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LA EXTRAÑA PAREJA.
Columna
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Todas putas 2 (relato de ficción)

Juan José Millás

Se me acaba de ocurrir una idea cojonuda para un relato de ficción, o sea, un cuento. Trata de una mujer que dirige un organismo dedicado a la lucha contra la violencia de género. Será un personaje moderno, ultraliberal, si me permiten la redundancia, que no está dispuesta, como es lógico, a permitir que las tías cobren un sueldo durante el permiso de maternidad, pues, aparte de que nadie las ha obligado a parir (no haber follado), durante ese permiso no producen para la sociedad más que un repugnante líquido blancuzco con el que alimentan a sus inmundas crías.

Quiero que el jefe de esta mujer de ficción sea un ministro de Trabajo de ficción. Para que me salga verosímil, haré antes de comenzar el relato un perfil psicológico y profesional del individuo. Será un hombre de origen humilde, con una enorme vocación de servicio público que lo conducirá a la política desde los comienzos de su vida adulta. Quizá antes de ser ministro de Trabajo haya sido alcalde de una ciudad levantada a base de operaciones urbanísticas imaginativas como las realizadas en Marbella, por citar un ejemplo de la vida real. Será millonario, pese a que los sueldos de la política no dan más que para ir tirando, porque ha sabido, como Piqué, optimizar sus obligaciones fiscales.

"No cuento el final porque tengo miedo de que me plagie Hernán Migoya"

Pues bien, cuando la protagonista se hace cargo de lo que en el cuento llamaremos Instituto de la Mujer, busca por aquí y por allá el modo de hacer trabajar a las vagas de las tías, porque sabe que son todas unas putas holgazanas empeñadas en comer de la sopa boba, y en esto se da cuenta de que las muy cerdas se le quedan embarazadas delante de las narices, en su propio instituto, para seguir cobrando sin dar ni golpe mientras amamantan a esas sucias criaturas que han traído al mundo, ellas sabrán por qué. Son todas unas putas, se dice, con justa indignación, y va a ver, hecha una furia, a su ministro.

-Oye, ministro -le espeta furiosa-, ¿a ti te parece bien que las puercas de las tías cobren un sueldo durante el período de maternidad, aunque se estén tocando el coño todo el día?

-Me parece impropio -responde el ministro, que es lábil, como diría la sutil Ana de Palacio-, pero ya sabes que son todas unas putas y que si se me ocurre tocar esa ley me fríen las progresistas trasnochadas de mierda, que están por todas partes.

-Pero, si al salario que damos nosotros le llamáramos beca, quizá podríamos agarrarnos a esa sutileza verbal para quitárselo y poner a todas esas vagas paridoras en su sitio de una vez. Si cuela, tal vez en el futuro podamos arañarles otros privilegios establecidos que, entre tú y yo, no son más que un impuesto revolucionario del feminismo rampante.

-Me fiaré de tu prognosis -dice el ministro imitando el vocabulario de Ana de Palacio, que es su modelo de mujer, incluso su modelo de hombre-. Cambia la orden, a ver qué pasa.

La directora del instituto redacta la orden muy bien redactada y se la pasa al ministro, que la firma sin dilación para que se publique en el Boletín Oficial del Estado. Dedicaré la parte central del cuento a la descripción de la rabiosa respuesta de las mujeres progresistas, que aparecerán como unas putas holgazanas, siempre sucias, desgreñadas y feas, frente a la narradora, o sea, la directora general, que encarnará, con su ministro, los valores del trabajo y del aseo personal, pues los veremos siempre recién salidos de la ducha, lábiles y con mucha prognosis.

No cuento el final porque no he registrado la idea y tengo miedo de que me plagie Hernán Migoya, pero yo creo que llevo a mi editor ese cuento y me dice nada más leerlo:

-Quiero un libro entero de cuentos como éste.

Y yo lo escribiría, porque odio a las tías y me apetece escribir algo claramente misógino de una puta vez, pero me corta la ignorancia de este país en el que la gente confunde al escritor con el narrador y la ficción con la realidad. Igual lo publico y se me echan encima las feministas y las embarazadas de mierda y hasta el mismo Parlamento Europeo, sobre todo si a una de estas mujeres a las que quitan el sueldo durante el permiso de lactancia la viola mecánicamente, como tengo previsto, un subsecretario mientras amamanta a su bebé. Flaubert no sabe el daño que hizo a la literatura y a la realidad con la estupidez aquella de Madame Bovary c'est moi. Además, cómo iba a ser él si Madame Bovary soy yo.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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