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El Low, de la dársena de un puerto a la ‘vip pool’

El festival indie ha pasado en siete años de un pequeño espacio a dejar 11 millones de euros en Benidorm

Una festivalera durante uno de los 70 conciertos ofrecidos en el Low Festival
Una festivalera durante uno de los 70 conciertos ofrecidos en el Low FestivalManuel Lorenzo (EFE)

El Low Festival, una de las citas de la música indie del verano español, apenas se parece a aquel certamen preparado hace siete años en apenas 45 días y en una esquina, sin sombras, del puerto de Alicante. En la edición de 2015 todos los pagos se hacen con una pulsera-chip de una conocida empresa online. Hay gente viendo a los incombustibles Corizonas sentados en un puff. Algunos juegan al bandmington en una playa montada por una marca de alcohol italiana muy frecuente en algunos cócteles. Y hasta hay dos pases VIP, la más cara da acceso a la VIP pool (piscina en inglés) y su barra libre. Si hubo un tiempo en que en los festivales se podía comprar un simple bocata de chorizo, hoy es imposible, todo es una aventura gastronómica exótica.

La del Low, que este domingo encara su última noche, es una historia ejemplar del devenir irremediable en las últimas dos décadas del modelo de festival de música. Nació en una época en la que brotaban festivales veraniegos por doquier, parido como contraoferta a otros con más arraigo. Consiguieron probar que con precios democráticos todavía se podía escuchar a grandes bandas y alejar al aficionado de la masificación. Esos dos factores se mantienen pese a tener una cuarta parte del presupuesto de otros festivales de su categoría. Pero como todos ha sucumbido a la imparable invasión de las grandes marcas.

“Anoche vi a unos de una marca de móviles tirando teléfonos por el suelo, la gente se abalanzaba sobre ellos porque luego te los cambiaban por un premio, todo ha cambiado mucho”, reflexiona Luis Gil, de Valencia, 44 años, media vida asistiendo a festivales. “Mis amigos y yo fuimos al primer FIB de Benicassim (Castellón) con camisetas heavy; hoy los chavales vienen con camisetas de Los Ramones compradas en Berhska”, resume divertido.

The Libertines, protagonistas de una jornada tibia

EL PAÍS/EFE

Como la temperatura ambiente, la segunda jornada musical del Low 2015 perdió unos cuantos grados de fervor respecto al día anterior, con Pete Doherty de nuevo al frente de The Libertines como gran protagonista, pero sin los saltos ni los sobresaltos que cabía esperarse de ellos.

Ninguna de las propuestas musicales vistas, con la excepción quizás de los españoles Dorian, alcanzó la catársis de Kasabian e Izal en la jornada previa. Y no sería por falta de ideas, estilos y calidad. El tono tibio se presagió con los británicos Peace. Caía el sol y ni su carismático vocalista, Harry Koisser, ni las melodías de su segundo disco, Happy people, encendieron al respetable. Tampoco L.A. Su bien recibido From the city to the ocean side, un ejercicio de genuina mística californiana, quizás no fuera lo más apropiado para levantar a todas estas almas, más bien para mecerlas.

E irrumpieron The Libertines, que en 2014 cuajaron su regreso en Benicàssim después de más de diez años de ruptura. Pete Doherty y Carl Barat, tras superar cuitas personales y profesionales, retomaron su viejo repertorio en su única actuación en suelo nacional. Se oyeron adelantos de su tercer álbum de estudio, como Gunga din. Doherty atizó la guitarra con ahínco y precisión. Fue sucio, garajero. Con pasajes de aparente desidia que se tornaban repentinamente en estallidos punk.

Fue significativo que al sonar uno de sus cortes más populares, Can't stand me now, el público no reaccionara apenas ante lo que es casi un himno generacional. ¿Será que diez años de ausencia son demasiados para mantener vivo este legado musical en los más jóvenes, pero no para borrar el carisma y atractivo de la leyenda negra (y no tan leyenda) que acompaña a uno de sus líderes?

En un país donde 2,5 millones de personas acuden a un gran certamen musical una vez al año, la necesidad de innovar se impone. Además de la música se trata de buscar una experiencia que englobe muchas actividades paralelas entorno a la música, todas complementarias. Esta frase, dicha por un trabajador del festival, podría enmarcarse perfectamente en un congreso de turismo, que es en lo que se ha convertido el festivalero, un turista curtido en viajes musicales y que presuntamente busca nuevas experiencias.

Benidorm, turística donde las haya, supo verlo como otras tantas ciudades que ha perseguido el efecto FIB, que puso en el mapa a Benicassim hace ya 22 años. Y cerca de 25.000 jóvenes se distribuyen diariamente durante tres o más días por las calles y hoteles de esta base estratégica del Imserso español y la clase trabajadora británica. El impacto económico se estima en 11 millones de euros.

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El resultado es una gran simbiosis. El Low es a Benidorm, lo que las marcas al Low, herramientas de diversión que complementan una oferta. “Al final te das cuenta de que el patrocinador es casi lo más importante del festival”, apunta Quim, un estudiante. Él y sus cuatro amigas, entre los 18 y 20 años, ganaron un concurso para ser tratados como auténticas bandas de rock. La organización les deja usar los camerinos, tienen una persona que se encarga de su traslado, entran en el backstage, duermen a gastos pagados en el hotel de las estrellas. “Ayer vimos al bajista de Peace dormido en el sofá del hotel”, comenta ilusionada Lara, de 18.

“Queremos que entren con una sonrisa y salgan pensando que ha sido el mejor momento de su vida, pero no se trata solo de pasárselo bien con música de fondo. Creo que nos mantenemos fieles a la gente que ama la música y las cosas bien hechas”, considera José Piñero, director del festival y dueño de la sala Stereo, un antro muy especial para la juventud alicantina, escenario de su educación sentimental y musical desde los años 90.

Y con marcas o sin ellas, en el Low la gente sigue sonriendo como en el resto de festivales. Unos son más de djs, otros de guitarras.No hay peleas. Se mantienen los mismos aromas de siempre.La temperatura ronda los 35 grados. La empatía se produce con un roce, el flirteo avanza con la noche y las caderas parecen desentumecerse. Y de eso todos tienen un poco de culpa: el verano, la música y las marcas de cerveza.

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