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La tumba egipcia maldita era otra

Una nueva novela de Nacho Ares juega con la idea de que Howard Carter buscaba un sepulcro oculto en paralelo al de Tutankamón, y lo encontró

Jacinto Antón
Imagen de los sarcófagos de Tutankamón en el Museo Egipcio de El Cairo.
Imagen de los sarcófagos de Tutankamón en el Museo Egipcio de El Cairo.JOAN SÁNCHEZ

“Según esta piedra, en el valle hay otra tumba esperándonos...”, sentenció la hija de Carnarvon. “Una tumba maldita”.

La frase, que la joven Lady Evelyn pronuncia con un misterioso ostracon, un fragmento calcáreo usado para garabatear un mensaje en la Antigüedad, en la mano, es de la novela de Nacho Ares La tumba perdida (Grijalbo, 2012), una ficción muy bien pergeñada, a la anglosajona para entendernos, que juega con la idea de que Howard Carter y Lord Carnarvon toparon durante su búsqueda de la tumba de Tutankamón (KV 62) con otra mucho más misteriosa y, esta sí, ¡maldita!

“Es ficción, claro, pero factible”, recalca Nacho Ares, que recuerda que se están descubriendo estructuras nuevas en el Valle de los Reyes —ya se habla extraoficialmente de KV 64 y KV 65, dos probables nuevas tumbas—.

La novela va alternando la época del descubrimiento e investigación de la tumba de Tut con la de la vida del joven faraón prematuramente muerto (hasta aquí nada nuevo bajo el sol —de Atón—). La trama antigua de hace 3.300 años se centra en las tensiones de la vuelta a la ortodoxia tras el agitado periodo de Amarna y las desviaciones religiosas del hereje Akenatón. El lector pronto descubre, así que no les fastidio nada, que la segunda tumba que Carter trata de encontrar en paralelo a la de Tutankamón es la de su padre Akenatón, al que el hijo ha trasladado en secreto al Valle de los Reyes en un acto tan piadoso como peligroso. Ares describe a Tutankamón (un placer reservado a los novelistas: hay que ver cómo disfrutó Terenci mostrándonos el dorado trasero) como valeroso y poco manipulable, aunque eso sí, tal como mandan los tiempos y las últimas investigaciones, cojo.

"Es ficción, claro, pero factible:se siguen hallando tumbas

Parte de la gracia de la novela, que está bien escrita y se lee con sumo interés, estriba en que Ares (León, 1970), un autor bien conocido en materia egiptológica (en el pasado a veces, ay, no precisamente para lo mejor), utiliza mucha información verdadera componiendo un pastiche muy bueno. Ahí está la polémica entrada en las cámaras de la tumba, la desviación de objetos para disfrute personal, o la aparición del escamoteado retrato del faraón saliendo de una flor de loto, que en la novela tiene un origen sorprendente... Entre las cosas estupendas que el autor se inventa, la existencia de un busto de Akenatón, obra también del taller de Tutmosis, que sería el gemelo del de Nefertiti. Y entre los muchos guiños, que el capataz de Carter esté basado en el de las excavaciones de José Manuel Galán en Dra Abu el-Naga, el rais Alí.

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La compleja personalidad de Carter, capaz de llegar a los puños por un quítame ahí Saqqara, y sus relaciones con la hija de Carnarvon —Ares no les hace pasar a mayores como en aquella novela “infumable” de Vandenberg, El rey de Luxor (El Aleph, 2005)— están descritas de manera exquisita y documentada. “Carter era tan introvertido y su vida real tan enigmática en muchos aspectos (su sexualidad, sus afectos), que resulta fácil inventarse episodios. Yo creo que, en realidad, sabía dónde estaba la tumba de Tutankamón y se pasó años mareando la perdiz para ver si hallaba más”. Las turbulencias políticas y diplomáticas, los líos con la prensa, todo eso aparece como telón de fondo de la trama y como una especie de cortina de humo que oculta esos otros movimientos más secretos de Carter en pos de su segundo objetivo.

"La sexualidad y los afectos de Carter son muy enigmáticos"

Sorprende en la novela que Ares —que tanto ha dejado volar la imaginación otras veces— sea tan canónico, incluso con el árbol genealógico de los tutmósidas y con la descripción de la conjura y asesinato de Tutankamón (sabotaje del carro, etcétera; por cierto, el nombre del auriga personal es notable para un accidente: Huy). “Es verdad”, ríe el autor. “Muchas ideas están ya muy consolidadas y la mejor forma de construir una buena ficción es apoyándote en ellas. Aunque si quieres que te diga la verdad, yo nunca he creído que la momia de Akenatón saliera de Amarna”.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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