"La música ha muerto en Waziristán"
El apellido Mehsud en Pakistán identifica de inmediato a su portador con una de las tribus más influyentes de Waziristán del Sur. Kamal Mehsud ha logrado ser conocido por su nombre de pila. Como cantante folclórico, su fama traspasó los confines de esa región para extenderse por toda la comunidad de habla pastún, tanto en su país como en Afganistán. Con un repertorio que incluye cantos a la gallardía de su pueblo y temas de amor, Kamal se hizo imprescindible en las grandes celebraciones pastunes. Hasta que sus canciones de paz irritaron a los talibanes.
"Recibí cuatro amenazas telefónicas y corrieron rumores sobre mi muerte", recuerda en la enésima casa que ocupa desde que escapó de Waziristán en 2005. Kamal nos recibe vestido con una elegante kurta azul y pantalones blancos. Está descalzo, como es habitual en las casas paquistaníes, y Tahir, mi intérprete, y yo nos descalzamos. Enseguida, llega su mujer con el té y los bizcochos. Su inusitada presencia, con la cabeza tapada pero a cara descubierta, dice mucho de la liberalidad del cantante.
El artista irritó a los talibanes con sus cantos por la paz. Vive amenazado
"Primero, me fui a Dubai unos meses y luego a Inglaterra, porque allí tenía la posibilidad de actuar, pero mientras estaba fuera amenazaron a mi mujer y mis hijos", relata mientras nos sirve el té que él apenas tocará. Así que regresó, vendió las tierras de su familia y buscó refugio en Islamabad.
Los islamistas radicales defienden que la música va contra el islam, pese a que durante siglos ha habido composiciones religiosas, en especial entre sufíes y chiíes. En Waziristán, esa interpretación choca además con una larga historia de música y danzas tribales. "Los waziris siempre hemos bailado al ritmo de los tambores", dice Kamal. ¿También las mujeres? "También, aunque separadas de los hombres", precisa. "Pero ahora los talibanes no lo permiten".
Ya no hay actuaciones musicales ni siquiera en bodas. "La gente está olvidando su folclore", lamenta Kamal con amargura. Sin embargo, los talibanes consienten las canciones que ensalzan la yihad.
"Canté por la paz para el Ejército", admite sin lamentar este hombre de 60 años de porte elegante y coqueto. Como simpatizante del partido nacionalista Awami, Kamal ya había trabajado por la paz con anterioridad. Así que cuando un productor le ofreció que cantara en Palwasha, una teleserie contra el extremismo impulsada por el Ejército, no lo dudó. Tampoco imaginó las consecuencias.
Acudió a las autoridades. Inicialmente, el Ministerio de Cultura le pasaba un estipendio. Pero con el cambio de Gobierno, se olvidaron de él. No así los talibanes. A mediados de octubre, justo cuando el Ejército emprendía una ofensiva contra su bastión en Waziristán del Sur, una nueva carta le recordó que su vida y la de su familia siguen amenazadas. Se refugió durante tres días en una mezquita. "Tengo miedo. No salgo a la calle. Ya ve que no tengo ninguna protección". ¿Y las autoridades? "Me dicen que llame al 112".
Pero el número de emergencia de la policía poco puede hacer para rescatar un folclore en extinción. "La música ha muerto en Waziristán", sentencia Kamal mientras muestra con orgullo las numerosas menciones de honor recibidas a lo largo de su carrera y viejos programas de actuaciones. En uno, de 1993, un hoy inimaginable Consejo de las Artes de Waziristán anuncia la actuación en Islamabad de 20 artistas tribales, entre ellos Kamal. "Sin duda, hemos dado un paso atrás".
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