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Columna
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Vaya losa

Días antes de que se hicieran públicos los premios Nobel me llegaron mensajes de airados lectores que no conciben cómo aún no se le ha dado el Nobel a ese escritor que creen por encima de los otros; como si el escalafón en literatura fuera objetivo.

Teniendo en cuenta que la mayoría de los escritores que me gustan no recibieron el Nobel y que algunos que detesto fueron galardonados no puedo por menos que decir que hace tiempo que dejé de creer en los Reyes Magos de la Academia Sueca. No me influye ni en la consideración de los premiados ni en la de los eternos no premiados. Pero como la esperanza nunca se pierde, a partir de ahora, ese tipo de escritor internacional que se ve a sí mismo como claro aspirante comenzará a reponer las frustradas ilusiones de cara a otra nueva ronda.

Los premios en materias científicas son, al menos así entendemos los ignorantes, de una justicia más comprobable. Lo gaseoso y discutible se mueve en el terreno del arte, qué le vamos a hacer, y también en esa categoría difusa que es la del Nobel de la Paz. Desde que se lo dieron a Kissinger el premio puso el listón muy alto. A ver cómo se supera ese dislate. El de este año, en otro sentido, ha tenido también un carácter absurdo: el premio a las buenas intenciones. Creí entrever en las palabras de Obama un cierto sonrojo moral: él sabe mejor que nadie la cantidad de activistas que luchan por introducir un respiro en la maltrecha justicia social americana; incluso, como persona inteligente que es, tal vez considera que hay algo contradictorio en ser presidente en activo de este país y llevar la medalla de la paz en el pecho. Su Nobel ha aumentado la ira republicana y provocado más inquietud que alegría entre muchos demócratas.

Vaya losa. ¿Qué hará ese día (probable) en que no pueda ser fiel al espíritu del premio?, ¿lo devuelve?, ¿abandona el cargo?

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