Shakespeare
Los responsables de Izquierda Unida acaban de declarar que no conocen bien nuestro país, tal como suena. Sin embargo, no hay entre ellos ningún sueco, ningún australiano, ningún luxemburgués, ningún keniata. Son todos, como el que dice, de aquí al lado: de Asturias, de León, de Cuenca, de Guadalajara, de Alpedrete, de Córdoba, de Vigo, de Valencia... ¿Cómo que no conocen bien nuestro país? ¿Pues dónde viven? ¿Qué leen? ¿Cómo se ganan la vida? ¿Dónde estudian sus hijos? ¿Qué periódico compran? ¿Qué comen? ¿Qué beben? ¿Qué tamaño tiene su hipoteca? ¿A qué dedican el tiempo libre? "Conocemos mal nuestra sociedad y sus demandas", han añadido en un manifiesto de cuya lectura se deduce que llevan décadas trabajando para un país inexistente. ¿Pero es que somos los votantes unos extraterrestres? ¿No padecemos sus mismos problemas? ¿Acaso no tenemos ojos? ¿No tenemos manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No somos alimentados por la misma comida y heridos por las mismas armas, víctimas de las mismas enfermedades y curados por los mismos medios? ¿No tenemos calor en verano y frío en invierno? ¿Si nos pinchan no sangramos? ¿No nos reímos si nos hacen cosquillas? ¿Si nos envenenan no morimos? ¿Si nos hacen daño no nos vengaremos?
El documento, que pone los pelos de punta, habla también de emprender acciones para reencontrarse con su electorado, cuyo paradero ignoran. ¿Dónde se encuentra esa base social extraviada? ¿En qué cree? ¿A quién vota? ¿Qué hace los domingos por la tarde? De súbito, el impulso irónico con el que me senté a escribir estas líneas desaparece por un sumidero, dentro de mí. Ahora me hago cargo del desconcierto de Izquierda Unida frente a un país que evidentemente no es el suyo. Quizá tampoco el mío. Por Dios, no se refunden. Continúen escribiendo comunicados perplejos.
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