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Los últimos de Guinea

Dos guardias gallegos relatan el fin de la ocupación española, cuando los camaleones se metían en su camisa y los destacamentos tenían un cazador a su servicio

Desembarco en Cádiz de guardias civiles procedentes de Guinea en abril de 1969.
Desembarco en Cádiz de guardias civiles procedentes de Guinea en abril de 1969.

Ramón García fue uno de los últimos guardias civiles en abandonar Guinea Ecuatorial cuando la excolonia española alcanzó la independencia. Corría el año 1968 y este lucense de 72 años dejaba atrás incluso un Land Rover oficial antes de embarcar en el buque Castilla de la Armada que repatriaba a los españoles que apresuradamente abandonaban el país africano. Tanto él como Onésimo González Mateo, de 80 años, ambos nacidos en sendos cuarteles del instituto armado y ya retirados, fueron testigos directos de aquel momento histórico que puso fin a 64 años de ocupación, una etapa que les ha vuelto a la memoria con el estreno de la película Palmeras en la nieve.

“La evacuación no la hicimos por el puerto sino por una de las playas, a la que vino una de las lanchas de desembarco”, evoca Ramón, que llegó a cabo segundo en el acuartelamiento de Santa Isabel de Malabo, hoy capital del país. “Se arrió la bandera, montamos en los Land Rover y parte de ellos se quedaron en la playa. El viaje en el Castilla duró 25 días hasta Las Palmas”.

Aquellos días finales se produjeron “algarabías” pero “ninguna refriega”. Ramón sí recuerda cómo guardias de paisano tuvieron que salvar de un tumulto a tres representantes de la ONU. En los momentos de mayor tensión de la descolonización, entre 1968 y 1969, “la gente iba al campamento buscando seguridad”. “Las camas las ocupaba la población, yo me acostaba en el suelo”, afirma.

En septiembre de 1968 Francisco Macías Nguema salió elegido presidente de Guinea Ecuatorial con el apoyo de movimientos nacionalistas. Onésimo permaneció en Batha y luego en Fernando Poo de 1961 a 1965 donde conoció a Macías, que fue alcalde de Guadalupe. “Macías quería mandar, ya armaba jaleo entonces. Luego lo hicieron vicepresidente del gobierno y les dieron Mercedes a todos”, relata. “Querías ir a Guinea por lo económico porque cuando veníamos a España éramos unos privilegiados, pero también por la aventura. El inconveniente eran los insectos, que te picaban a millones”, rememora, por su parte, Ramón.

Han pasado 238 años desde que el 17 de abril de 1778 el VII conde de Argelejo salía de Montevideo rumbo a Bioko para tomar posesión de los territorios del golfo de Guinea. “Cuando los guineanos vieron que a los demás países de África les daban la independencia ellos también la reclamaron”, señala Onésimo, quien de su paso por el país también cuenta que en su destacamento tenían un “cazador” que les suministraba la comida. “Por cierto, años después me llamó para decirme que estaba de embajador en Madrid”, detalla.

El proceso de adaptación, reconocen ambos, fue “difícil”. “Había camaleones que se te metían por la camisa. En el aeropuerto vimos una boa”, desgrana Ramón. “Llegábamos a los cuarenta grados de calor pero lo peor era la humedad. Lo que bebías salía por los poros de la piel, incluido el whisky”, bromea.

Ramón asegura que en Guinea “había muchos gallegos” y recuerda con un gesto de rabia a un guardia civil de Lugo que pereció por enfermedad y cuyo cadáver nunca fue repatriado. “Las autoridades no hicieron nada”, recrimina quien tuvo que comunicar la trágica noticia a su esposa. Ninguno de estos dos guardias lucenses ha regresado al país africano, pero Onésimo conoció en Baralla a un ciudadano de Guinea que se ha convertido en su punto de enganche con el lugar al que fue destinado para vivir un momento histórico.

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