Salud
Yo, por mí, les desearía la más benéfica revolución de la aritmética. Que en el año que acaba de empezar, los números se vuelvan locos, que bajen estrepitosamente las cifras que han subido en 2010 -destrucción de empleo, conflictividad laboral, mujeres asesinadas, catástrofes naturales, especulación financiera, medidas de ajuste, corrupción, cinismo político- y suban las que han bajado -puestos de trabajo, consumo, estabilidad laboral, credibilidad en las instituciones, solidaridad internacional, inversiones públicas, optimismo privado, responsabilidad política-, pero con la que está cayendo, no me atrevo a llegar tan lejos.
Soy una firme partidaria del prestigio de la bondad, y una detractora aún más radical del lugar común que identifica la maldad con la inteligencia. No creo que los malvados sean más listos que los bondadosos. Son, simplemente, malvados, y por tanto egoístas, desconfiados, ruines, tan difíciles de engañar como es fácil embaucar a las buenas personas, incluso a aquellas tan inteligentes que conocen de antemano las trampas a las que van a dejarse arrastrar por sus sentimientos. En mi oficio, he perdido con los años el miedo a los finales felices. He aprendido, a cambio, que hay que darle a cada historia su propio final, y no siempre se puede matizar la amargura.
Por eso, después de pensarlo mucho, he decidido desearles una sola cosa para el año nuevo. Ojalá el 2011 les traiga salud para sobrevivirlo. Porque cualquier tiempo pasado no fue mejor, porque en el peor nuestros abuelos aprendieron que, por más que resistir sea vencer, ninguna actividad consume tanta energía como el ejercicio continuado de la resistencia, y porque me temo que nada nos va a hacer tanta falta para llegar a encontrarnos aquí, el primer lunes de 2012. Si lo logramos, prometo que dentro de un año les desearé solamente felicidad.
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