"Mi animal favorito es mi hijo"
El mejor año de la vida de la veterinaria Astrid Vargas fue una sucesión de días iguales. "Vivía en una tienda, salía al amanecer y caminaba entre 16 y 20 kilómetros buscando monos". Se dormía tras unas partidas de mus en un campamento de Madagascar, donde la reina gastronómica era la sardina en lata.
Nada que ver con los platos de sello autóctono que propone compartir junto a la marisma del Rocío (Huelva) en un restaurante construido a semejanza de la tradicional choza de Doñana, techada con castañuela, una planta acuática que alimenta a miles de gansos. Desde la mesa, acomodada junto al ventanal, se ven caballos y flamencos buscando comida bajo el agua.
La directora del plan de cría del lince ibérico salvó al turón en EE UU
Es un día nublado, que iguala los colores del cielo y de la marisma. En un lugar así, con ese tiempo, se acabaría contando cualquier pecado. Pero Astrid Vargas Gómez-Urrutia, española nacida en Puerto Rico en 1965, es de esas personas sin resquicio para el enredo ni talento para la malicia que sí han caracterizado durante años los programas del lince ibérico.
Tuvo que llegar a una situación agónica para que, por fin, el Gobierno y la Junta andaluza consensuaran su nombre para inflar el último salvavidas que le queda al felino: la cría en cautividad. Vargas tenía experiencia en salvar especies al borde del abismo y talante para pacificar jaulas de grillos.
Tuvieron que insistirle. También su pareja, que se comprometió a asumir la carga doméstica. "Te arrepentirás toda tu vida si no lo aceptas", le decía. Su hijo, Mario, había nacido ocho meses antes. "Quería estar tranquila y no meterme en superproblemas, todas las especies amenazadas tienen una carga biopolítica muy fuerte", afirma antes de desenroscar el pequeño frasco de aceite de romero con que nos ha obsequiado el dueño del restaurante para olisquearlo de nuevo.
El lince, como todos los símbolos, era un superproblema. Puso varias condiciones para aceptar. Acertó. Desde 2005 han nacido 19 ejemplares en el centro de cría de Doñana. Jane Goodall, tras visitarla, la situó entre sus "héroes de conservación".
Vargas fue precoz en descubrir su vocación y en salvar especies. Desde los seis años, sabía que de mayor se ocuparía de los bichos. Cualquier bicho. Todos los bichos. "Veo ese potrillo y me alucina, me gustan todos". Señala una cría en el humedal. La alusión es la segunda derivada de una pregunta infantil.
-¿Cuál es su animal favorito?
-Mi animal favorito es mi hijo -dice rompiendo a reir.
A los 29 años, le ofrecieron dirigir en Estados Unidos la cría en cautividad del turón de patas negras, extinguido en la naturaleza. Empezó con 18 animales. Ya van por 6.000. Vargas podría pasar a la historia de la biología de la conservación. "No creo que sea como antes, que la gente trascendía y pasaba a los libros, pero no lo busco ni me lo merezco".
Le disgustaría encasillarse como salvadora de especies en cautividad. "Siento que estoy cumpliendo un servicio, pero no es lo que quiero hacer el resto de mi vida". Echa de menos los días de Magadascar y explorar otras partes de sí misma, más creativas. Este año hará un curso de resolución de conflictos. En humanos. Dirige siempre sumando, cooperando. Tras el café, agarra la libreta y ella misma anota el menú de la entrevista.
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