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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Valencia y las bicicletas

"No, Valencia no es un sitio como cualquier otro: lleva camino de convertirse en la 'pitjor terreta del món"

Este viernes una concentración de protesta recordará el atropello sufrido hace seis días por una joven ciclista en la ciudad de Valencia. ¿Pero, de verdad es una ciudad? Ciudad viene del latín civistas, que a su vez lleva a civismo y a civilización. Justo lo que brilla por su ausencia en este territorio salvaje que se alarga entre el Carraixet y L’Albufera. Porque la muerte de Rebeca no constituye un hecho aislado. A lo largo de los últimos dos años bastantes personas sufrieron atropellos en las calles (y hasta en las aceras) valencianas, entre ellas muchos ciclistas de los que media docena pagaron con la vida su creencia equivocada de que vivían en una ciudad normal.

No, Valencia no es un sitio como cualquier otro: lleva camino de convertirse en la pitjor terreta del món. En Europa hay dos modelos contrapuestos de ciudad, cada uno con sus ventajas y con sus inconvenientes. Por desgracia, nosotros solo sufrimos los segundos. En las ciudades del sur —en Atenas, en Palermo, ya no digamos en Estambul— la conducción suele ser caótica, los coches no respetan los pasos de peatones ni los semáforos, pero van despacio y como tienen una rara habilidad para sortear a los viandantes, los atropellos son excepcionales. En las ciudades del norte ningún conductor osaría incumplir las normas de circulación y ello garantiza un tráfico rápido, fluido y seguro. Lo nuestro es una bomba: velocidades disparatadas junto con el más olímpico desprecio del prójimo y de las reglas. Somos el resultado de una verdadera degeneración ciudadana, la de la cultura (¿) del pelotazo, en la que individuos groseros que atesoraron coches de alta gama intentan olvidar la frustración que les ha provocado la crisis dándole desconsideradamente al pedal.

Todo esto tendría arreglo si el Gobierno municipal tomase seriamente cartas en el asunto. El clima de Valencia da para convertirla en el paraíso de la bici. Es bien fácil: radares y badenes (que en otros sitios llaman resaltes o guardias tumbados) en las principales avenidas, carril bici en toda la ciudad, zonas peatonales generalizadas en el centro, multas implacables a los que aparcan en doble, triple y hasta cuádruple fila. Si los energúmenos que pasan a casi cien por hora por nuestras avenidas rebotasen en el techo del coche con sus cabezotas de serrín, si diesen vueltas y más vueltas sin poder acceder al centro y si los controles de alcoholemia menudeasen por la noche, otro gallo nos cantaría siempre que luego no indulten irresponsablemente a los kamikazes. Sin embargo, sucede todo lo contrario, cualquier ciudad española está mejor que Valencia: cuando no es el tranvía de Zaragoza y la expulsión de los coches del centro, es la red de carril bici de Barcelona o la omnipresente zona peatonal de Valladolid. Estas ciudades siguen el modelo educado de las ciudades centroeuropeas, el de Heidelberg, el de Rouen o el de Bolonia. Nosotros, me temo, estamos a la altura de las peores urbes del tercer mundo o de las estadounidenses que, aunque ricas, no les van a la zaga. Muchas veces me he preguntado qué pecado habremos cometido los ciudadanos valencianos para padecer un Gobierno municipal que nos castiga de manera tan cruel. Como ya hace tanto tiempo que no conocemos otra cosa, ni nos imaginamos que pudiera ser diferente. Pero tiene remedio, ya lo creo que lo tiene. Solo hay que concienciarse y obrar en consecuencia.

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