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EL QUE APAGA LA LUZ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Más que un club, el Rayo

Martín Presa, presidente del Rayo, junto a la nueva equipación del equipo con la franja arcoíris
Martín Presa, presidente del Rayo, junto a la nueva equipación del equipo con la franja arcoírisas

El orgullo del rayismo, ya de por sí elevado tras una temporada sensacional, se ha disparado en los últimos días. El nombre del club ha tenido una inesperada resonancia internacional tras la decisión de sus gestores de incluir una franja arcoíris en la segunda equipación del equipo. Con ella, los rectores de la entidad han querido reforzar su carácter solidario, en una apuesta por la erradicación de la homofobia, el abuso contra los menores o la violencia de género y a favor del medio ambiente y la lucha contra el cáncer. El gesto va más lejos, por cuanto parte del dinero recaudado en la venta de las camisetas, ya iniciada con enorme éxito, se destinará a diferentes asociaciones que apoyan estas causas. Son tiempos solidarios en el Rayo, el mismo club que hace bien poco los vivía truculentos de la mano de los Ruiz Mateos, tan duchos en el bandidaje.

Mientras otros clubes andan sumidos en maraños judiciales o en guerras intestinas son tiempos de solidaridad para los vallecanos

Mientras, otros clubes grandes, enormes, inacabables, andan sumidos en maraños judiciales de variado pelaje o en guerras intestinas porque, dicen, a la estrella de turno se le enmohína el gesto en cuanto pisa la moqueta presidencial. “El mundo entero ve que el Barça tiene siete juicios y el club necesita limpiar su imagen”. Esta frase no la ha dicho (ni escrito) ningún columnista que merodee por estas páginas sino el mismísimo Johan Cruyff, ese señor que es al Barça moderno lo que Cristo al cristianismo, y al que alguien ha preguntado “¿qué tal estás?” y a él le ha dado por responder para gritar a los cuatro vientos su apoyo a Joan Laporta en las próximas elecciones a la presidencia del club. Y mientras en el Barça todos hablan y no callan, en el Madrid no habla nadie porque, total, ¿qué importancia tiene que todos los días los medios de comunicación elucubren solo el posible adiós de un futbolista que solo ha estado 10 años en ese vestuario y cuya responsabilidad en los éxitos del equipo (una Champions, pongamos) es mayúscula? Clubes grandes estos, enormes, inacabables, que por unas horas han cedido el protagonismo, en la BBC entre otros, a una camiseta y una franja arcoíris, símbolo de la solidaridad de la que hace patria un club que se agiganta en su pequeñez, con domicilio en Vallecas.

Y Llull dijo no

Decir no a la mismísima NBA, a un equipo de aspiraciones como los Houston Rockets, a compartir vestuario y fama con James Harden y Dwight Howard, entre otros, a convertirse en el debutante más caro en la historia de la meca del baloncesto mundial (21 millones de dólares por tres temporadas), a ganar más del triple de lo que gana en su actual club, a resolver su futuro con 27 años… Decir no a todo eso parece una marcianada.

Lo ha hecho Sergio Llull, el mejor jugador de la final de la Liga de baloncesto, de la que se adueñó su equipo, el Real Madrid, como antes se había adueñado de la Copa de Europa, la Copa del Rey y la Supercopa. Lo ha hecho ese joven que llegó al club blanco en 2007, de magníficas condiciones atléticas pero que confundía valentía con temeridad. Lo ha hecho quien se ha convertido en el jugador más decisivo, junto a Spanulis, de cuantos permanecen en el baloncesto europeo. Lo ha hecho uno de los líderes de una sección que funciona como un reloj, quizá porque tiene un proyecto inventado y ejecutado por un puñado de profesionales. Llull no se quiere ir al paraíso, asunto sin duda sorprendente si se tiene en cuenta lo que ocurre en el Madrid futbolístico, ese del que, verano tras verano, a alguna estrella le da por fugarse sin que jamás se sepa por qué.

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