La turbulenta reforma del Maracaná
Huelgas, accidentes y sospechas de corrupción en la adjudicación de obras salpican la reforma del histórico estadio
A ningún brasileño le gustó que Joseph Blatter, presidente de la FIFA, dijera en público hace unos meses que el gigante latinoamericano, la séptima potencia económica del planeta, iba retrasado en la organización del Mundial 2014 porque sus estadios "no están preparados". Brasil tiene la esperanza puesta en ese acontecimiento estelar, su Mundial, la oportunidad de reafirmar su supremacía futbolística internacional y mostrar su capacidad organizativa. Sin embargo, la reforma de su máximo símbolo, el Maracaná, otrora el estadio más grande del mundo, constituye desde hace un año una serie de polémicas, bandazos y conflictos diversos que no sintoniza con el optimismo carioca sobre 2014 y refleja la inestable transición de un país ambicioso donde conviven todavía la máxima riqueza y el crecimiento económico sostenido con la miseria extendida en toda la expresión del término.
El último escándalo, la semana pasada, ha sido la huelga mantenida por el ejército de 1.600 obreros ocupados en volver a situar la catedral del fútbol brasileño en el centro del deporte mundial; cuando acoja la final soñada de 2014, el estadio Mario Filho -nombre real del mítico Maracaná- pretende ser el mejor del mundo y superar a Wembley. Resulta que el conflicto comenzó el pasado día 17, al estallar un bidón con combustible que produjo quemaduras y lesiones en una pierna a un operario. Inmediatamente, tomó las riendas de la protesta el líder sindical Nilson Duarte, que mantuvo en vilo a las autoridades durante cinco días, hasta arrancar de ellas un seguro de salud para todos los trabajadores implicados en las faraónicas obras y un aumento salarial de 70 euros mensuales para alimentación. "Es obvio que ellos tienen interés en solucionar esos problemas rápido para no tener atrasos en el plazo legal de entrega de las obras", repetía esos días Duarte. El presupuesto total de las obras del Maracaná superan los 419 millones y equivalen al presupuesto total de Rusia y Qatar para la organización los Mundiales de 2018 y 2022.
No han sido las reclamaciones económicas de los albañiles, sin embargo, el primer motivo por el que el Maracaná ocupa titulares polémicos en la prensa brasileña y conversaciones en las playas de Rio de Janeiro -la Cidade Maravilhosa organizará, además, los Juegos Olímpicos de 2016, cuya inauguración y clausura se celebrarán también en el Maracaná-. Ya hace un año, las autoridades tuvieron que dar marcha atrás a su idea inicial de permitir partidos de la Liga brasileña durante las reformas y cerraron el estadio a cal y canto, con excepción del museo que consuela hoy a los turistas. En febrero pasado el Tribunal de Cuentas brasileño recomendó, tras identificar indicios de irregularidades, una revisión de la licitación para la reconstrucción, ya que la lista de obras presentada por el consorcio al que fue adjudicada la reforma parecía "una obra de ficción" e impedía conocer el coste final del proyecto.
Las sospechas de corrupción fueron frenadas. Pero el motivo de mayor malestar popular es que la estructura del remodelado escenario no se parecerá en nada a su antecesor. El proyecto aprobado por la FIFA preservaba la fachada original, aunque adentro todo sería nuevo (con un aforo de 80.000 asientos replegables y lujos propios del siglo XXI, que incluyen una novedosa malla metálica para proteger a los espectadores de los rayos solares y de la lluvia). Muchas de las tribunas fueron derruidas, con algunas protestas, pero el gran problema llegó con el techo: debido a la imposición de la FIFA, los estadios mundialistas deben contar con un techo que cubra la totalidad de los asientos, y esto no ocurría en el fabuloso Maracaná. Los organizadores de la Copa del Mundo proyectaron entonces ampliar el techo original; el drama se desató cuando los arquitectos advirtieron que el hormigón de las estructuras estaba muy dañado e impedía toda solución parcial. El Gobierno brasileño cambió entonces el proyecto; pidió autorización al Instituto Patrimonial y resolvió demoler el techo y construir una nueva cobertura, a coste de 70 millones adicionales y un retraso de varios meses respecto al calendario original. "Los técnicos dijeron que se iba a desmoronar", explicó entonces Luiz Fernando Pezão, vicegobernador del estado de Rio de Janeiro. Fue entonces cuando el inefable Blatter cambió de registro y aseguró que los brasileños "han comenzado a trabajar como grandes".
La renovación del Maracaná ya no estará terminada a finales de 2012, sino durante la primera mitad de 2013: una situación preocupante, puesto que Brasil también albergará la Copa Confederaciones en junio de ese mismo año. Para combatir la incertidumbre temporal, las autoridades de Rio pretenden contratar hasta entonces otros 3.000 trabajadores adicionales. Todo sea para que Maracaná esté nueva y guapa a tiempo.
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