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Vivir en Via Laietana, la calle que envejece mal

Tiene poco más de un siglo pero lleva décadas cuestionada. El Ayuntamiento de Ada Colau proyecta ahora una reforma de mínimos

Alfonso L. Congostrina
Concha de Ferrer, en el balcón de su piso en Via Laietana.
Concha de Ferrer, en el balcón de su piso en Via Laietana.Joan Sánchez

La cicatriz artificial que une el Eixample barcelonés con la zona portuaria, atravesando Ciutat Vella, mide 900 metros de largo y 80 de ancho. Es una calle fruto de, entre otros, la obcecación del político Francesc Cambó. Una locura propia de la burguesía catalana que obligó, a principios del siglo XX, a demoler y trasladar edificios enteros para construir la que se bautizó como Via Laietana. Las obras se extendieron de 1908 a 1913, en el transcurso de las mismas se derruyeron más de 2.000 viviendas, se demolieron castillos medievales y otros se trasladaron enteros o a piezas. La faraónica obra afectó a 10.000 personas.

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Tiene poco más de un siglo de vida pero envejece mal y lleva décadas cuestionada. En menos de un kilómetro se apelmazan hoteles, edificios históricos, la central de correos, sedes administrativas, sindicales y patronales, la jefatura de policía… y, según algunos de sus vecinos, una auténtica autopista de cinco carriles. La mayoría de pisos, algunos de ellos de más de 400 metros, contrastan con los minúsculos inmuebles de Ciutat Vella. Muchos han quedado reservados a oficinas aunque todavía quedan vecinos. Un indeterminado número de personas, que ni siquiera el Ayuntamiento conoce con seguridad, sigue viviendo en la calle. Barceloneses que aman y odian la calle que tejió Cambó.

En un piso del número 7 de Via Laietana vive el matrimonio compuesto por Elisabeth y Josep Ignasi. “Tengo 77 años y nací en el 3º 2ª de esta escalera”, se enorgullece Elisabeth. “Para mí, la Via Laietana es el mejor lugar del mundo. A un paso de las playas y del centro de Barcelona. He tenido la suerte de vivir en un piso de 400 metros que he podido dividir y darle dos viviendas a mis hijos”. Josep Ignasi es más crítico: “Hay mucho tráfico y todas las manifestaciones acaban aquí”.

Concha de Ferrer nació hace 65 años en un piso del número 2 de la plaza Ramon Berenguer el Gran. Desde su balcón, se presenta una majestuosa Via Laietana con sus cinco carriles por los que circulan a diario más de 53.000 vehículos. Los abuelos de Concha ya vivían en ese piso en 1934 y su padre, que era director de una oficina bancaria, se instaló allí con su mujer e hijos en 1939. “Cuando yo era pequeña este barrio era muy diferente, no sabíamos qué era un turista”, sonríe. Trabajó como profesora de danza pero una discapacidad la apartó de la docencia. “Mi madre me decía que si me quitaban este balcón me matarían”. Ahora la vida de Concha gira entorno a esos metros de terraza frente a la casa de Cambó. Conserva recuerdos históricos grabados a ese balcón. El dos de julio de 1981 tres personas fallecieron en una explosión de gas que se produjo en la Barceloneta. El 27 de marzo de 1987 una furgoneta bomba de ETA acabó con la vida de un Guardia Civil e hirió a 18 personas en una garita del puerto de Barcelona. “Escuchamos el ruido y pronto nos dimos cuenta de lo que pasaba”. Concha se aferra a esa ventana indiscreta: “Llevo aquí toda la vida pagando una renta antigua y ahora quieren echarme. Resistiré”.

“Hay mucho tráfico y todas las manifestaciones acaban aquí”
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Pese a las críticas, ningún alcalde se ha atrevido a modificar la estructura de la centenaria vía. El gobierno de Ada Colau anunció, a principios de mes, una serie de actuaciones de mínimos. Se retirará la estatua del esclavista Antonio López, se renovará el pavimento de las aceras pero sin aumentar su tamaño, se eliminará la semirotonda de la plaza Antoni Maura y se identificará con una placa la represión policial que se produjo en la comisaría del número 43.

David González es el secretario general de la Asociación de Vecinos y Comerciantes de Vía Laietana: “Vivimos en una calle que se ha convertido en una autopista con niveles acústicos y de contaminación muy superiores a los permitidos”. La asociación ha solicitado un estudio a la Universidad Politécnica de Catalunya después de considerar “una tomadura de pelo la reforma del actual gobierno”. La lista de deficiencias, según la asociación, es enorme: “No hay contenedores, el alumbrado es antiguo y se desaprovecha la cantidad de edificios ilustres, las paradas del autobús están mal colocadas hay elementos urbanos como buzones que son una auténtica carrera de obstáculos…”. González apuesta por reabrir la parada de metro de Correos, plantar árboles y fomentar la ocupación de edificios que están en desuso.

El Ayuntamiento renovará las aceras pero sin aumentar su tamaño

Jesús tiene 81 años. Lleva medio siglo viviendo en el número 24. “La gente se queja del turismo y se equivocan porque es una fuente de ingresos”. Pese a los inconvenientes, es rotundo: “De aquí me sacarán con los pies por delante”.

Los que son legión en la calle son los porteros, guardianes de las intimidades de los pocos vecinos que hay. “No sé cómo no viene más gente a vivir aquí, con lo barato que es todo, ahora me venden un piso en el primero y piden 600.000 euros”, ironiza una portera.

Una de las últimas vecinas ilustres en la calle es Helena Cambó, la hija del líder de la Liga Regionalista. La anciana, de 88 años, sigue en el ático donde vivió su padre en el número 30. Se prodiga poco y EL PAÍS ha intentado ponerse en contacto con ella en varias ocasiones. Su teléfono lo contesta una mujer que asegura que la señora no está disponible. Mientras, miles de coches cruzan la brecha que une el mar con el centro de la ciudad.

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