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Entrevista:

"La vida sigue en Palestina, a pesar de Israel"

Miguel Littin viaja hasta sus orígenes en su nueva película, 'La última luna'

Una mañana de julio, Soliman, palestino, y Jacob, judío llegado de Buenos Aires, comienzan a construir una casa -y una amistad- en Beit-Sajour, en las colinas de Judea, con piedras traídas de Beit-Yala. Al final, ambos acaban separados por una alambrada: Soliman, detrás, atrapado; Jacob, delante. Era 1914: comenzaban los primeros asentamientos judíos que precedieron al dominio británico sobre Palestina. Lo que pasó después es bien conocido.

"No puedo entender cómo comete Israel la misma injusticia que cometieron con ellos", asegura Miguel Littin (Palmilla, Chile, 1942), que ha escrito y dirigido La última luna. En su película número 14ª no ha tratado de dar respuesta a ese interrogante; su idea de filmar otra película en Palestina -tras el documental Crónicas palestinas- surge de sus vivencias personales.

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"Todas mis películas salen de una experiencia vivida, de ese pueblo palestino salieron mis abuelos, cruzaron los Andes hasta Palmilla, que es donde yo nací", explica el director chileno. Y La última luna es la historia de los que no cruzaron la cordillera. "Quería hacer una película en Chile sobre la inmigración, por eso fui a Palestina, y una vez allí me di cuenta de que la historia estaba ahí".

En Palestina rodaron en Beit-Sajour, Beit-Yala, Belén. Nazaret y Jerusalén. "No ha sido un rodaje fácil; a nuestro lado había jeeps y gente apuntándonos, a veces incluso me planteaba filmar eso y no la película que había proyectado", dice Littin. Con todo, y a pesar de que el chileno reconoce que ha sido su rodaje "más elemental" por la carencia de medios -y casi de cinta de película-, Littin asegura que cuando pronunciaba las míticas palabras "silencio, cámara, acción" todo el mundo enmudecía. Aunque tuvieron varios percances, y Littin se dirigía al rodaje con cuatro o cinco ideas alternativas porque siempre surgía algún problema. "Lo más difícil fue llegar al mar Muerto: íbamos con furgonetas con la bandera chilena, pero dentro había actores palestinos; nos descubrieron y estuvimos un día en prisión", relata Littin.

Sin embargo, a pesar de la buena experiencia, del reencuentro con sus orígenes, con algunos de sus parientes, del buen ambiente del rodaje, de la hospitalidad del pueblo palestino, ni Littin ni su equipo han podido esquivar ni el dolor ni la rabia de la indiferencia, tampoco las conclusiones: "Los burócratas internacionales no hacen absolutamente nada, las medidas que toman no se aplican, y es un terreno tan pequeño, pero la vida sigue, a pesar de Israel".

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