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RUTAS | GANDIA

Viaje a La Safor de los clásicos

Gandia es el punto de partida de un recorrido imaginario que recupera la estela de Ausiàs March y Joanot Martorell

Joaquín Gil
Interior de uno de los salones del Palau Ducal.
Interior de uno de los salones del Palau Ducal.JESÚS CÍSCAR

No existen menciones expresas. Tampoco alusiones directas a poblaciones, sabores o paisajes. Pero resulta evidente. Las letras de Joanot Martorell y Ausiàs March, emblemas de la literatura en catalán del Siglo de Oro, emanan de una concepción de la vida imbricada en la Edad Media, que se extendió en el siglo XV por playas desiertas, sigilosos monasterios y señoríos plagados de olivares de La Safor. El escritor Josep Piera, como la mayoría de expertos, defiende la presencia del territorio en la obra inmortal. “En los convulsos pasajes de la corte de Constantinopla del Tirant Lo Blanch hay mucho de los líos de los duques de la Corona de Aragón”, sostiene con picardía cómplice el autor de Jo sóc aquest que em dic Ausiàs March (Edicions 62, 2002).

Trazar la ruta de los clásicos exige un buen ejercicio de imaginación. El paseo comienza en el corazón de la comarca, Gandia. Pasear por su calle mayor, conquistada por las franquicias de ropa, dificulta el reto pero lo hace apetecible. March y Martorell tenían casa en esta ciudad y, tanto el uno como el otro, se adentraron en las letras y las artes de caballería al calor del Palau Ducal, ejemplo de arquitectura civil, que fue residencia principal de los duques de la Corona de Aragón. Y también de la familia Borja a partir de 1485. “La vida de los clásicos está ligada a Gandia”, defiende el concejal de Cultura, Vicent Gregori.

Austero en su exterior, el impresionante edificio se levanta junto al casco histórico de la ciudad, desplegando una colección de estilos. La construcción fue modificada y ampliada durante siete siglos. Señorial y noble, la imponente sala de coronas da la bienvenida con una estancia marcada por un artesonado decorado de doble corona. Fue este símbolo el emblema que utilizó en su coronación papal Rodrigo de Borja, Alejandro VI, el intrigante setabense que conquistó la curia vaticana tirando de nepotismo y relaciones sociales. Conviene no perderse la galería dorada, un referente de la arquitectura barroca valenciana, que se extiende por cinco salas contiguas separadas por pórticos de madera. Un placer de nobles al alcance del visitante.

Pistas

Para llegar a la ruta. El trayecto más rápido para llegar de Valencia a Gandia (una hora) pasa por la autopista de peaje AP-7 y tomar la salida 60 hacia Gandia. Desde esta población, a través de la CV-680, se llega en 15 minutos a Beniarjó, que fue señorío de los March. Desde Gandia, por la CV-60, se llega a Alfauir, donde se encuentra el Monasterio de Sant Jeroni de Cotalba.

Para leer. Uno de los grandes poetas europeos del Renacimiento (dicho por Harold Bloom, que no es precisamente de la terreta) fue Ausiàs March: Y uno de sus poemas más famosos es Veles e vent: Veles e vents han mos desigs complir faent camins dubtosos per la mar. / Mestre i ponent contra d'ells veig armar; / xaloc, llevant, los deuen subvenir / ab llurs amics lo grec e lo migjorn, / fent humils precs al vent tramuntanal / que en son bufar los sia parcial / e que tots cinc complesquen mon retorn. / Bullirà el mar com la cassola en forn, / mudant color e l'estat natural, / e mostrarà voler tota res mal / que sobre si atur un punt al jorn. / Grans e pocs peixs a recors correran / e cercaran amagatalls secrets: / fugint al mar, on són nodrits e fets, / per gran remei en terra eixiran.

Para comer. En la playa de Daimús, junto a Gandia y frente al mar, el visitante encuentra un clásico de la cocina mediterránea de mercado, Casa Manolo. El restaurante conquista con sus arroces secos, melosos, paellas y fideuás al comensal y excita los jugos gástricos de los más exigentes con sus mariscos autóctonos, que van desde la quisquilla de Santa Pola a la gamba roja de Dénia cocida con agua de mar. El teléfono para reservar es 962 818 568.

El edificio exhibe en cada una de sus estancias el poder de sus antiguos inquilinos. “Gandia era la casa del duque y no una gran ciudad”, apunta Piera. Se recomienda realizar las visitas guiadas, que se pueden contratar todos los días (entre cinco y siete euros), o utilizar las audioguías disponibles en varios idiomas. También es posible descubrir el Palau a través de un recorrido teatralizado, que resucita a Alejandro VI, Francisco de Borja o María Enríquez.

La Colegiata de Santa María es la siguiente parada. En tiempos de una Iglesia católica omnipresente, este edificio reconvertido en Colegiata gracias a la bula del Papa valenciano retrotrae con su estilo gótico catalán a la obra de Martorell y March. Y eso que la vida de este último se alejaba de la rectitud religiosa. “March tuvo una buena colección de hijos bastardos, aunque todos reconocidos”, asegura Piera.

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La siguiente estación abandona la capital de La Safor. De Gandia a Dénia, irrumpe Beniarjó, salpicado de imágenes poéticas de March. En la Iglesia de esta serena localidad que fue señorío de la familia del escritor arranca una ruta de 1,8 kilómetros que conecta el centro con las tierras donde los March cultivaron caña de azúcar con un sistema de riego. Se conservan también los restos de su casa familiar y un aljibe subterráneo.

En el Monasterio de Sant Jeroni de Cotalba, en Alfauir, a nueve kilómetros de Gandia, el visitante se adentra en la vida personal del poeta. La construcción se levantó en 1388 bajo la supervisión de su padre, Pere March, procurador general del duque. Y acoge su sepultura y la de Isabel Martorell, hermana del autor de Tirant Lo Blanch y primera esposa de March. “Guarda los restos funerarios de los amores del escritor”, dice apasionado Piera.

El periplo imaginario regresa a Gandia. Frente al mar y el salitre, ante el club náutico, se levanta la escultura de Andreu Alfaro Veles e Vents, un tributo de acero inoxidable al poeta medieval.

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Sobre la firma

Joaquín Gil
Periodista de la sección de Investigación. Licenciado en Periodismo por el CEU y máster de EL PAÍS por la Universidad Autónoma de Madrid. Tiene dos décadas de experiencia en prensa, radio y televisión. Escribe desde 2011 en EL PAÍS, donde pasó por la sección de España y ha participado en investigaciones internacionales.

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