"El flamenco sufre porque el gitano ya no es pobre"
Curiosea la Niña Pastori en la pantalla del fotógrafo y termina sugiriendo, humildísima: "Elígeme una con la sonrisa mediana, que no se me note tan feliz". Y es que, por mucho que disimule, a María Rosa García García no tarda en ponérsele radiante ese rostro suyo luminoso de gitana guapa. No sólo porque acabe de finiquitar un disco, Esperando verte, que ya es el séptimo, sino porque sabe que en casa le espera otra niña, Pastora, que con seis meses le tiene nubladas las entendederas. "Porque yo les quiero a todos, a mis padres, a mis hermanos, a mi marido, pero lo de los hijos lo supera. Es otra dimensión".
Pensó que no podría cantar durante el embarazo, porque se notaba escasa de fuelle, y sin embargo acabó grabando el álbum entre el sexto y el séptimo mes de gestación. "Ahora lo escucho y noto que me faltaba el aire, que algunos tercios los podría haber ligado más bonitos. Pero lo compensa el sentimiento, esa sensibilidad especial de tener a la chiquilla metida en la cabeza".
La cantante siente que su arte peligra en casas con ordenador y sin angustias
No queda claro si esta gaditana de 31 años es frugal en el comer o torrencial en la conversación. Compartimos el jamón y picotea su magret de pato sin gran interés, pero la vida es otra cosa: "Me sigo sintiendo pletórica de energías", dice.
Las cosas han cambiado mucho desde aquel 1995 en que María García, tan bisoña, partió de San Fernando para grabar su primer trabajo. "Yo no sabía ni pagar un café. Había sido la pequeña de cinco hermanos, la niña mimada y protegida de la familia. La compañía me alojaba en un hotel de Atocha y yo dormía con la tele puesta, asustaíta perdida. Otras se habrían comido el mundo, pero yo... echaba de menos compartir cuarto con mi hermano".
Sigue siendo una mujer modosita y prudente: prescinde del vino porque esta tarde debe grabar un anuncio sobre descargas para móviles y no quiere tener "un nublao" en la cabeza. Su representante enmaraña un plan extenuante de conciertos, viajes y promociones, pero a ella sólo parece preocuparle un pequeño detalle: "Por caridad, déjame una semanita libre, para bautizar a la chiquilla...".
Entre ella y su marido y productor (Julio Jiménez, Chaboli) han alumbrado el disco acaso más flamenco de su carrera. Le molesta que a lo suyo lo llamen "flamenquito"; pero no por ella, sino por el género. "Lo de flamenquito es como decirle amorcito al amor. Es quitarle hierro a un asunto muy grande, largo y profundo". Con todo, asume que el cante jondo ha vivido mejores momentos. "El flamenco se nutre de la pobreza y la fatiga, pero hoy el gitano tiene otra posición, los hijos estudian con su ordenador en el cuarto. Vivimos muy bien y así es más difícil expresar el dolor, la hondura. Nadie ha cantado flamenco siendo hijo de ministro, sino teniendo un padre que vendía cuatro limones".
La pequeña Pastora ya ha mamado el flamenco desde el vientre mismo de su madre, pero a María no le preocupa ni un poco la cuestión sucesoria. "Se lo decía a Chaboli durante la grabación: qué monserga le estamos dando a la pobrecita. Y ella sin poder protestar: 'Mamá, cállate un poquito'. Como no le gusten las soleás, la hemos estado martirizando desde antes de nacer...".
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