La marcha triunfal de Ronnie Allen murió en Atocha
En la temporada 1969-70 todo marchaba para el Athletic hasta que se torció en su visita a San Sebastián
Aquella temporada, la 1969-70, todo marchaba sobre ruedas para el Athletic. Parecía que por fin iba a recuperar el título de Liga, que no ganaba desde 1956. Pero todo se torció en la visita a San Sebastián. Para toda una generación de athléticos,aquella derrota es una herida que todavía duele.
Ronnie Allen había llegado al Athletic como agua de mayo. En la temporada 1968-69 un pesimismo desconocido había invadido al hincha bilbaíno. Las grandes glorias empezaban a parecer cosa del pasado. Falleció el presidente, Julio Egusquiza, en accidente de carretera. El entrenador, el mítico Gaínza, tuvo que ser dolorosamente cesado tras cuatro derrotas consecutivas. Se habló, por primera vez en la historia, de la siniestra posibilidad del descenso. Le sucedió, a título provisional, Iriondo, el otro extremo de la gran delantera. El nuevo presidente, Félix Oraá, buscó el remedio en Inglaterra. Se trataba de traer a un manager a la inglesa, que reorganizara el club de arriba abajo. Hablaron primero con Tom Docherty, que una vez comprometido de palabra se echó para atrás. Entonces fue a por Ronnie Allen, que aceptó. Se presentó en Bilbao un tiempo antes de que acabara la Liga, para ir preparando la temporada siguiente. De entrenador siguió Iriondo.
Fuese por la mano de Iriondo o por la sugestión colectiva que provocó la llegada de Allen, el caso es que el rumbo se enderezó. Con dos jovencísimos, Igartua y Clemente, en el equipo titular, el equipo cambió. Acabó el undécimo de una Liga en la que había llegado a estar penúltimo. Y ganó la Copa con este gran once: Iribar; Sáez, Echeberría, Aranguren; Igartua, Larrauri; Argoitia, Uriarte, Arieta II, Clemente y Rojo.
A Iriondo se le ofreció seguir, con Ronnie Allen de manager, pero no quiso. Quizá le desagradó que muchos achacaran el mérito de la reacción a la presencia del inglés. Así que para la 1969-70 quedó este como entrenador, con García Andoain de segundo.
Y fue una revolución. Cambió los hábitos del viejo club de arriba abajo, con todo el apoyo de Félix Oraá, que a su vez dio el gran impulso a Lezama. De Ronnie Allen llamaron la atención sus entrenamientos, cortos pero intensísimos, las carreras por la playa, el 4-4-2, con los extremos Argoitia y Rojo retrasados, al modo de Ball y Peters en la Inglaterra de Alf Ramsey, campeona mundial en el 66.
Muchas de sus medidas chocaron a los clásicos. Y la prensa de la ciudad estaba dominada por clásicos, grandes firmas, con peso y prestigio, con mucho apego por las viejas tradiciones del club, del que habían visto las mayores glorias: Basterra, Múgica, Joma… Entre las medidas que tomó Ronnie Allen una fue prohibir la presencia de periodistas en los vestuarios tras los partidos, hábito por entonces en Bilbao y en toda España. Incluso impuso algunas restricciones en los entrenamientos. El enfrentamiento fue total y desbordó la buena voluntad de Félix Oraá.
El Athletic empezó el curso 69-70 muy bien. A la tercera jornada cogió el liderato, lo perdió, lo recuperó al final de la primera vuelta. Se consolidó. Le hizo un 5-0 al Madrid en San Mamés, con tres del oportunista Zubiaga. Al optimismo general contribuyó un España 2-Alemania 0, en Sevilla, con Iribar, Arieta II, Uriarte y Rojo en el equipo. Los dos goles los hizo Arieta II. El Athletic volvía a ser protagonista en la selección.
La gente estaba con Ronnie Allen. Eran los años de las pegatinas en los coches y se extendió mucho una que ponía: “A mí Ronnie Allen me cae bien. ¿Y a usted?”. Múgica replicó titulando uno de sus célebres sputniks así: “A mí me cae mejor Raquel Welch. ¿Y a usted?”. Con enorme rapidez surgió esta otra pegatina: “A mí Múgica me cae gordo. ¿Y a usted?”. (Múgica era extremadamente grueso. Si no era el tipo más gordo de Bilbao poco le faltaría).
