusta pensar que Piqué solo preparaba el saludo obligado a su compañero y rival, Ivan Rakitic.

De nada parece servir el rendimiento de Piqué frente a las ansias de desmerecer su labor y la obsesión por reducir, su nivel de compromiso con la selección nacional.

El fútbol es un deporte tan hermoso que lo más comentado por sus fanáticos seguidores termina siendo cualquier gesto o suceso que nada tiene que ver con el propio fútbol, ese es su sino actual. En esta sociedad moderna de consumo rápido y compulsivo, de memes y de Vines, de grupos de WhatsApp y madres con Facebook, ya pocos se extrañan porque los mejores goles, los pases imposibles o los regates sobre una baldosa terminen eclipsados por un entrenador sacándose los mocos, una señorita faldicorta en la grada o un juez de línea arrollado por la camilla motorizada. Uno escribe Riquelme en Google y el buscador le devuelve casi idéntico número de resultados sobre Larissa que sobre Juan Román: bienvenidos al fútbol moderno.

Volviendo a Gerard Piqué, de nada parece servir el rendimiento excelso que está mostrando durante la presente Eurocopa frente a las ansias de desmerecer su labor y la obsesión por reducir, a la mínima expresión, su nivel de compromiso con la selección nacional. Como buenos españoles, nos gusta alimentar estas brasas patrioteras mientas rumiamos pipas, discurrimos la mejor manera de no pagar nuestras consumiciones en los bares y miramos al dedo que nos señala la luna como si la tuviésemos muy vista. Lo decía Pío Cabanillas: "Al suelo, que vienen los nuestros".

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