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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La autodestrucción de Pujol

¿Cómo pueden tenerse en cuenta las lecciones de quien ocultaba capitales mientras presumía de honradez y la exigía a los demás?

Enric Company

Un capital de una todavía no precisada cantidad de millones refugiado por Jordi Pujol en bancos extranjeros y ocultado al fisco durante 34 años ha provocado lo que durante prácticamente este mismo periodo han venido persiguiendo los adversarios y enemigos declarados, que no han sido pocos: destruir su inmenso capital político personal. El recreador del nacionalismo catalán contemporáneo, el fundador de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), ha sido durante toda su trayectoria una personalidad controvertida, admirada por unos y odiada por otros. Pero ninguno pudo hacerle tanto daño como a la postre resultó que podía hacerse él mismo, hasta el extremo de arruinar su imagen.

¿Cuántos políticos demócratas y de derechas había en España en 1975 cuando muere el dictador? Pueden contarse con los dedos de las manos. ¿Cuantos había que hubieran sido suficientemente consecuentes con sus convicciones en las duras décadas anteriores como para hacer frente a la tortura y la cárcel? La respuesta es, de derechas, solo uno: Jordi Pujol.

Estos datos eran un capital político personal inmenso en la etapa posdictatorial. Pujol lo tenía. Lo puso en juego y consiguió acrecentarlo extraordinariamente en 1980, erigiéndose contra pronóstico en vencedor en las urnas de la rotunda mayoría socialcomunista que en 1977 había surgido en Cataluña en las primeras elecciones democráticas. Un político de derechas y demócrata capaz de cerrar el paso a la izquierda. ¿Cuántos había en 1980? Aquella victoria le permitió engrandecer su capital político personal con una aportación pocas veces concedida a un líder: construir prácticamente desde cero una nueva administración, la de la Generalitat. La que en la práctica iba a convertirse en modelo para las demás comunidades autónomas. Una oportunidad de oro.

Para un político cuyo objetivo declarado era reconstruir una nación, era un privilegio. No lo habían tenido en la misma magnitud Francesc Macià, ni Lluís Companys ni Josep Tarradellas, sus antecesores en la presidencia de la Generalitat durante el siglo XX. Ni Prat de la Riba, que ha pasado a la historia por haber sabido crear para Cataluña algunas eficaces instituciones públicas a partir de posibilidades legales y económicas muchísimo más reducidas.

Pujol explotó su capital político inicial con habilidad suficiente como para que nadie le derrotara nunca en las urnas. Se retiró en 2003 tras 23 años de ejercicio ininterrumpido de la presidencia de la Generalitat y la dirección de su partido. Pretender la reconstrucción nacional de Cataluña, y hacerlo en la práctica, no solo en la retórica, ha sido un objetivo que garantizaba no pocas resistencias, no pocas enemistades. Pujol las tuvo, pero demostró una extraordinaria habilidad para sortear embestidas, neutralizar adversarios, derrotar competidores, resistir presiones. Pactó con unos y con otros. Esquivó, se puso de perfil. Plantaba cara. Y con todo ello mostraba siempre que era un político de primera fila. Como pocos.

Pujol explotó su capital político inicial con habilidad suficiente como para que nadie le derrotara nunca en las urnas
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Y si el capital político acumulado paso a paso desde la década de 1950 ha sido grande lo ha sido no solo por sus aciertos y sus éxitos en cada una de las variadas coyunturas que ha vivido. En su quehacer político Pujol reservó siempre, desde el principio, un espacio para la reflexión moral. Presentó siempre su obra como fruto de exigencias políticas pero también ideológicas en el más elevado sentido de la palabra. Incluso ha presumido un poco, con una cierta discreción, de la vinculación religiosa de su vocación política. De su catolicismo. De su comunitarismo.

Todo esto es lo que hace todavía más devastador lo que ahora ha saltado a la luz. Resulta que la doble moral consistente en disponer de las instituciones públicas para crear impuestos, establecer multas y recargos para los morosos y embargos para los impagados, al mismo tiempo que en familia se practica la evasión de la riqueza propia a un paraíso fiscal, desmiente y destruye todo lo que se haya podido decir y predicar durante años. ¿Cómo pueden tenerse en cuenta las lecciones de quien se sabe que ocultaba capitales mientras presumía de honradez y la exigía a los demás? ¿De que modelo de país hablaba, del real o el que solo él y su familia conocían, con sus rutas y mecanismos para la evasión de dinero?

Para quienes le creyeron, es horroroso. Una situación desesperante. Tanto más cuanto que su obra política tuvo una fuerte impronta personal. ¿Cómo no pensar que debía de compadrear con Millet para la financiación de su partido si para su fortuna personal utilizaba criterios tan laxos? En términos políticos cabe especular con que si aquellos que ayer consideraban positiva la obra política de Pujol, su actuación como presidente de la Generalitat, van a modificar a partir de ahora esta apreciación. Puede que los hechos del ayer sean analizados a partir de ahora con otra luz y apreciados de otra forma. Si así fuera, cabe pensar también que lo destruido por Pujol sería no solamente su imagen política sino también el futuro de su partido. No solo el pasado, también el proyecto. Resultaría que el peor enemigo del pujolismo no era exterior a él. Anidaba en lo más íntimo, nada menos que desde 1980. En esa doble moral, que destruye toda credibilidad.

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