Así se llegó a la jornada 25, con el Athletic líder, a tres puntos del Atlético y cuatro del Madrid. Era el 15 de marzo del 70. El mismo día se enfrentaban Atlético y Madrid en el Manzanares. Alguno de los dos perdería. Y si empataban, mejor.
Unos 10.000 bilbaínos prepararon el viaje a San Sebastián, en un ambiente de euforia general. Echaban cuentas. Según los más optimistas, ganando los dos partidos que quedaban en casa (Sabadell y Atlético de Madrid), debía bastar con un empate en cualquiera de las tres salidas: San Sebastián, Sevilla y Valencia. Se recordaba que el Athletic solo había perdido tres partidos hasta ese día. El ambiente era de gran euforia. La Liga se veía a mano después de 14 años.
A la Real tanta euforia le mosqueó. Tanto comentario de que ojalá Atocha fuese más grande. Tanta brasa desde Bilbao para conseguir entradas. Irritó que se pidiera delegado federativo, una forma de presionar al árbitro. La Real había regresado a Primera tres temporadas antes, tras larga estancia en Segunda. Iba séptima. Tenía un buen equipo, muy guipuzcoano, antecedente del que años más adelante daría glorias. Pero el Athletic venía de ganar en Las Palmas y se sentía embalado.
A las cinco saltan los equipos, entre flamear de banderas blanquiazules y rojiblancas. El campo está muy blando, se embarra enseguida. La Real se apañaba muy bien en ese suelo, mucho mejor que el Athletic, porque San Mamés tenía un gran drenaje. En aquella época, San Mamés era el único campo del norte que resistía el agua.
En aquel engrudo, la Real se mueve bien, y sobre todo Boronat, un extremo sabio, que agitó todo el ataque. Dos jugadas suyas dan lugar a sendos goles (el primero de Arambarri, el segundo en propia puerta de Aranguren) antes del descanso. Allen piensa que se ha equivocado poniendo a Clemente (mal recuperado de la lesión que le causó meses antes Marañón en Sabadell y que a la larga le retiraría) y saca a Argoitia en su lugar, pero es igual. El partido se ha ido, la Real manda, el Athletic es una ruina.
Para más inri, en el minuto 81 es expulsado Rojo. Sus duelos con Gorriti eran legendarios, ninguno volvía la cara: “Caímos junto al córner tras una entrada de él. Yo me levanté rápido para sacar de banda y él me dio con el banderín. Yo le repliqué con un manotazo, se hizo el muerto, y me echaron”. Enseguida fue detrás Antón Arieta, o Arieta II, como prefieran, expusado por un entradón a Urreisti: “Yo le había visto muy enfadado con mi expulsión, tanto que me temía lo que pasó. Estaba sentado en el vestuario, rabioso, aún ni me había empezado a quitar las botas, cuando oí la puerta. Pensé: ‘Es Antón’. Y sí, era Antón. Él era muy tranquilo, pero ese día se puso fiera de sí”.
Final, 2-0. Y el Atlético había ganado al Madrid 3-0, con lo que se ponía a un punto. El regreso de los 10.000, por la misma carretera por la que se había matado Egusquiz unos meses antes, fue lúgubre.
A Rojo le cayeron cinco partidos (era reincidente) y dos a Arieta II. Sin ellos, el Athletic ganó al Atlético en San Mamés, pero perdió en Sevilla y Valencia. A la última jornada llegó un punto detrás del Atlético, pero con goal average favorable. Cumplió ganando ese último día al Celta, pero el Atlético venció en Sabadell con goles de Ufarte y Calleja y se llevó la Liga. (La foto del salto de Calleja es eterna).
En el recuerdo de la hinchada bilbaína quedó maldito aquel partido de Atocha. El tiempo confirmó que sí, que hubiera bastado un empate en una de las tres salidas, pero en Atocha se perdió mucho más que el partido. Se perdió a Arieta II para Sevilla y a Rojo para Sevilla y Valencia. Y se perdió el halo mágico que envolvía a Ronnie Allen.
La temporada siguiente fue floja. A la tercera, Ronnie Allen cayó. Sus frases ocurrentes con su español de media lengua empezaron a sonar cada vez más falsas. El remate fue cuando un día dijo: “Con Pirri y Amancio, el Athletic sería campeón todos los años”.
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