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Columna
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Vómito

Trinidad Jiménez ha heredado de sus antecesores en el cargo una tarea infecta: templar gaitas mientras el rey de Marruecos hace con los saharauis lo que le sale de la galabeya. Los españoles, súbditos del Rey que, siendo joven, firmó la entrega del Sáhara Occidental al entonces reinante Hassan II, con Franco todavía entubado, pechamos con el oprobio de aquel pecado original para cuya perpetración no se contó con nosotros, bastante liados estaban todos organizando la Transición.

Luego, la historia se ha ido escribiendo con renglones cada vez más retorcidos, con traiciones y tibiezas y, sobre todo, con palabras mayores, tales como pesca, fosfatos y petróleo, tres bienes de los que los saharauis fueron desposeídos, junto con su tierra. Otras reverencias le habríamos rendido a este pueblo de no haberse producido aquel primer juego de manos que convirtió al monarca alauí -de ayer, de hoy y de siempre- en distribuidor de materias primas.

La tarea infecta a la que la señora ministra se somete al parecer disciplinadamente, como lo hicieron sus predecesores, esa templadura de gaitas, ha consistido en saltar por encima del asalto mismo a las jaimas saharauis -lo que es mucho saltar- para darnos jabón precisamente a los periodistas. Ay, cómo se ha lamentado doña Trinidad de que no nos dejen ejercer nuestros derechos como informadores. Es que fíjense, el mero hecho de que no podamos entrar los reporteros a contar lo que pasa hace que España, al fin y al cabo país solo acompañante en las negociaciones entre el Polisario y Marruecos, pues, mira tú, no se haya podido enterar con exactitud de lo sucedido. Con lo cual es que pasa lo que pasa, ¿no?, que no puedes juzgar. Ay, pero que se moderen todos, porfa.

El hecho de que sea hereditaria no convierte la tarea de nuestra ministra en menos infecta. Como periodista, como española, como ser humano: me pongo a vomitar.

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