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Nadal reverdece ante Murray

En su mejor versión del último año, el número cinco remonta al británico (2-6, 6-4 y 6-2, después de dos horas y 36 minutos) y disputará la 100ª final de su carrera, 10ª en el Principado, ante Monfils

Alejandro Ciriza
Nadal celebra su victoria contra Murray en las semifinales de Montecarlo.
Nadal celebra su victoria contra Murray en las semifinales de Montecarlo.VALERY HACHE (AFP)

Fueron muchas las señales, pero ninguna como el hambre, la actitud, la furia. Correr de esa forma a por la pelota, atacar así la bola. Sin rastro de la duda o la incertidumbre, indeseables compañeras de viaje durante más tiempo del que hubiera deseado. Emergió Rafael Nadal sobre la pista de Montecarlo, remontó a Andy Murray (2-6, 6-4 y 6-2) y tendrá este domingo (14.30, Canal+ Deportes2) la posibilidad de elevar su 28º trofeo del Masters 1.000 –en su 41ª final, la 10ª en el Principado y la 100ª de toda su carrera–, frente a Monfils (6-1 y 6-3 a Jo-Wilfred Tsonga. Reverdeció el español en un momento clave, al inicio de la gira europea sobre arcilla, primera escala antes de Roland Garros.

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El inicio fue un intercambio de poder a poder, muy intenso por parte de ambos. A la pretensión de Nadal de ganar metros y pegar desde la línea se unió la de Murray por evitarla e intentar hacerle recular al de Manacor, una y otra vez perfilado de derecha, entrando cada vez más cómodo. Resulta a que ese confort creciente replicó el de Dunblane con reveses durísimos y control. Sabía el británico que sus opciones pasaban por no dejarle pensar a su rival, por buscar la vía directa e imponer la velocidad, pero enfrente se encontró con un Nadal muy diferente al que atormentó hace casi un año en la final de Madrid.

Que Nadal no es el de antaño es un hecho, pero desde luego tampoco es el tenista taciturno que desfiló por el circuito en la primera mitad del curso pasado. La confianza es otra y el juego es mucho más consistente, lo suficiente al menos como para batirse a plena igualdad en los peloteos o probar golpes que antes, por simple temor, por el vértigo al fallo, su mente ni siquiera procesaba. A su drive aún le falta filo, a su revés precisión y a su servicio la carga extra que siempre se le ha reclamado (y que a estas alturas no va a ganar), pero el viraje en positivo de un año aquí es más que evidente.

Está en condiciones de competir y más en el hábitat de la tierra batida. Con el flujo más lento de la bola, las carencias se camuflan y las virtudes se potencian. También las de Murray, mucho más adaptado ahora al patinaje sobre arena. El escocés ha ido cumpliendo poco a poco sus pretensiones. Wimbledon, la Copa Davis y, en el plano personal, la paternidad, ser un hombre pleno y completo. Y, en otra escala profesional, convertirse en un jugador multisuperficie. El año pasado elevó sus primeros dos títulos en clay (Múnich y Madrid) y en este su candidatura a Roland Garros, una utopía hasta hace nada, cobra y cobra más cuerpo.

El de Manacor no jugaba una final del Masters 1.000 desde que lo hiciera hace un año en Madrid

Impuso su revés Murray para dominar y rompió por primera vez el saque de Nadal (4-2). No se arrugó el español, que al siguiente juego exigió al máximo al escocés y dispuso de una opción de break, resuelta por este último con sobriedad y luego con un estacazo sobre la línea que sentenció, antes de cerrar el parcial ya con su servicio. Desencorsetados los dos, el segundo set arrancó con un doble quiebre, de una parte y otra; todo nivelado, otra vez, hasta que Nadal hizo una llamada a la épica y recuperó una magnífica versión, osada e incisiva, física y jerárquica, agresiva en los tiros y sin el más mínimo complejo.

Se le vio deslizarse como hacía mucho tiempo que no lo hacía, profundizó con la derecha y fue laminando poco a poco la moral de Murray, cada vez más errático pero jamás rendido. Trazó varios puntos que rememoraron sus mejores momentos, con drives y passings en carrera, y así rompió el servicio de Murray (4-3) y defendió el suyo inmediatamente después, con varias maniobras de las que hacen mella en el contrario. Igualdad de nuevo en el marcador, contador a cero de nuevo, sensaciones cambiantes. Anímicamente, el que tenía la sartén por el mango ahora era Nadal.

Resoplaba y corría el escocés, resguardado del sol y la tormenta tenística bajo una gorra, pero ni por esas. El volantazo era definitivo y el tercer set fue una simple constatación del reverdecer de Nadal, que casi un año después volverá a disputar la final de un Masters 1.000, algo que no saboreaba desde mayo de 2015, en Madrid, ante Murray, al que el esfuerzo le hizo terminar el partido cojeando por un pinchazo en la ingle, batallando hasta el final. Tiene Nadal en su mano, este domingo, lograr su noveno título en Montecarlo y rediseñar el status del 1.000. Hace tres semanas Novak Djokovic le superó (Miami) en trofeos de segundo nivel, pero el rey de la tierra reclama su espacio y la gráfica apunta hacia arriba de nuevo. Bienvenida la épica.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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