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Columna
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Ella vuelve

"Me llamo Paloma por la paloma de Picasso y por la verbena de la Paloma de Madrid. ¡Qué herencia!". Mientras leo la carta de Paloma León, entiendo el sentido de tener dos ojos. Uno es para llorar y otro para reír. Paloma nació en Francia. Es francesa. Cuando la conocí, era una profesora de literatura que recorría con sus alumnos de Limoges lugares con memoria en España. Me admiró aquella pedagogía de oír los susurros en los paisajes del silencio, eso que apunta Beckett en un fragmento estremecedor de Esperando a Godot, cuando Vladimir, refiriéndose a las "voces muertas", comenta: "Estar muertas no es bastante para ellas". Y Estragón responde: "No, no es bastante". Hablamos mucho de historia, pero de ella, nada. Todo el tiempo era poco para oír los susurros.

Ahora me cuenta con alegría que es española desde el 25 de setiembre, cuando firmó el acta en el Consulado de Burdeos. Su padre era un madrileño voluntario de la Quinta del Biberón. Manuel León estuvo en la batalla del Ebro y tenía 16 años cuando llegó el exilio. La madre, Prudencia Taravillo, del barrio de La Latina, pasó la frontera con las ráfagas de la aviación en los talones, tan cerca que recordó toda la vida "la cara de los pilotos". Ambos se unieron a la resistencia contra los nazis. Prudencia se casó con un maquis francés, muerto pronto en combate. Ella tenía 20 años y se quedó con dos críos. Transportaba armas en el cochecito de los bebés. Vino el flechazo con Manuel y vivieron la liberación como algo propio. Ellos y sus hijos tenían una nacionalidad que los abrazaba. Paloma recuerda con orgullo ir de la mano del padre, en Tulle, en la primera manifestación de mayo del 68. Un padre obrero que cantaba zarzuela. Una madre costurera que recitaba a Lorca. No todas van a ser malas noticias en España. Ella, Paloma, ha vuelto.

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